Mauricio Riesco V.
Votando “A favor”, en diciembre podremos cerrar un largo proceso constituyente que distraído la atención de los verdaderos problemas de la gente.
La convivencia en nuestro país ha estado prácticamente asfixiada estos últimos años; estamos viviendo en un ambiente tóxico, de odiosidad, incertidumbre, insatisfacción, corrupción, narco-delincuencia, nos hallamos insertos en medio de una crisis política, moral, económica, valórica, institucional, étnica y social que nos amenaza seriamente. Nuestro estado de derecho es precario y no por culpa de la Constitución Política vigente promulgada en 2005 por Ricardo Lagos sino porque las instituciones claramente no están funcionando bien. Estamos viviendo, literalmente, en lo que se denomina un Estado Fallido.
Ya en noviembre de 2019, en medio de la revuelta que vivíamos en esos días, los partidos políticos acordaron firmar el llamado “Acuerdo por la Paz Social y una Nueva Constitución”. Paz sí necesitábamos; nueva Constitución no. O era, quizás, la última prioridad toda vez que nuestros problemas no se derivan de un conjunto de normas marco sino de su falta de aplicación. Es que el Acuerdo fue adoptado para salvar la continuidad del gobierno de entonces y poner coto, solo eso, al vandalismo delincuencial que asolaba a todo el país, pero en su gestación se juntó la astucia y la maldad con la ingenuidad y la torpeza. El hecho es que aún no tenemos ni paz social ni nueva Constitución. Y, por cierto, la crisis continúa hasta nuestros días.
Lo que sí tenemos es un gobierno de extrema izquierda, de extrema incompetencia, y de extrema ignorancia que, controlado por el partido comunista, hizo todos los esfuerzos a su alcance para que se aceptara la primera propuesta constitucional en septiembre del año pasado; una caricatura de Constitución, una especie de manifiesto ideológico desarraigado completamente de nuestra institucionalidad, de nuestra idiosincrasia, de nuestra historia, de la identidad que tenemos como pueblo singular, de nuestras costumbres y tradiciones, propuesta que fue promocionada por el gobierno con una impudicia y desfachatez intolerables. Pero remover el piso a una nación conformada y consolidada a lo largo de 200 años, no se consigue de la noche a la mañana ni menos con un compendio de normas extravagantes, desafiantes y ajenas a todo lo propio y único de la chilenidad. Fue rechazada por casi 8 millones de ciudadanos, el 62% de los votantes.
Ahora, en poco más de un mes, el 17 de diciembre próximo, nos corresponderá acercarnos nuevamente a las urnas y votar una segunda propuesta de Carta Fundamental para Chile. Sabiendo que una Constitución es el marco indispensable para sostener un Estado de Derecho, es conveniente advertir también que ningún texto normativo como ese, por sí solo, podría convertir al país en un paraíso, aunque sí podría transformarlo en un infierno. No haría ricos a los pobres pero sí debería disponer las condiciones para conseguirlo sin empobrecer a los ricos; tampoco haría buenos a los malos aunque sí tendría que ordenar la estructura jurídica del país para evitar la iniquidad. Su sola existencia no resuelve los problemas de una nación, lo que sí puede es evitar algunos. Pero, como norma suprema del ordenamiento jurídico, mientras más preciso sea su texto, más virtuoso su origen, más amplio el apoyo que reciba, más estabilidad dará al país.
En general, se puede decir que el proceso constituyente en este segundo intento no fue apasionado ni estuvo sesgado como el primero; se dio de manera ordenada, sensata, razonable. Los integrantes de la Comisión de Expertos y del Consejo Constitucional –de todo el espectro político– dieron muestras de ser personas competentes, que trabajaron de buena fe, con interés por mejorar lo que hay y no dividir aún más el país; que estudiaron, discutieron, acordaron y redactaron el proyecto de Constitución que votaremos el 17 de diciembre próximo sin guiarse por ideologías ni intereses mezquinos y cumplieron a cabalidad, además, con el compromiso acordado en cuanto a respetar las doce bases acordadas previamente entre todos los partidos políticos para considerar en la nueva Carta. El contenido de la propuesta, asimismo, es justo, prudente y ecuánime; incorpora materias importantes que no están en la Constitución vigente o que, estando, las precisa mejor como, por ejemplo, que “algo” no es lo mismo que “alguien” si se trata del ser humano que está por nacer y a quien el Estado le debe protección. Así, también establece el derecho preferente de las familias para escoger la educación de sus hijos; garantiza la libertad de enseñanza, la libertad religiosa, de pensamiento, de conciencia; otorga una mayor autonomía a los gobiernos regionales; garantiza la propiedad sobre los ahorros previsionales de sus aportantes; disminuye en 17 los escaños de la cámara de diputados; contempla la expulsión de inmigrantes ilegales; vela por un desarrollo en un medio ambiente sostenible; exige un mínimo de 5% de votantes a los partidos políticos; crea la Agencia Nacional Contra la Corrupción, la Defensoría de las Víctimas, una Policía Fronteriza, un plan de salud universal. Promueve la conciliación de la vida personal, familiar y laboral; el desarrollo progresivo de los derechos sociales; hay un reconocimiento explícito de los pueblos indígenas; se hace referencia al principio de paridad; en fin, el proyecto de Constitución Política que se nos propondrá para votar esta vez, tiene todos los elementos necesarios y apropiados como para conducir a Chile por buen camino.
En diciembre cerraremos un largo proceso constituyente que ha generado una creciente incertidumbre y crispación de ánimos, ha agotado la paciencia de una gran mayoría de chilenos, ha frenado la actividad económica y distraído la atención de los verdaderos problemas de la gente. Votando “A favor” no perderemos nuestro “capital político” (a lo que no estaba dispuesta una conocida señora) y, aún sabiendo que no todas las disposiciones constitucionales podrían ser de nuestro agrado, al votar debiera primar la sensatez por sobre las ideologías y prevalecer el amor por Chile por sobre intereses personales, de grupos o de partidos.
En cualquier caso, si estuviéramos desorientados antes de votar, tendremos a mano una brújula infalible para saber si la Constitución propuesta es buena para Chile o no lo es: solo bastará observar la decisión del Partido Comunista y hacer lo contrario; de hecho, éste ya ha dicho que rechazará el proyecto, y entonces debemos concluir que es bueno para Chile.
Fuente: https://viva-chile.cl/2023/11/que-direccion-llevas-chile/
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