Juan Pablo Zúñiga Hertz


El orgullo y la soberbia son pecados que van de la mano. No sé si como país pecamos o genuinamente sentíamos un sano orgullo por el logro alcanzado: un país ordenado, pujante y ecuánime. Sea por un castigo divino, sea por el mal de la “cucaracha en la tina de baño” que va en el ADN de Latinoamérica o sea porque fuimos una presa muy fácil de las ideologías destructoras de occidente, el hecho es que ya no somos más lo que fuimos.

Cuando emigré a Brasil para mis estudios de doctorado, me hacía mucha gracia mirar las propagandas políticas con unos personajes de vodevil, de dudosos orígenes, pero con unos eslogans sumamente cómicos. “Vote pelo Tiririca, pior do que está não fica” (Vote por Tiririca, peor de lo que está no se va a poner), decía un payaso del mundo del espectáculo que llegó a ser diputado federal. “Vote pelo Maluco Beleza, vai que o maluco resolve” (Vote por el Loco Belleza, capaz que el loco lo resuelva), decía un sexagenario vestido de cuero como motoquero de los 1960 que aspiraba a diputado estatal. “Vote com prazer” (Vote con placer), decía una señorita más bien sacada de una boate o de un burlesque más que una candidata a cargo público.

¡Qué comedia y qué tragedia la de este pueblo! Exclamaba yo con cierto grado de alivio al ver que tales cosas no sucedían en el Chile de hace más de una década. Escupí al cielo. Fuimos testigos de la llegada a cargos que controlan la nación y su destino un grupo de payasos, analfabetos, bataclanas y saltimbancos, los que representan el fondo del barril nacional. No sería gran cosa si fuesen unos pocos, pero no es el caso. Un poco más arriba del fondo del barril se encuentra una fauna de individuos de poca monta, con serias deficiencias en todos los ámbitos que, como una gran familia amalgamada por la mediocridad, terminaron por ocupar hasta la última manija que controla el país. Entre ellos se encuentra hasta el propio presidente, cuyo tiempo es usado entre amoríos misteriosos, tomarse fotografías, hacer videos en vivo en las redes sociales, andar en bicicleta, subir el cerro, etc., pero ¿gobernar y dedicarse 24/7 al país? Cómo se le ocurre, qué cosa más burguesa.

Nos enorgullecíamos del crecimiento económico sostenido durante años. Hoy los ocupantes de La Moneda se alegran por “crecimiento del 0%” (sí, a ese nivel de imbecilidad han llegado) o se auto engañan –creyendo que todo el país cae redondito– con grandes promesas que no quedan en nada.

Peor aún es el convencimiento absoluto que tienen de que el mundo de fantasías en el que viven es la realidad y que los logros fantasiosos obtenidos en este mundo de Bilz y Pap harán de Chile una gran nación. El 31 de diciembre recién pasado el gobierno compartía la gran noticia de fin de año: Chile había sido escogido número uno… pero en el ránking de la salsa más sabrosa, siendo el chancho en piedra la que ocupa el primer lugar. ¿Ser los primeros en generar empleo? No, para qué. ¿Los primeros en erradicar el terrorismo? No, muy fascista. ¿El país con el mayor crecimiento económico de la región en 2023? ¡Para qué tantos números! Pensé que era broma, pero no, era la dura realidad.

Escupimos al cielo y pasamos de ser el país modelo a nivel regional y mundial en muchos aspectos y en diversos indicadores económicos y sociales, a ser el país de la salsa más rica para acompañar los asados. Pasamos de tener presidentes con cierta estampa, a tener un niño que juega con su celular desde el palacio de gobierno transmitiendo en vivo para todo el mundo cómo el lindo se “cuela” en la entrevista de otro ministro (ministra en este caso) igualmente mediocre, todo aliñado con caritas y risitas que más bien delatan unos cuantos tornillos sueltos y cables quemados.

El año 2024 no nos traerá otro presidente, pero sí la esperanza de que se acabe luego este sufrimiento. Asusta pensar que el desquiciamiento que se ve en el gobierno no sea una cuestión generacional, sino un pésimo síntoma de la debacle moral e intelectual nacional. Prueba de ello que es que ella, la Sra. Bachelet, artífice del derrumbe nacional, haya comenzado a aparecer en las encuestas como presidenciable. Si para allá nos lleva la famosa “sabiduría popular”, ahí me convenceré de que ya no queda esperanza para una reconstrucción nacional y que es mejor salir y cerrar la puerta por fuera.