Por Blanca Castilla y Cortázar, Doctora en Filosofía y Teología de la Universidad Complutense y Máster en Antropología, miembro de la Real Academia de Doctores. Catedrática de la Universidad de Navarra
En realidad somos iguales y diferentes simultáneamente y en lo mismo. Somos iguales por ser personas; por participar de la misma naturaleza; ambos tenemos cuerpo y espíritu. Y a la vez somos diferentes en cuanto al cuerpo, a la psicología y al modo de ver las cosas.
Sin embargo, somos más iguales que distintos, pues la diferencia se calcula únicamente en un 3%. Esto lo afirman los genetistas que evidencian que todas las células de nuestro cuerpo son sexuadas. Hasta las de los dedos de las manos son o XX o XY. Seguramente la endocrinología aumente ese %, porque la diversa combinación de hormonas condiciona bastante la biología y la psicología. Pues bien, ese pequeño % presente en todas las células, lo está igualmente en todos los ámbitos de nuestra personalidad. Esa pequeña diferencia nos hace complementarios; allí donde juegan masculinidad y feminidad mana fecundidad, no sólo en el aspecto biológico, también en el cultural, en el artístico, en el político y en el social. Sin embargo, se trata de plantear nuevas hipótesis porque la complementariedad se ha entendido mal. Durante siglos, y aún hoy en día la imagen intelectual de la complementariedad es la del andrógino platónico: un ser dividido en dos mitades, y que se completan en uno aportando cada cual la mitad. (El andrógino sigue actuando en el imaginario).
Sin embargo, el caso del ser humano no es el del andrógino: la unidualidad humana está compuesta por dos seres humanos que se hacen uno. No es que originariamente uno se parta en dos, sino al revés, dos que se hacen uno. Pero no deja de haber complementariedad, biológica, psicológica y ontológica. Esta es una parte de la antropología que está sin desarrollar a la que yo he venido a denominar pomposamente Antropología Diferencial. Porque -como afirma Janne Haaland Matláry- el «eslabón perdido» del feminismo es «una antropología capaz de explicar en qué y por qué las mujeres son diferentes a los hombres»[1].
Por otra parte está el grave problema de la subordinación de la mujer, todavía existente en la práctica en diferentes aspectos y justificada en alguna cultura, como la musulmana. En este aspecto se centra todo el ámbito académico, que ha forjado hasta términos específicos, como «el patriarcado», cultura en que domina en androcentrismo. Y los/as distintas intelectuales forjan sus términos para combatirlo. Así Amelia Valcárcel[2] emplea el término «equipotencia» o el de «equivalencia» de Börresen[3], para poner de manifiesto que varón y mujer son de la misma categoría también en su distinción. Otro término importante es el de «modalización».
Pero a mi modo de ver los términos por excelencia son: ««reciprocidad» y «complementariedad». Errores que ha habido con respecto a la complementariedad además del andrógino:
Se ha considerado que el varón era superior a la mujer; ésta no parecía tener valor por sí misma, era el complemento del varón y su única misión era servirle. A esto le hace una crítica soberana Simone de Beauvoir.
Otras veces se ha entendido como una distribución de virtudes y cualidades. Se hablaba de virtudes femeninas y masculinas. Propio del varón es la fortaleza, de la mujer la ternura (aunque luego vienen los psiquiatras y dicen que ternura, ternura, la del varón, que puede pasar sin ella hasta los 35 pero a partir de entonces si no la desarrolla, personalidades deformes).
Por último se decía que la complementariedad estaba en un reparto de roles sociales. Esto teñido de una característica: los trabajos desarrollados por las mujeres eran considerados como subalternos y de simple apoyatura a los masculinos. Durante siglos se ha repartido el mundo pensando que la esfera privada pertenecía a las mujeres y la pública a los varones. Pues bien, si se unen todos estos argumentos la mezcla es explosiva: la mujer, inferior al varón, representaba la pasividad frente a la actividad masculina, era sentimental e indefensa frente a la racionalidad y la valentía del varón.
