3 noviembre, 2023
Ernesto Tironi
Votaré A favor apostando a que ayudará más a generar un desarrollo sostenido, con equidad y menos confrontación en Chile.
¿Con qué fundamentos decidir votar a favor o en contra de la Constitución propuesta en este segundo plebiscito? ¿Se está votando sólo por un nuevo texto?
Para ir en contra, ¿bastaría sostener que es “demasiado de derecha”? ¿Que “abusó” de su mayoría el sector que la tenía? ¿Que no fue de consenso o no nos une? ¿Que así se deja abierto el proceso para insistir con otra? ¿Que el texto dice X en vez de Y en tal o cual materia? Esas son razones legítimas y comprensibles, pero personalmente estimo que insuficientes o demasiado superficiales. Podemos ir más lejos.
Llegó el momento de una evaluación global, más profunda y más en consciencia para sopesar cual opción podría ofrecer un mejor camino para un desarrollo integral del país. No basta una decisión sólo con la razón ni sólo con la emoción. Los humanos somos más que puros argumentos y pasiones; tenemos consciencia. Ella sólo puede aparecer y expresarse cuando nos detenemos y abrimos un espacio de quietud y respeto.
Necesitamos una perspectiva histórica de más largo plazo para decidir un tema como este. Desde completar su independencia, Chile ha tenido sólo tres Constituciones en 190 años. La del 33 duró 92 años, la del 25 duró 55 y la del 80 sólo 43. No es asunto sencillo ni baladí entonces diseñar y conservar una nueva Constitución. Y los últimos diez años de intentos por reemplazar la del 80 nos ha enseñado eso.
Para decidir entonces si tiene sentido aprobar o rechazar la actual propuesta deberíamos mirar y evaluar si mejoraría el curso que lleva la política y la sociedad chilena considerando los últimos 50 a 60 años, y el punto de quiebre en que hoy nos encontramos. En esa perspectiva, ¿qué podemos observar?
Diría que tenemos tres problemas o situaciones principales a superar: primero, un deficiente sistema de gobierno del país, caracterizado por la dificultad para lograr acuerdos entre Ejecutivo y Parlamento; debilitamiento de instituciones fundamentales (ej. Carabineros), y postergación de decisiones clave como reforma de pensiones, salud y del Estado mismo (para menos corrupción y lentitud). Segundo, un ya prolongado estancamiento económico, poca inversión y detención del proceso de mejoramiento de la distribución de ingresos. Y tercero, un largo período de confrontación y polarización política excesiva de la sociedad chilena, que ha permitido que se eleve la violencia, tanto social como territorial y poblacional (narcotráfico, terrorismo, etc.).
Para responder a esos graves desafíos, un sector político nacional planteó que la solución era un cambio radical del país, una refundación, que comprendía redactar una nueva Constitución, reemplazar el modelo económico vigente, que caracterizaron como neoliberal, eliminar el Senado, etc. Para conseguir apoyo para esa opción, creyeron suficiente esos planteamientos y el argumento de que la Constitución antigua había sido aprobada en dictadura, a diferencia de la nueva que sería democrática. Pero una contundente mayoría nacional rechazó esa propuesta.
Habría sido ideal que el segundo proceso de reemplazar la Constitución del 80 (o del 2005) hubiera permitido un mayor consenso. Nuestra sociedad y dirigencia política lamentablemente no están hoy en condiciones de alcanzar ese ideal. Estamos demasiado polarizados; hay demasiados fanatismos en ambos polos del espectro político. La cuestión ahora es si -aceptando eso- esta nueva propuesta de Constitución es mejor que seguir como estamos.
Si la nueva se pareciera demasiado a la propuesta del plebiscito anterior, sería lógico rechazarla. Si fuera demasiado parecida a la actual también. Pero no es ni lo uno ni lo otro. No tiene grandes retrocesos respecto a la de hoy, y tiene suficientes propuestas nuevas orientadas a superar los problemas que nos tienen atascados. En especial, el fortalecimiento de la democracia al dar cumplimiento a las doce bases del Acuerdo por Chile, apoyada en el aporte de los expertos. También los cambios en el sistema político para reducir áreas de ingobernabilidad y facilitar la descentralización y modernización del Estado. Finalmente mejoras en la consagración de un Estado Social y Democrático de derecho, avances en derechos de las mujeres y en cuidado del medio ambiente y sostenibilidad.
La propuesta no es perfecta, pero tampoco inaceptable. Sería mucho más costoso rechazarla. Prolongar la incertidumbre seguiría deteniendo la inversión y elevando el desempleo.
Por último, votar a favor es más que votar por un texto, así como votar por cierto candidato a Presidente no es sólo votar por un programa de gobierno, un partido o una ideología. Se vota también por apoyar cierta persona y por sus atributos: alguien más dialogante o confrontacional, experimentado o novato, etc.
En el caso de esta nueva propuesta de Constitución votaremos también por qué base van a tener los principales partidos, grupos y coaliciones para seguir actuando. Si gana el A favor quedará más debilitado el argumento de que hay que hacer cambios más profundos a la Constitución para tener un mejor país. Ya no estará tampoco el argumento de cambiarla por no haberse gestado en democracia.
Votaré A favor apostando a que ayudará más a generar un desarrollo sostenido, con equidad y menos confrontación en Chile. Para contribuir a eso, lo haré con mucho respeto a quienes votarán En contra, pero convencido que ganará el A Favor y que es lo mejor para Chile.
Fuente: https://ellibero.cl/opinion/como-votar-en-el-segundo-plebiscito/
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