Alejandro San Francisco Reyes


La coyuntura política chilena y el escenario poselectoral han derivado en una serie de análisis, discusiones y propuestas hacia el futuro. Por cierto, esto ocurre tanto en las izquierdas como en las derechas, en el gobierno como en la oposición. En estos comicios los ojos no solo estuvieron puestos en los resultados de los gobiernos municipales o regionales, sino que se extienden hacia los comicios de 2025, que definirán el próximo gobierno y la conformación del Congreso Nacional para el período 2026-2030.

Ya veremos cómo se viene el futuro, pero vale la pena realizar un par de comentarios sobre los datos presentes. El primero muestra la derrota oficialista en numerosas comunas, la pérdida de algunos municipios emblemáticos –Ñuñoa para el Frente Amplio, y Santiago para el Partido Comunista– y una sensación que se desenvuelve entre el “pato cojo” y otras dificultades políticas y judiciales que afectan al Ejecutivo. La oposición, por su parte, mejoró su situación, logrando importantes triunfos en las elecciones de alcaldes, con posibilidad de obtener diversas gobernaciones y un notable crecimiento en concejales y en consejeros regionales. En otras palabras, las derechas lograron un triunfo importante el fin de semana del sábado 26 y el domingo 27 de octubre, si bien hubo un sabor amargo derivado de algunas derrotas torpes (el caso de la municipalidad de Concepción es bastante ilustrativo) y la impresión de que podrían haber existido mejores resultados en caso de haber tomado ciertas resoluciones previas, mediante acuerdos o un trabajo mejor. Pero eso ya es pasado.

Tras los comicios, se ha instalado la idea –como una especie de mantra– de que “la unidad” es el imperativo que deben asumir las derechas hacia el futuro. En dicha repetición coexisten la genuina convicción de algunos con las posturas voluntaristas de otros. En cualquier caso, parece haber una especie de obligación de “unidad”, aunque no siempre resulta claro qué significa exactamente eso. En términos políticos, podría significar, por ejemplo, una sola candidatura presidencial para el 2025, o bien una lista única de candidaturas parlamentarias. Con menos fuerza aparece la idea de un programa común y tampoco parece clara la unidad para enfrentar al gobierno y sus políticas. En cualquier caso, parece un imperativo, que se podría estar imponiendo por repetición, aunque no resulta siempre claro.

Frente a esa postura, me parece que es bueno aclarar algunos aspectos de la realidad y otros de posibilidades futuras. En primer lugar, es preciso comprender que las derechas son políticamente diversas y que la dispersión partidista responde a realidades históricas y programáticas. La existencia de la UDI, Renovación Nacional, Evópoli y Republicanos responde a una realidad, que el mero voluntarismo no puede derrotar; a ellos se pueden sumar proyectos como el Partido Social Cristiano y otras fuerzas. No parece adecuado descalificar a los partidos que son diferentes o que representan un mensaje u objetivos distintos. Es decir, en términos partidistas, es mejor reconocer que las derechas son diversas, con liderazgos, historias y formas de relación que también lo son. En otro plano, es claro que al menos podría haber dos candidatos presidenciales, como son Evelyn Matthei y José Antonio Kast. Finalmente –aunque esto requiere más información y análisis– las propuestas programáticas y las bases fundamentales son también diversas, al menos parcialmente.

¿Qué significa esto? Que mirado hacia adelante es casi seguro que seguirá existiendo esa pluralidad, como existió en el pasado con liberales y conservadores (solo se unieron tras el desastroso resultado de 1965) o entre la UDI y Renovación Nacional (en su doble condición de competidores y aliados). En el último tiempo estos dos partidos han confluido y junto con Evópoli han conformado Chile Vamos, en buena medida soporte político de los gobiernos del presidente Sebastián Piñera, y que en la práctica se comporta en muchos temas como si fuera un solo partido, aunque sea una coalición. Lo que en la década de 1990 fue la dicotomía entre la UDI y Renovación Nacional hoy manifiesta entre Chile Vamos y Republicanos, como dos almas de un mismo sector, que deben ser reconocidas, comprendidas y respetadas.