El «eslabón perdido» del que hablábamos -la diferencia-, no deja de tener sus dificultades- En efecto, igualdad o identidad no es uniformidad ni igualitarismo. En concreto dividir las cualidades y las virtudes entre masculinas o femeninas es ilusorio. Las cualidades, en gran medida, dependen de las individualidades, no del sexo. Respecto a las virtudes éstas son humanas y, por tanto, el varón y la mujer pueden vivirlas todas. Lo que sucede es que el varón o la mujer, ordinariamente tienen más inclinación para unas determinadas cualidades o virtudes. Así en términos generales los varones suelen tener mayor capacidad de proyectos a largo plazo, cierta tendencia a la racionalización, la exactitud y el dominio técnico sobre las cosas, etc...; y hay otras cualidades que las aporta generalmente la feminidad. Entre otras, es más espontáneo en la mujer una mayor facilidad para conocer a las personas, la delicadeza en el trato, la capacidad de estar en el concreto, la intuición, la tenacidad[4]. Pues bien, cada cual, sea varón o mujer, puede vivir todas las virtudes, y para ello cada uno ha de aprender -no imitar- del otro sexo. Esto se hace de un modo natural en la familia. En este sentido, afirma Yung que los sexos no sólo son complementarios entre ellos, sino en el interior de cada uno. Hablaba del Anima de los varones (La Gioconda de Ortega y Gasset). Y no le quedó más remedio que admitir también un Animus en el alma femenina.
Por otra parte, teniendo capacidad para ejercitar todas las virtudes, sin embargo, éstas cristalizan de un modo distinto en el varón y en la mujer. Varón y mujer tienen un modo peculiar de hacer y vivir lo mismo. Ahí surge un nuevo concepto de la antropología diferencial: la modalización. Ahí radica la verdadera complementariedad. Por eso la diferencia varón-mujer no se cifra en tener diversos roles. La mayor parte de los trabajos son intercambiables. Y precisamente por la diferencia es bueno que los equipos laborales estén formados por hombres y mujeres. En cada actividad se hace necesaria la cooperación de los dos sexos, en razón de sus matices femeninos y masculinos. Por eso el varón ha de estar más presente en la familia y la mujer en la sociedad. Hace falta ir hacia lo que se podría describir como una familia con padre y una cultura con madre. Esto requiere muchos cambios sociales y cambios de mentalidad.
Persona femenina, persona masculina
En cuanto a la complementariedad ontológica, «el sexo es constitutivo de la persona no sólo atributo suyo», siendo que hasta ahora venía considerándose un accidente.
Que sea constitutivo de la persona tiene muchas consecuencias influye directamente en la personalidad, configura el yo y la identidad personal.
La persona tiene al menos dos notas peculiares. 1) La autopropiedad de su propio acto de ser, distinto del acto del ser del Cosmos, que es uno solo para todo él y no es libre. Por eso desde Heidegger al acto de ser del Hombre se lo le llama Ser-Con. 2) La segunda nota también se refiere al Ser-Con. Es la apertura, su llamada a la comunión. Toda persona está abierta al otro. Una persona sola sería una desgracia, porque no tendría con quien comunicarse, a quien darse. Todo “yo” requiere al menos un “tú”.
Si el sexo configura la persona misma, se podría decir que la apertura constitutiva que tiene cada persona tiene dos modalidades. Esa modalización -de la que hablábamos- es relacional. En este sentido Julián Marías es muy gráfico y certero. Ej. de las manos. Existen muchas constataciones fenomenológicas: ej. de Buytendij, que necesitan una profundización filosófica. En cuanto a la apertura, el varón se abre de un modo peculiar: hacia fuera. La mujer también se abre a los demás con su modo: hacia dentro, acogiendo.
Estos tipos de apertura se pueden expresar con preposiciones, que son las palabras que indican las relaciones. Al varón le correspondería la preposición desde, pues parte de sí para darse a los demás. A la mujer le correspondería la preposición en: pues se abre dando acogida en sí misma.
Esas relaciones se manifiestan de un modo gráfico en la generación de un nuevo ser. El varón al darse sale de sí mismo. Saliendo de él se entrega a la mujer y se queda en ella. La mujer se abre y se da pero sin salir de ella. Es apertura pero acogiendo en ella. Su modo de darse es distinto al del varón y a la vez complementario, pues acoge al varón y a su amor. Sin la mujer el varón no tendría donde ir. Sin el varón la mujer no tendría a quien acoger. La mujer acoge el fruto de la aportación de los dos y lo guarda hasta que germine y se desarrolle. Durante este proceso el varón está al margen.
