1 abril, 2024
Por Vanessa Kaiser
Los líderes del comunismo chileno están tranquilos invocando abiertamente lo que podría transformarse en un autogolpe que, como sucedió con el mal llamado “estallido”, pase bajo el radar del derecho. En ese escenario, podrían incluso sacar al Presidente, poner a alguien de su tienda y, bajo la excusa de imponer el orden público, suprimir todos los derechos ciudadanos. La pregunta clave es: ¿quién opondrá resistencia?
Al PC se le ha agotado la paciencia. Sus compañeros de fórmula le dedican demasiado tiempo a la superestructura que, en términos gramscianos, refiere a la cultura o, más precisamente, el discurso hegemónico, es decir, a los valores que sostienen la legitimidad de las instituciones republicanas.
De los innumerables ejemplos de la práctica política frenteamplista, destaca la destrucción del cargo de Primera Dama realizada por la exnovia del Presidente Gabriel Boric, Irina Karamanos. Un paso de la comedia a la tragedia nos muestra el mismo efecto centrífugo, decadente y corruptor no solo en los liceos emblemáticos, sino en el sistema de educación en general. ¡Qué decir de las fiestecillas etnográficas del Ministerio de Salud o de las charlas de “higiene” a menores de edad que han ocasionado escándalo nacional!
Esta forma de hacer política, ¿se distancia del marxismo clásico? Por supuesto que no. Desde sus inicios el marxismo se ha propuesto desmantelar las raíces valóricas del cristianismo. En El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels escribe: “En los tiempos primitivos, la hermana era la esposa y esto era moral”. Habla además de la poligamia y la poliandria como la forma primigenia de las familias. Ellos odian la cultura cristiano occidental y Antonio Gramsci les muestra el camino para traducir ese odio en política.
Su obra más destacada, Cuadernos de la Cárcel, se ha transformado en el texto sagrado del neomarxismo cuyos adalides -tras la derrota de sus ancestros ideológicos, siempre enfocados en la captura del Estado y la economía centralmente planificada- decidieron ganarle a su enemigo librando una guerra cultural. Esa es la razón por la que las nuevas generaciones, después de asistir a universidades transformadas en campos de adoctrinamiento ideológico, se han descolgado de la experiencia del siglo XX que celebró la derrota de los totalitarismos en parte importante del planeta. Los jóvenes de hoy han “decidido” abrazar las sangrientas banderas de la violencia, la lucha, ya no de clases, sino de grupos sociales antagónicos por razones identitarias y, al mismo tiempo, demandar todo lo que se les ocurra bajo la fórmula de que, para ser justo, debe ser gratuito, de calidad y estar rotulado bajo el sello climático y neofeminista.
En materia cultural este gobierno ha llegado a tener éxitos tan estruendosos como el de contar con una política exterior feminista, inaugurar caletas de pescadores con perspectiva de género, imponer dicha perspectiva a los jueces y fiscales transformándolos en activistas involuntarios de su ideología y, por supuesto, desmantelar la educación del país. La estocada final era el reparto de cargos en la sociedad, atendiendo a una concepción antropológica materialista que mandata al Estado la distribución de los ciudadanos por cantidades porcentuales según su autopercepción de “género”, como si a la especie humana se la pudiese tratar igual que a un cardumen de peces sin ninguna consecuencia. Con el fracaso del proceso constituyente no solo nos salvamos de la destrucción del mérito y de la libertad de mercado, sino a ser reducidos a la condición de “sujetos con agencia”, meras “cuerpas” (como dice Karamanos), sin ninguna dignidad, distribuidos por el brazo del Estado en todas las esferas de la vida nacional según cuál sea el “género” de cada uno.
¿Nos salvamos de la homogenización radical planificada por ingenieros sociales bajo cuyas dinámicas desaparecen el mérito y la dignidad humanas? No. La semana pasada supimos que un grupo de “expertos” de “derecha” estuvo trabajando en un documento para reflotar los contenidos de la propuesta del Comité de Expertos rechazada por la ciudadanía, entre cuyos propósitos de mayor incidencia para el triunfo de la nueva izquierda en la guerra cultural encontramos la intervención de los resultados electorales según el género. Es así como, bajo la absurda búsqueda de una igualdad sobre la que ni siquiera se puede hablar -hoy en día nadie se atreve a definir lo que es una mujer- siguen los avances que destruirán nuestra democracia representativa al atentar contra el principio “una persona un voto.”
Al parecer, tampoco nos salvaremos de otro “estallido”, puesto que los comunistas están nerviosos y no se contentan con destruir la institucionalidad, generar caos, promover el desmantelamiento de las estructuras sociales fundamentales y escandalizar a los ciudadanos. El PC necesita hacerse del poder en serio: terminar con la democracia representativa, la igualdad ante la ley, las AFP’s, las isapres, la libertad de enseñanza, de consciencia y de expresión, además de liquidar la sobrevivencia de profesionales probos en las diversas instituciones del Estado. Se observa a los comunistas luchando por terminar la magna obra de transformar a Chile en la tumba del neoliberalismo e impedir un próximo triunfo de electoral de la derecha. Y es que, a diferencia de lo que sucede con los demás miembros del espectro político, ellos sí aprenden la lección. Podemos relacionar sin mayores dificultades los llamados de retomar las movilizaciones “tipo estallido” hechos la semana pasada, a la experiencia de Argentina que, por supuesto, el PC no aceptará se repita en nuestro país.
¿Qué tienen los comunistas a su favor? El poder y el trauma que gobierna la psiquis de la oposición provocado por el golpe de Estado del 18-O. Este tipo de herida psíquica paraliza de pánico a quienes la experimentan. De ahí que los líderes del comunismo chileno estén tan tranquilos invocando abiertamente lo que podría transformarse en un autogolpe que, como sucedió con el mal llamado “estallido”, pase bajo el radar del derecho. En ese escenario, podrían incluso sacar al Presidente, poner a alguien de su tienda y, bajo la excusa de imponer el orden público, suprimir todos los derechos ciudadanos. La pregunta clave es: ¿quién opondrá resistencia?
En suma, nos tienen puesta la soga al cuello como si fuésemos animales que están siendo domados. Al principio ni siquiera se dan cuenta de que han perdido su libertad hasta que alguien tira de la soga. Esperemos que para nosotros no sea demasiado tarde.
Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/con-la-soga-al-cuello/
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