29 de septiembre, 2019
Vanessa Kaiser
Es razonable el llamado de una periodista alemana a los gobiernos y ciudadanos para abrir la discusión e integrar a los disidentes. Sobre todo, si tenemos en consideración las predicciones científicas de décadas pasadas.
Muy lejos de sus genuinas preocupaciones por el cambio climático, me parece que Greta vive en el país de las maravillas. Allí es dueña de la única verdad, no existen voces disidentes, el debate está clausurado y todo aquél que se atreva a contradecirla es un hereje, negacionista, perverso que anda robándole la infancia. Naturalmente, esto molesta a quienes valoramos el debate, fundamento de la democracia y el pensamiento libre. En términos de Hannah Arendt, la joven sueca está atrapada por una camisa de fuerza mental cuyo fundamento es la exclusión de toda perspectiva que interfiera en las propias creencias.
¿Está Greta atrapada por un tipo de ideología fundada en absurdos tan ridículos como la necesidad de la destrucción de la propiedad privada para emancipar nuestra humanidad? No, claramente, no. Ella está informada de una parte de la realidad que, como siempre sucede, ha sido nutrida por todo tipo de voces: científicas más y menos serias, alarmistas, románticas, catastrofistas y, también religiosas (basta ver su imagen santificada con alas angelicales y aureolas virginales).
Todas esas voces podrían ser parte de una discusión amplia en la que se abra espacio a los mesurados, a los que dicen, también con estudios serios, algo diferente, como el Nobel en Física Ivar Giaever o Kary Mullis, Nobel de Química, ambos escépticos del cambio climático. En este contexto es razonable el llamado de una periodista alemana a los gobiernos y ciudadanos para abrir la discusión e integrar a los disidentes. Sobre todo, si tenemos en consideración las predicciones científicas de décadas pasadas. Por dar algunos ejemplos, el año ‘89 la ONU decía que si no frenamos el calentamiento global para el año 2000 parte importante de los países estarían bajo el agua. El ‘67 se pronosticaba que habría hambrunas gigantescas para el ’75; el 10 de agosto del ’69 el New York Times publicaba que estaríamos todos muertos en 20 años producto de la polución; el 16 de abril de 1970 el Boston Globe afirmaba que estábamos próximos a una nueva era de hielo y que nos congelaríamos; en 2008 Al Gore predijo que 2018 ya no existiría el Polo Norte. (Más tarde admitiría que el problema no es el CO2, sino el gas metano. Tuvo que reconocer su error después de los informes de la NASA y coincidir con los informes de James Hansen. Este físico y climatólogo estadounidense, profesor adjunto en el Departamento de Ciencias Terrestres y Ambientales de la Universidad de Columbia que dirigió hasta 2013 el Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA en Nueva York, publicó en la revista Proceedings, de la Academia Nacional de Ciencias de EE. UU, que el rápido calentamiento global de las últimas décadas se debe a otros gases de efecto invernadero como los clorofluorocarbonos, metano, ozono, óxidos de nitrógeno y partículas de hollín. ¿O sea que si reducimos sólo el CO2 seguiremos destruyendo el planeta? Según Hansen sí, pero hoy el foco está puesto en el CO2. ¿Por qué? Algunos dirán que ahí está el negocio. Dejando las especulaciones de lado hay que reconocer que la lista de errores es tan larga que no hay espacio en una columna para seguir. Lo que sí podemos hacer es levantar las alarmas y abrir el debate.
Salgámonos del país de las maravillas en que vive Greta, donde ella es la dueña de la verdad; una heroína, para mi gusto, demasiado cristiana. La hubiera preferido más al estilo griego antiguo. Y es que, influenciada por esa cultura, estaría orgullosa de haber podido dar un sentido a su vida contribuyendo a las conciencias de una humanidad que, sin duda, debe aprender a proteger su planeta, equilibrar las formas de producción y evitar al máximo las externalidades negativas en el uso de los recursos. Pero Greta está empapada del viejo cristianismo; de ahí que haya llorado por el robo de su infancia y nos muestre su sacrificio como prueba de su pureza e ingenuidad. Ella quería jugar a las muñecas, pero la vida le ofreció la oportunidad de hacer un llamado muy valioso para el mundo, mientras, en otras culturas, a su edad, las jóvenes ya están casadas y son madres de varios hijos. Pero en el país de las maravillas nada de eso forma parte del paisaje. Tampoco el que sean los países capitalistas más avanzados los que menos contaminan o que el consenso científico se funde en la exclusión de todos los que disienten.
