Gerardo Varela
«Hoy nadie está a salvo de enfrentar problemas legales entrando a un tribunal igual que el enfermo al quirófano».
En una caricatura de Quino, se muestra a un enfermo sobre una camilla entrando a un quirófano. En el dintel de la puerta se puede leer: «Errare humanum est». Desde el juicio de Sócrates hasta el de Juana de Arco, pasando por la condena de Jesús, el mundo ha conocido infinidad de errores judiciales. Ofende nuestro sentido de justicia la condena de inocentes y es deber de la sociedad vigilar a la justicia para evitar su ocurrencia. De los fallos justos nadie se acuerda, pero los injustos reverberan en la historia y acosan a sus autores.
La xenofobia ha dado origen a fallos aberrantes como el de los anarquistas Sacco y Vanzetti que fueron ejecutados en la silla eléctrica por delitos que nunca cometieron, y donde se manifestó la discriminación en EE.UU contra la inmigración italiana. Lo mismo en Francia con el Caso Dreyfuss que dividió a una nación cuando éste fue condenado como espía a la Isla del Diablo. El caso tenía más de antisemitismo que de un juicio justo y se necesitó una masiva campaña pública para reivindicar a Dreyfuss y condenar al verdadero espía. Gracias a Emile Zolá y a miles de franceses que alzaron la voz finalmente se hizo justicia.
Los más prolíficos en juicios abusivos son los totalitarismos. Ahí está el juez nazi Roland Freisler que juzgó a judíos y enemigos de Hitler. Freisler forzaba a los acusados a comparecer sin cinturón para que si soltaban las manos quedaran en calzoncillos y fueran el hazmerreír del público. La justicia divina quiso que una bomba aliada cayera sobre la cabeza de Freisler despanzurrándolo. Stalin y los comunistas se hicieron famosos por las leyes que tipificaban delitos ambiguos, como el artículo 58 de su Código Penal que condenaba con la pena de muerte el intento de reinstaurar el capitalismo. En los famosos juicios de Moscú de 1936, se condenó y ejecutó por ese artículo a varios enemigos políticos de Stalin. El Che Guevara y su «Comisión de Depuración» fue otro que se distinguió en los juicios truchos. Más de mil fusilados por el Che quien reivindicó su crimen en la ONU señalando que eran necesarios para la revolución.
En Chile tuvimos un caso paradigmático de error judicial en el denominado «caso Frei». Sin evidencia y a punta de especulaciones, el juez Madrid convirtió un caso de muerte natural en una conspiración criminal entre doctores de confianza del ex mandatario. Esto transformó sus vidas en un calvario que sólo la valiente actitud de las Cortes de Apelaciones y Suprema enmendaron más de 20 años después del inicio del proceso.
Mientras tanto, en Chile se han lanzado dos libros sobre el tema: «Infamia» que cuenta la historia del capitán Patricio Maturana encarcelado injustamente a más de 12 años por el caso Campillai. En él se detallan las irregularidades e inmensas dudas que deja el caso; y «Tocornal, La hora de la verdad», la crónica autobiográfica de una vendetta de su familia política que lo acusó injustamente de un crimen que lo llevó 9 años a la cárcel hasta que su hijo –ahora mayor de edad– confesó que había sido forzado a mentir.
Se esperaría que con la ciencia moderna el riesgo de error judicial disminuyera. Pero eso no es así por varias razones, la primera los intereses económico- políticos. Si la ceguera de Campillai la hubiera causado un piedrazo, ella no sería senadora y los chilenos no la hubiéramos indemnizado con más de 600 millones. Otra razón son los sesgos ideológicos incompatibles con la igualdad ante la ley. Allí está la «perspectiva de género» que hace que un mismo acto tenga tratamiento diferente dependiendo del sexo de quien lo realiza. O el empoderamiento de funcionarios con facultades sancionatorias (DT, SII, etc.) que erosionan la autoridad del poder judicial. O las leyes con tipificaciones ambiguas que dan amplia libertad interpretativa a un funcionario. Ahí está una farmacia, primero asaltada y después clausurada por el mismo gobierno que debió protegerla. También está la intromisión de la política en la justicia de la cual la torpe intervención del presidente Boric es una muestra. Estas razones son el caldo de cultivo donde florece la corrupción. Lamentablemente, hoy nadie está a salvo de enfrentar problemas legales entrando a un tribunal igual que el enfermo al quirófano.
Fuente: Justicia: «Errare humanum est» - Fundación para el Progreso (fppchile.org)
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