24 febrero, 2025
por Vanessa Kaiser
Quemar la Biblia, parodiar a la Virgen y usar la corona de espinas, la Santa Cruz, la Iglesia y la figura del sacerdote en un ambiente hipersexualizado no tiene nada de artístico: es 100% política anticristiana.
Los grupos activistas de extrema izquierda se mueven tanto en el plano nacional como internacional anotándose sendas victorias que van sellando el destino de la civilización.
El cruce perfecto entre el ataque al cristianismo y la destrucción de nuestra cultura lo observamos en la inauguración de los Juegos Olímpicos de 2024. Por si no lo recuerda el mundo fue testigo del envilecimiento de La Última Cena, base bíblica de la Eucaristía, Santa Comunión entre Jesús y sus apóstoles antes de la crucifixión. En el contexto de la batalla cultural el arma usada para degradar el legado de Jesús ha sido la subversión de todos los valores y símbolos cristianos hasta su degradación absoluta.
El ataque ha avanzado con éxito gracias a la existencia de un Estado cultural, es decir, de un aparato gigantesco capturado por activistas e intelectuales gramscianos que logran torcerles la mano a las mayorías democráticas, mientras se financian con los impuestos de millones de cristianos a quienes se les usurpa el resultado de su esfuerzo y trabajo para atacar los fundamentos de su forma de vida. Botón de muestra es el reciente escándalo dado a conocer por la prensa norteamericana: en los últimos 15 años Estados Unidos a través de USAID (Agencia Federal para el Desarrollo Internacional) ha otorgado más de 270 millones de dólares al East-West Management Institute, organización asociada con Open Society Foundations de George Soros. ¿Y a qué se dedica Soros? A la destrucción de Occidente desde un sustrato ideológico refundacional progresista que ataca al cristianismo, al capitalismo y la democracia, promueve el aborto y la ideología de género, todo con la clásica receta del oxímoron, es decir, por el bien de los pobres, la liberación de las mujeres y la integración de las minorías. En Chile, Soros financió el nacimiento de Revolución Democrática y, actualmente, apoya la reforma política que, de aprobarse, transformará nuestra democracia en una partitocracia fácilmente manipulable por poderes extranjeros. Profundicemos en los éxitos locales de la batalla cultural.
Infernodaga se titula la canción que representará a nuestro país en la próxima competencia internacional del Festival de Viña y ha causado revuelo en la esfera pública por su carácter subversivo. El arzobispo de Santiago Fernando Chomali ha dicho que se trata de una blasfemia y que, ante esta bofetada, a los cristianos sólo les queda poner la otra mejilla. Por su parte, Carlos Peña la ha defendido a pesar de su contenido claramente insultante.
Como ya es costumbre por parte de los activistas de la nueva izquierda -esa que invoca los mismos valores que se dedica a transgredir- el columnista apela a la inclusión y la tolerancia para justificar lo injustificable. No voy a describir el contenido del video ni a analizar el significado de la letra, puesto que basta con verla en internet para que toda persona que entienda un mínimo sobre los símbolos cristianos despeje sus dudas. Lo que nos interesa aquí es aportar a la comprensión del uso de expresiones pseudoartísticas como armamento de subversión cultural.
Comencemos por la alta dosis de hipocresía que caracteriza al activismo progresista tanto a nivel local como global. Por ejemplo, nunca hemos visto a los intelectuales o artistas de la nueva izquierda atacar a la religión musulmana por su trato a las mujeres o a los homosexuales. La hipocresía no puede ser más evidente. Solo en Qatar mantener relaciones sexuales con personas del mismo sexo puede acarrear una pena de hasta 7 años de cárcel. Y hay legislaciones más duras. En el ámbito local basta recordar los mensajes de la ministra de la cultura, Julieta Brodsky, “puta, maraca, pero nunca paca”, para probar el punto. Todos sabemos que una feminista nunca va a apoyar a una mujer de derecha o carabinero y que los más discriminados por los activistas de minorías sexuales son personas de derecha que comparten el mismo tipo de vida. Ya son miles los detransicionantes que han denunciado dicha experiencia en distintas partes del mundo.
Ante la pregunta de por qué no se acusan y denuncian delitos de odio reales que cuestan la libertad e incluso la vida a miles de personas en otras culturas, quizás hallemos la respuesta en el estado de confusión en el que se encuentra el mismo credo cristiano. Y es que, contrario a lo que se cree, el llamado a poner la otra mejilla no significa traicionar el legado de Jesús, ni aceptar su desacralización.
Es cierto que los cristianos no debemos separar el trigo de la cizaña, lo que significa que el juicio respecto al Ser de cada individuo está reservado a Dios y será realizado en el Reino de los Cielos. Lo que sí podemos hacer es juzgar las acciones de cada quien y, en el caso de los insumos pseudoartísticos cuya finalidad es subvertir las raíces cristianas de nuestra civilización, usar todas las herramientas de las que provee la ley para su penalización. Ello dado que la libertad, el reconocimiento del individuo, así como la división de los poderes del Estado y los límites al poder estatal sólo existen en Occidente gracias a sus cimientos cristianos. De ahí la importancia, incluso para los no creyentes también denominados cristianos culturales -puesto que aprecian el cristianismo, defienden los derechos humanos y el carácter sagrado de la familia y de la infancia-, de estar atentos ante la hipocresía y blasfemia de activistas de izquierda que han librado una batalla cultural en contra de la herencia de Cristo. Y es que sólo después de Él tuvo sentido el valor de cada persona en la medida que es un igual hijo del Creador. También fue después de Cristo que comenzó la construcción de los diques que separan lo que es del César de lo que es de Dios y, más importante aún, se desarrolló el pensamiento que reconoce al individuo y su libertad de elegir como fundamentos de su dignidad. Por supuesto, ha sido un camino largo con muchos obstáculos y errores, el que ha permitido el florecimiento de la civilización más libre que haya conocido la historia humana.
Lo que no podemos perder de vista es que su piedra fundacional es Jesús. De ahí que deba entenderse que todos los insumos culturales que atacan su legado son parte del arsenal que la izquierda gramsciana ha creado para asfixiar la libertad, colectivizar al individuo y borrar de nuestra memoria la dimensión espiritual en que se nutre la más férrea resistencia a la destrucción de nuestra cultura y a la dominación totalitaria. El llamado es entonces a quitarnos el velo que nos mantiene sumidos en la ignorancia; no se trata de una canción, ni de la expresión de una forma de vida diversa. Quemar la Biblia, parodiar a la Virgen y usar la corona de espinas, la Santa Cruz, la Iglesia y la figura del sacerdote en un ambiente hipersexualizado no tiene nada de artístico: es 100% política anticristiana.
Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/hipocresia-y-blasfemia-en-la-batalla-cultural/
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