Así, si la metafísica versa con substancias y la antropología axesuada conjuga pronombres, la antropología diferencial sólo se puede hacer con preposiciones, que son los términos gramaticales que describen las relaciones. Al varón le correspondería la preposición desde, pues parte de sí para darse a los demás. A la mujer le correspondería la preposición en: pues se abre dando acogida en sí misma. La persona varón se podría describir, entonces con Ser-Con-Desde, o Coexistencia-Desde, y a la mujer como Ser-Con-En, o Coexistencia-En.
Posteriormente la mujer es apertura para dar a luz un ser que tendrá vida propia. A través de la mujer y con ella el varón está también en el hijo. El varón está en la mujer y está en el hijo, pero como fuera de él. La mujer, sin embargo, es sede, casa. El varón está en la mujer. El hijo, cuando ya está fuera de su madre, en cierto modo, sigue estando en ella. También la mujer está en el hijo, pero fundamentalmente ellos están en ella.
Pues bien, este modo de darse diferente y complementario se da en todos los campos y en todas las relaciones humanas heterosexuadas, y apoyándose en la dimensión constitutiva de apertura que la persona tiene podría dar lugar a dos modos de ser persona: la persona femenina y la persona masculina.
La realidad humana sería, entonces, disyuntamente o Ser-Desde o Ser-En. Ahí radicaría la principal diferencia entre varón y mujer, en ser dos tipos de personas distintas, que se abren entre sí de un modo respectivo diferente y complementario. En este sentido el Ser humano sería también más rico que el Ser del cosmos, en el que el transcendental por antonomasia sería el Uno (no el Dos, como en el ser humano) ni estaría internamente diferenciado. Se podría decir que en el ser humano hay una naturaleza y dos tipos de personas. Afirmar que la diferencia varón-mujer es una diferencia en la persona supone, por otra parte, haber anclado la diferencia definitivamente en la igualdad. Varón y mujer, cada uno es persona. Tienen la misma categoría; la diferencia entre ellos posee el mismo rango ontológico. La diferencia no rompe la igualdad. Sobre la base de la reciprocidad se trata de una Unidualidad Relacional Complementaria.
Bibliografía
[1] HAALAND MATLARY, Janne, El tiempo de las mujeres. Notas para un Nuevo Feminismo, ed. Rialp, Madrid, 2000, p. 23.[2] Cfr: VALCÁRCEL, Amelia, Sexo y Filosofía. Sobre mujer y poder, Anthropos Barcelona 1991.[3] Cfr. BØRRESEN, Kari Elizabeth, 1990, en SPINSANTI, Sandro, Maschio-femmina…, p. 113.[4] Tengo ante mis ojos una larga lista titulada «valores de la complementariedad», entresacada de varios autores y también de la observación. Así los empresarios dicen que los varones tienen mayor capacidad para hacer proyectos y las mujeres para valorarlos, Ballesteros hace un elenco mayor. Relaciona:
La exactitud la analogía;
Lo superficial (Longitudinal o lineal) lo profundo;
El análisis la síntesis;
El discurso la intuición;
La competencia la cooperación;
El crecimiento la conservación y cuidado;
Lo productivo lo reproductivo.
Los primeros corresponden a la masculinidad y los segundos a la feminidad.Desde otro punto de vista más espacial se dice:
La línea/el cubo el círculo/ la esfera.
Y hay un gran elenco de valores complementarios:
Proyectos a largo plazo captar y resolver con lo mínimo necesidades presentes
(Magnanimidad) (Economizar)
Inventar mantener
Lo abstracto lo concreto
La norma la flexibilidad
La justicia la misericordia
Lo cuantitativo lo cualitativo
La expresión la interpretación
El concepto el símbolo
La especialización la visión de conjunto
Todos estos valores se resumen diciendo que los varones tienen una mayor habilidad para dominar las cosas y para manejar ideas abstractas y las mujeres una mayor facilidad para el conocimiento y el trato con las personas.
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