Alex Droppelmann Petrinovic
Psicólogo clínico-Psicoanalista
La renuncia del ministro Mañalich además de producir decepción y una cierta pérdida de ilusión de aquellos electores que hicieron posible la elección del actual presidente, que en general aún vivimos esperando que este de gestos de autoridad y fortalecimiento, los que se diluyen cada vez más con el tiempo de su mandato, nos rebelamos al entreguismo demostrado y sólo nos queda el espacio de la reflexión, la denuncia y la propuesta en el plano de las ideas.
Nos podrán quitar la dignidad, la esperanza, pero nunca la posibilidad de pensar.
¿Qué otra cosa puede auspiciar un cambio que la luz que pudiera sumar las reflexiones de muchos en términos de análisis y denuncia a los hechos que nos superan cada día más?
Voy a intentar recorrer entre las cenizas de la hoguera de lo ocurrido, voy a escribir o recobrar alguna línea para inscribir en el epitafio del saliente ministro. Voy a esperar al igual que la última de las etapas que describe René Girard en sus reflexiones acerca del “Chivo expiatorio” la denuncia que, a partir del martirio del Gólgota, toda expiación por la muerte no es sino un asesinato.
Es decir, la presentificación de un asesinato de una víctima inocente.
Girard nos refiere a la mimesis donde afirma que los hombres, los grupos y la masa que los conforman actúan por imitación.
Es así como un grupo suele mimetizarse con el deseo del otro. En la medida que un grupo adquiere o se acerca al objeto de su deseo, el otro que deseaba quizás otra cosa, se funde en el mismo deseo: en este caso, el poder representado por el ejercicio de ese poder.
Es así como grupos contrarios terminan confluyendo en un mismo objeto de deseo y por ello se desata de forma violenta y encarnizada una rivalidad mimética.
La lucha por el mismo objeto suele ser despiadada y feroz.
Yo quiero lo mismo que tú deseas, por ello debemos rivalizar por ello. Yo quiero lo que tú quieres.
En este caso hablamos del poder y su ejercicio.
Cuando la violencia se hace paroxística se hace necesario que dichas fuerzas idénticas en su deseo y rivales en su consecución necesitan un acto de catarsis, ante lo cual desvían su rivalidad para consensuar en la construcción de un objeto de pacificación: un chivo expiatorio.
Elección que pone la rivalidad y su violencia entre paréntesis por confluir en forma unánime en el chivo expiatorio que la conjura.
La culpa común al recaer en una víctima inocente, permite una regulación de la violencia al menos por un tiempo, hasta que aparezca un nuevo objeto de deseo para uno con el cual la otra fracción habrá de mimetizarse y así se reiniciará una nueva rivalidad mimética.
No cabe duda aquí, el chivo expiatorio ha sido el ex ministro de salud, cumple con las condiciones propias de esta dinámica, objeto en cierto modo puro, probo, diligente, íntegro, virtuoso y por ello digno de ser imitado.
Por ello un objeto donde transferir la ira que se hacía insoportable y que con su sacrificio podrá advenir la catarsis a esa violencia cuyo goce se hacía insoportable.
En la antigüedad el pueblo israelita dividía esto del chivo expiatorio decidiendo al azar entre dos chivos, el uno que se ofrecía al sacrificio de los dioses y el otro que cumplía con la expiación de todas las faltas, transgresiones y pecados de su pueblo. Este último era expulsado al desierto, es decir condenado a la ignominia y a su muerte.
Los cruzados, más pragmáticos, buscaban en las batallas conjurar el horror de la muerte, de las desgracias de las enfermedades y las pestes, capturar a un enemigo (los turcos para el efecto) y ofrecerlo a él como depositario de todas las desgracias y pesares. De este modo se le cortaba la cabeza, se enterraba en una pértiga y se ofrecía como señal de conjuro de las calamidades ocurrentes al signarlo depositario de tales desgracias.
Vernáculamente cuando ocurren eventos como el que hemos vivido decimos que el inocente sacrificado ha sido la cabeza de turco ofrecida a las circunstancias.
Max Weber por otro lado hace referencia al chivo expiatorio que en las sociedades donde no se criaban animales bien podría ser un humano, como el modo que posibilitaba, al ser ofrecido como ofrenda, un nuevo pacto con los dioses donde se definían por ambas partes obligaciones consensuadas.
Hablamos de pacto porque las obligaciones provenían tanto de los dioses como de los hombres.
Sino hablaríamos de sumisión.
Se fuerza a los dioses por la ofrenda, que no pueden rechazar sin conceder la escritura de un nuevo pacto consensuado. Así se opta si la ofrenda no alcanza o el pueblo es demasiado obsequioso, al sacrificio por medio del chivo expiatorio que posibilite el nuevo acuerdo.
Al decir de Freud extrañamente Heimlich y al mismo tiempo Umheimlich (simultáneamente familiar y extraño o no familiar). Freud lo definió como lo siniestro.
Se acuerda de este modo según Max Weber el sacrificio que permite poner en un objeto las frustraciones, las rabias, las iras y las violencias que se conjuran en aras de la pacificación que permita el nuevo acuerdo.
Así se permite expiar las faltas ante los dioses.
Desde el psicoanálisis y desde la ética del sujeto podemos observar que la autoridad soslaya el sacrificio en un acto de sumisión, renunciando de forma vil a sus principios que eran deseo de otra cosa.
No mira de cara a su deseo y se hunde en las profundidades de un goce mortífero donde: “quema lo que ha adorado y ama lo que ha quemado” como la conversión de una fe a otra, la contraria.
No logra en nuestro caso el presidente sustraerse a las ataduras del goce del poder olvidando quizás la lúcida afirmación de Max Weber acerca de: “sólo ejerce bien el poder quién toma distancia de él y lo considera pasajero y un servicio desinteresado a la comunidad.”
Incapaz de ceder a un goce mortífero nuestro presidente cede a cualquier vestigio de deseo y cae en lo que desde el psicoanálisis Lacan denomino una profunda cobardía moral.
Yo le pregunto presidente: ¿cuáles son sus Dioses, donde ha enterrado su deseo por un sueño, donde se fugaron las ilusiones de un cierto modelo de sociedad, en qué lugar se murió el lirismo?
¿Cuántas ofrendas más ofrecerá de intercambio a un pacto falso y mentiroso, cuantas expiaciones de seres virtuoso e inocentes serán necesarias, que otro sacrificio le será exigido sin rehusarse, quién habrá de morir para mantener ese satanizado objeto de deseo del poder?
¿En qué momento se convirtió en un cobarde moral?
Gracias ministro por su estoicismo y dedicación, su virtud y entereza.
Permanecerá en nosotros como un valiente moral.
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