Siempre es preciso acompañar las ideas con datos. En este sentido, resulta más entendible que la competencia en las elecciones de órganos colegiados –como ocurre con los concejales y consejeros regionales– ha sido beneficiosa, y ha permitido presentar más candidaturas, movilizar a más personas, desarrollar los respectivos liderazgos e incluso ampliar la base de apoyo de las derechas. Como consecuencia, hoy hay más concejales y más consejeros regionales que en el pasado. El resultado muestra que las dos listas de Chile Vamos obtuvieron el 12,64% (UDI, Evópoli e independientes) y el 15,52% (Renovación Nacional e independientes); en tanto la lista de Republicanos e independientes logró el 13,81%. Estos son los mejores números de las derechas desde el regreso a la democracia y permitirá a la oposición tener mayoría en una cantidad decisiva de concejos municipales en el país, situación que se repite con los consejeros regionales. A esto se podrían sumar, eventualmente, los votos de otras colectividades, como el Partido Social Cristiano, Demócratas y Amarillos, aunque todo eso está por evaluarse. El tema de fondo es que en este tipo de comicios la competencia ayuda y permite lograr buenos resultados.

En las elecciones uninominales, sin segunda vuelta, como ocurre en el caso de los alcaldes, la unidad sí es un imperativo, de lo contrario los efectos pueden expresarse sin retorno en derrotas y experiencias contradictorias. La situación es diferente en los comicios de gobernadores que, al igual que las elecciones presidenciales, permiten la segunda vuelta, en la cual se puede resolver el asunto mediante el apoyo recíproco hacia quien le corresponda disputar la elección definitiva.

Basándose en estos datos y en la realidad de las cosas: ¿Qué podríamos concluir hacia el futuro? Al menos tres cosas. En primer lugar, es necesario reconocer esta diversidad, que probablemente se expresará en dos, tres e incluso cuatro candidaturas presidenciales en la primera vuelta de 2025. En segundo lugar, que existirán también al menos dos listas parlamentarias, pero la existencia de otras podría constituir el llamado efecto Catapilco. Por ello se vuelve necesario llegar a acuerdos con otros sectores, como el llamado Centro Democrático y los socialcristianos, que podría permitir lograr el mejor resultado e incluso obtener una inédita mayoría en las cámaras. En tercer lugar, que deben existir acuerdos claros o convicciones sólidas para la segunda vuelta, como se expresó en el apoyo de José Antonio Kast a Sebastián Piñera en 2017 (lo que no se repitió en 2021).

Todo esto lleva a un asunto previo, que no se ha trabajado con determinación: el proyecto de gobierno o las bases fundamentales que pueden ser parte de los compromisos programáticos de las derechas. Por cierto, es una agenda abierta, pero podría incluir algunas prioridades (el crecimiento económico y la lucha contra la delincuencia, por ejemplo); así como ciertas resoluciones administrativas o cambios legales (la reducción de impuestos, cambios en temas educacionales, medidas para incrementar la construcción y el acceso a la vivienda, control estricto de la inmigración ilegal y otros). Con todo esto será posible contar con ciertos elementos comunes y reconocimiento de la diversidad, lo que responde tanto a la realidad como a la necesidad de obtener mejores resultados electorales.

Para el presente y el futuro, convicciones y trabajo serio; para la comprensión de las derechas, es necesario unir y coordinar, pero sin igualitarismos ni destrucción de la diversidad; es preciso distinguir y reconocer los distintos proyectos, pero sin que ello conduzca a la división y el enfrentamiento.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el domingo 3 de noviembre de 2024.

Fuente: https://viva-chile.cl/2024/11/las-derechas-unidad-diversidad-y-vocacion/

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