Felipe Widow Lira


Votar A favor, en el próximo plebiscito, parece difícil de justificar para quien piensa que el origen de este proceso constitucional es el chantaje de la violencia revolucionaria y la respuesta oportunista y/o cobarde de buena parte del resto de la clase política. Y más difícil, aun, si se reconoce que el proyecto de nueva constitución tiene, en comparación con la vigente, muchas debilidades e innovaciones conceptualmente inquietantes: el Estado social y democrático de derecho, el carácter progresivo de los derechos sociales, el interés superior del niño, el cambio climático, entre otros, son conceptos que no tienen neutralidad ideológica, sino que han sido llenados de contenido por la intelligentsia de la izquierda internacional. Su eventual presencia en nuestra constitución es, por supuesto, una grave concesión a la ideología globalista y su totalitarismo cultural.

Esta es la razón, sin duda, por la que muchos de los que se han opuesto con más fuerza a esa ideología y ese totalitarismo hoy ven un obstáculo insalvable para votar A favor. Si queremos ser coherentes en nuestro combate contra la amenaza socialista/woke, parece que debemos rechazar este proyecto y exigir la continuidad de la constitución vigente. Es necesario reconocer que este argumento tiene consistencia y refleja coherencia intelectual y política.

¿Por qué, entonces, votar A favor? Porque, me parece, la pregunta que hay que hacerse no es “¿es mejor el nuevo proyecto que la constitución vigente?”, sino, más bien, “¿por qué aquella izquierda radical y refundacional, y todos los que se contagiaron de su espíritu revolucionario, hoy votan En contra?. Porque lo que ellos buscan es, precisamente, la imposición de aquella ideología globalista y su totalitarismo cultural, ¿cómo es, entonces, que nuestras presuntas razones para votar En contra no son sus razones para votar A favor?

Aquí es donde estimo necesario mirar la cuestión en tres frentes distintos:

1°) La propuesta de nueva Constitución, en algunas materias de primerísima importancia, introduce definiciones que para la izquierda son inadmisibles. Cito sólo los tres casos más notorios: la introducción del “quien”, en la remisión a la ley de la protección de la vida del no nacido, es –como ha sostenido insistentemente la izquierda feminista– una indiscutible afirmación de la personalidad del nasciturus. Igualmente intolerable, para la izquierda, es el reconocimiento y la protección del deber y derecho de los padres en la educación de los hijos, que queda en unos términos mucho más sólidos e inequívocos que lo que existe hoy. Lo mismo se puede decir de la protección constitucional de la libertad de enseñanza.

2°) Aunque el proyecto introduce, en muchos puntos, un lenguaje ideológico de izquierda, lo cierto es que ese lenguaje está matizado y restringido en el propio texto, de una manera que resulta igualmente intolerable para la propia izquierda. Es el caso, por ejemplo, del Estado social y democrático de derecho y del desarrollo progresivo de los derechos sociales, que quedan sujetos al principio de responsabilidad fiscal y, además, expresamente asociados a la provisión mixta (estatal y privada). Aún más claro es el caso del interés superior del niño, que es resignificado al señalar a los padres como sus primeros intérpretes, justo lo contrario de la pretensión ideológica, que usa de este concepto para dar prioridad al Estado en el cuidado y educación de nuestros hijos.

3°) La razón más importante, me parece, es que la constitución de 1980 se encuentra virtualmente desmantelada. El proceso de desmantelamiento ha sido largo, pero se consolidó con la reforma de 2022, que modificó el quórum necesario para cualquier reforma constitucional futura (que pasó de 2/3 a 4/7), y deja al texto constitucional en una fragilidad absoluta (de hecho, la izquierda ya ha tenido una mayoría parlamentaria equivalente a los 4/7, en el segundo gobierno de Bachelet; dato al cual hay que sumar la patológica debilidad que han mostrado sectores muy importantes de la derecha parlamentaria en materias constitucionales). Y ésta es la principal razón por la que la izquierda revolucionaria hoy está jugada por el En contra: todavía quieren refundar Chile, y la fragilidad de la constitución vigente les ofrece una oportunidad mucho mejor que el texto propuesto (que sitúa el quórum de reforma en los 3/5), sea para proseguir el desmantelamiento, sea para iniciar un nuevo proceso, cuando vean que los vientos les soplan, otra vez, a favor.

Estas son las tres poderosas razones por las que la izquierda vota En contra. Tres razones que, en mi perspectiva, son igualmente poderosas para votar A favor.

Dicho lo cual, es necesario hacer una aclaración final: no es verdad que la constitución sea uno de los factores claves y determinantes en el modo en que una sociedad se ordena. O, más bien, matizo: una mala constitución puede hacer muchísimo daño (el proyecto rechazado en 2022 nos habría llevado, sin duda alguna, al despeñadero), pero una buena puede hacer muy poco bien. Anterior y más importante que el debate constitucional es la batalla cultural y, en ella, el globalismo nos ha dado una gran paliza que ha sido favorecida por nuestra patológica pasividad. Por supuesto que la propuesta tiene graves debilidades, pero ellas no son más que un reflejo del estado presente del debate cultural y sus alcances jurídicos y políticos. Hoy, en Chile, las ideas de derechos sociales, interés superior del niño, emergencia climática, etc., ya son operativas jurídica y políticamente, con total independencia de su constitucionalización (no hay más que ver las actuaciones y argumentos de grandes sectores de la derecha –que, presuntamente, se oponen al globalismo–). No debemos sorprendernos, porque este es el efecto inevitable de nuestro abandono de los campos de batalla cultural: de las artes, de la historia, de las letras, de la educación clásica, de la naturaleza, de la religión, de las virtudes personales y sociales, de la justicia conmutativa, distributiva y social. Es necesario hacernos conscientes de que estos espacios no quedan vacíos, sino que son rápidamente ocupados por el igualitarismo, el ecologismo, el feminismo, la ideología de género, el animalismo, el indigenismo, el decolonialismo y un montón de otros ismos…

Sea lo que sea que votemos en el próximo plebiscito, y sea cual sea el resultado, es de esperar que al día siguiente no nos durmamos otra vez en el sueño iluso (y egoísta) del individualismo liberal, pensando que la crisis ya pasó y, por fin, podemos descansar por otros cuarenta años.

Fuente: https://viva-chile.cl/2023/12/por-que-votar-a-favor/

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