Juan Pablo Zúñiga Hertz
Grandes mentes de la humanidad, desde Platón, Aristóteles, Confucio, Santo Tomás de Aquino –y hasta nuestro Diego Portales–, se refirieron a la virtud. Sin ir más lejos, el ministro Portales soñaba para Chile una sociedad de hombres virtuosos y disciplinados.
En el Chile actual en proceso de “enrasquecimiento”, hablar de hombres virtuosos y disciplinados no es más que una añoranza. Más aún, en el entorno de la clase política gobernante y las decenas de miles de sátrapas apernados que, cual ganado en engorda disfrutan de del Estado sin siquiera moverse, hablar de virtud es una obscenidad, un garabato, una palabra cochina y sumamente ofensiva.
De La Moneda para abajo no hay más que personajes desprovistos de virtud y de fortaleza, pero sobreabundantes en lo mundano, lo chabacano y lo rasca. Se dice que Portales soñaba con una “rígida disciplina civil y administrativa [para la cual] era preciso pasar por encima de las lágrimas y los lamentos”. He ahí el por qué el progresismo detesta a Portales: porque no son virtuosos, son débiles, se complacen en el victimismo y en el lloriqueo. A final de cuentas, no se puede esperar otra cosa de una sociedad como la nuestra, infectada con la sobreabundancia de derechos, pero ningún deber ni sentido de responsabilidad.
Así las cosas, entre la cultura de lo rasca y la de la condena de las virtudes, Chile se va extinguiendo en un proceso de corrosión que hace con que cada día sea más difícil la tarea para los millones de virtuosos, disciplinados y fuertes ciudadanos que sí los hay en nuestro país. No puedo decir cuántos, pero los hay. Y es gracias a ellos y su creciente esfuerzo, que el país aún no se viene abajo. La cuestión es ¿cuánto tiempo más puede aguantar una sociedad como la nuestra este proceso de deterioro antes de que se produzca la debacle?
Tal como en la novela La rebelión de Atlas de Ayn Rand, es tanto el hostigamiento de los mediocres hacia los virtuosos y los que verdaderamente producen bienes morales y materiales para la sociedad, que llega un momento en que se cansan y mandan el país “a la punta del cerro”. Así, miles de millones de dólares ya se han ido de Chile, junto con empresas y capital humano.
El proceso de hacer de Chile un país rasca y sin virtudes a veces no parece evidente, fruto del creciente esfuerzo de los virtuosos cuya paciencia un día se agotará. Por ello, los gobernantes débiles y carentes de virtudes –y sus porristas– afirman que esta corrosión social que señalo no es más que el “fatalismo y las mentiras de los fascistas y los saboteadores”.
Negar el hecho de la brutal destrucción cultural de la sociedad chilena sólo porque no sea absolutamente explícita por donde se mire –aún–, no significa que no esté sucediendo y pasando la cuenta. Es exactamente lo mismo que pasa en tiempos de sequía donde, mientras siga saliendo agua de la llave, nadie da pelota. O como dijera el sacerdote español Jorge Loring en su particular estilo al respecto de la existencia del demonio: “El demonio existe…usted lo niega, pero en lo que usted lo niega, no destruye al demonio”.
Hace tres años pensaba que la reconstrucción del país después de la borrachera de violencia insurreccional tomaría una década. El daño ha sido mucho más profundo. Formar virtudes requiere esfuerzo, sacrificio, sangre, sudor y lágrimas. Ser rasca y sin virtudes sólo requiere darle rienda suelta a la pereza y a la mediocridad.
Las malas costumbres se pegan con suma facilidad; deshacerse de la inercia de la mediocridad puede resultar casi imposible si es que la masa crítica de virtuosos cae considerablemente. Así las cosas, la reconstrucción demorará mucho más que una década, si es que no perecemos en el intento.
Fuente: https://viva-chile.cl/2024/03/sin-virtudes-la-debacle-es-inminente/
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