Gerardo Varela
Lo que resulta siempre debatible es cuál es la condición diferenciadora que justifica una discriminación justa y no arbitraria.
Cumplí 60 años y ahora hago una cola preferente en los supermercados y pago entradas de tercera edad, todo lo cual me ha hecho pensar en cuáles privilegios son justos y quiénes se lo merecen. Existen muchas formas de discriminación que no nos ofenden, porque tienden a mejorar una desventaja, objetiva y reconocida. Los estacionamientos para discapacitados o embarazadas no nos parecen injustos. ¿Pero qué ocurriría si hubiera privilegios para miembros de un partido o para personas moralmente superiores?
Detrás de esta discusión está la idea aristoteliana de que es tan injusto tratar igual a personas distintas que distinto a personas iguales. Lo que resulta siempre debatible es cuál es la condición diferenciadora que justifica una discriminación justa y no arbitraria. En el pasado proyecto constitucional, los chilenos rechazaron que la etnia fuera una condición habilitante para tener privilegios.
EE.UU. viene discutiendo esto hace rato respecto de la raza. Primero se dividieron sobre si era justo que los blancos fueran dueños de los negros; después de una guerra civil, se abolió la esclavitud y se aprobó una enmienda constitucional que establecía que la Constitución sería racialmente neutra (color blinded). Esto en el Sur lo interpretaron como que permitía vivir juntos pero no revueltos (separated but equal), lo que demandó años poder terminar, para después impulsar la idea de que la minoría negra requería o merecía ciertas ventajas y se impulsó lo que se llamó “acción afirmativa” o “discriminación positiva”.
Esta nueva forma de racismo se incorporó al sistema de admisión universitario, en que a los negros se les empezó a medir con otra vara para darles más acceso a universidades de élite. Toda discriminación positiva tiene “un precio sombra” (un costo invisible) que alguien paga. En este caso, lo pagaban los asiáticos y recurrieron a la Corte. Ellos objetivamente merecían más cupos en las universidades que los que estaban obteniendo por los beneficios de los negros. La Corte Suprema, en una sentencia que invito a leer (particularmente, el voto de Clarence Thomas, págs. 49 a 106), dijo que las discriminaciones por raza eran inconstitucionales, lo que no significa, sin embargo, que las universidades no puedan atender las circunstancias personales de sus postulantes para beneficiarlos. Esta distinción está en el corazón de la discusión política actual, si las discriminaciones positivas deben ser grupales (rechazadas por la Corte) o individuales (permitidas por ella). En síntesis, la Corte resolvió que es tan discriminador reservar asientos para blancos en un bus como cupos para negros en la universidad (Thomas señala: “Yo hubiera pensado que la historia ya nos habría enseñado a ser humildes cuando se trata de distinguir entre los usos buenos y malos del criterio racial”). Las reacciones al fallo desde la izquierda han sido histéricas, validando esa verdad universal de que cuando te acostumbras a los privilegios te sientes discriminado si te los quitan y te tratan igual que al resto. Para la derecha, la sentencia honra el sueño de Martin Luther King: “Llegará el día en que nadie sea juzgado por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”.
La igualdad ante la ley o la igualdad en dignidad y derechos de todas las personas, es una conquista de las sociedades libres que debe cuidarse y no despreciarse porque existan excepciones que justifiquen ciertos y especiales tratos preferentes.
La izquierda repudia este concepto y ha mutado desde perseguir la igualdad a luchar por la “equidad”. Para eso nos separa entre oprimidos que merecen beneficios y opresores que deben andar pidiendo perdón y humillándose por la vida, incluso por los pecados históricos cometidos por su raza o sus ancestros. La izquierda pretende controlar el Estado para erigirse en el juez supremo capaz de impartir justicia corrigiendo inequidades y creando privilegios para las víctimas y castigando a los victimarios. Nadie ha resumido mejor ese cambio ideológico que Thomas Sowell: “Si tú siempre has creído que todas las personas deben ser juzgadas por los mismos estándares, eso te hubiera convertido en un radical hace 60 años, en un liberal hace 30 y en un fascista hoy”.
Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2023/07/08/108811/unos-mas-iguales-que-otros.aspx
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