En un reportaje de 2007 el canal alemán ARD denunció la censura a la que están sometidos los científicos disidentes. “No al apocalipsis”, dice el autor de El ecologista escéptico, ex activista de Greenpeace y profesor de estadísticas danés, Björn Lomborg. En la entrevista aparece explicando cómo, mientras más estudiaba el cambio climático, más dudas tenía acerca de que los humanos fuéramos su causa. Este profesor fue mencionado entre las 100 personas más influyentes por la revista Time, pero la ONU jamás le ha dado un espacio para exponer los resultados de sus investigaciones. Incluso fue comparado con Hitler por sus personeros. Richard Tol es otro de los científicos silenciados. Profesor de economía en la Universidad de Sussex y de economía del cambio climático en la Universidad Vrije de Amsterdam, también miembro de la Academia Europea. Fue expulsado del IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático) por plantear que es necesario aplicar otros modelos y tener en cuenta que las políticas climáticas pueden empeorar la situación. También se encuentra exiliado del país de las maravillas Nigel Calder, editor de la revista New Scientist (1962- 1966) – quien siguiera al IPCC desde su formación- y los 92 científicos que firmaron una carta desmintiendo el rol que nos cabe como causa del cambio climático.
La lista es larga: Judith Curry, climatóloga estadounidense y ex directora de la Escuela de Tierra y Ciencias Atmosféricas en el Instituto de Tecnología de Georgia y Henri Svensmark, director del Centro de investigación climático-solar en el Instituto danés de investigación espacial (DSRI), quien forma parte del Centro espacial nacional danés. Mientras la primera tiene más de 12 mil citas de sus trabajos sobre el tema y no recibe ningún apoyo financiero por cuestionar las herramientas de medición del cambio climático, para el segundo la causa se encuentra en las manchas solares que el IPCC simplemente no considera. Por su parte, Freeman Dyson, físico, teórico, profesor emérito en el Institute for Advanced Study en Princeton y miembro del Boletín de los científicos atómicos, cree que los modelos climáticos actuales no incluyen ciertos factores y por eso los resultados contienen errores demasiado grandes para predecir correctamente las tendencias del futuro. En Chile también tenemos a un experto disidente. Douglas Pollock participó en la conferencia científica sobre cambio climático realizada en Washington DC (ICCC-12) (2017, único iberoamericano asistente) … ¿Lo ha oído nombrar o visto en la televisión? Supongo que no; Pollock fue escuchado por Trump y todos sus asesores, pero en Chile nadie lo conoce.
No es raro que exista un consenso cuando se silencia y excluye sistemáticamente a quienes desafían el discurso hegemónico del país de las maravillas, donde el dinero recaudado de todos los contribuyentes sirve a un solo tipo de investigación: la que ratifica el advenimiento del fin de la humanidad. Esto debiese de ser motivo de preocupación puesto que el clima es un asunto de todos y, por tanto, tenemos derecho a oír las otras versiones, a lo que yo agregaría un conocimiento que Greta, por su juventud, no puede tener: una nunca sabe dónde está el Galileo de hoy. Normalmente, si se mira la historia, no se encuentra entre quienes comparten el consenso. La ciencia es, probablemente, la manifestación humana de la rebelión más profunda en contra de todo lo establecido por los poderosos de turno, los hábitos y las costumbres. Ciencia que excluye a la disidencia se transforma en una religión y el que se trague el cuento del país de las maravillas, en un acólito.
Es en contra esta nueva religión que el espíritu liberal se resiste, no sólo por su amor incondicional a la diversidad de perspectivas, sino porque hay que vivir en el país de las maravillas para no darse cuenta de las graves consecuencias que podría provocar el alarmismo ambiental. Y es que el cambio climático es la excusa perfecta para darle un poder omnímodo a los políticos de turno que les permita destruir todas las libertades individuales. A Greta no le podemos preguntar, pero a los adultos que hoy excluyen todo tipo de disidencia, sí: ¿qué va a pasar con los derechos sociales una vez liquidada la matriz del capitalismo en que se sostienen? ¿Cuál va a ser el límite de nuestras castas políticas a su injerencia en las vidas de las personas? Al menos sobre eso podríamos empezar a discutir, mientras Greta continúa con un discurso que el capitalismo en sus fases más avanzadas ya superó. Como bien decía Marx en La ideología Alemana las condiciones materiales siempre se anticipan a nuestras ideas.
Fuente: https://ellibero.cl/opinion/vanessa-kaiser-greta-en-el-pais-de-las-maravillas/
.