29 abril, 2021

 

 

 

 

 

Cristóbal Aguilera
Abogado, académico Facultad de Derecho U. Finis Terrae


El instinto de supervivencia, tan presente en nosotros por nuestra condición de mamíferos, aflora con mucha fuerza en circunstancias como las actuales. El problema de esta reacción, sin embargo, es bastante evidente: esta es precisamente la actitud que termina por aniquilar a las sociedades.


¿Qué hacer en estos tiempos grandes y difíciles? Todo parece indicar que las dificultades por las que atraviesa el país son solo el prefacio de una crisis mayor cuyo horizonte es totalmente incierto. El temor a que las cosas empeoren (y empeorarán) trae consigo múltiples tentaciones. Una de ellas es caer en la lógica del sálvese quien pueda.

Sálvese quien pueda es una reacción natural frente al desastre. El instinto de supervivencia, tan presente en nosotros por nuestra condición de mamíferos, aflora con mucha fuerza en circunstancias como las actuales. El problema de esta reacción, sin embargo, es bastante evidente: esta es precisamente la actitud que termina por aniquilar a las sociedades. Una comunidad es tal en la medida en que exista –como su nombre lo indica– algo en común. Sálvese quien pueda rompe todos los lazos comunitarios: ya no hay un nosotros, sino puros individuos.

El individualismo, en efecto, no solo es una de las causas de la crisis social en la que nos encontramos, sino que también puede llegar a ser una de sus consecuencias. Pero el individualismo, en este sentido, es un lujo que muy pocos se pueden dar. Los botes salvavidas jamás podrán contener a toda la tripulación de un barco que se hunde. Y son los pobres los que, como siempre, se llevan la peor parte cuando cae la oscuridad.

El individualismo ha carcomido nuestro tejido social durante mucho tiempo. Y no me refiero a ese individualismo adolescente, aunque muy extendido, de quienes buscan desarraigarse de todos los lazos y que pretenden encontrar su identidad fuera de toda comunidad. Me refiero al individualismo, por así decir, de élite. Alexis de Tocqueville lo describía del siguiente modo: “es un sentimiento reflexivo y apacible que predispone a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a retirarse a solas con su familia y amigos, de modo tal que, después de haberse creado así una sociedad a su disposición, abandona voluntariamente la gran sociedad a su suerte”. Esto solo pueden conseguirlo quienes, entre otras cosas, son económicamente privilegiados.

¿Cómo encontrar, entonces, en estos momentos de decadencia, los fundamentos morales en virtud de los cuales sea posible convocar a la ciudadanía a comprometerse con su país? Es difícil responder esta pregunta. Es difícil, pero es urgente; una urgencia que no solo los políticos deben tomar en serio, sino que todos nosotros. En un sentido mucho más profundo que el desafío que nos pone por delante la pandemia, de esta crisis no es posible salir sin un compromiso ético de todos los integrantes de este país que llamamos Chile.

Benedicto XVI decía que sin solidaridad las sociedades corren el serio riesgo de caer en un particularismo social. Al mismo tiempo que se oyen voces que nos invitan a arrancar a otras tierras, es necesario volver a valorar la comunidad política como un bien y no un mero medio: urge que asumamos el deber de comportarnos como verdaderos ciudadanos.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/cristobal-aguilera-salvese-quien-pueda/

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