09 de mayo, 2020 

 

 

 

 

 

Sergio I. Melnick


La destrucción de valor societal de la paralización prolongada es simplemente incalculable. Por otra parte, expertos señalan que hasta que no exista una vacuna eficaz y segura no se habrá solucionado el drama. Ambos aspectos generan consecuencias que hay que detenerse a mirar.


Ser o no ser: paralizar o no

Este extraño coronavirus, cuyo verdadero origen es aún un controvertido misterio, ataca no sólo a las personas, sino también colateralmente ataca a la sociedad al “obligar” a paralizarla. No todos están técnicamente de acuerdo en que las sociedades deban paralizarse como lo estamos haciendo, y eso abre enormes y complejas preguntas. Hay países como Suecia que han adoptado caminos alternativos, al parecer con éxito, entendido éste como muertes similares a otros países, pero sin el exacerbado costo futuro de paralizar la sociedad. Inglaterra y Estados Unidos partieron en esa lógica, después se asustaron políticamente y siguieron la tendencia mayoritaria.

Pero sabemos que no siempre las mayorías tienen la razón, en general casi nunca, porque las mayorías se mueven por emociones, no por la razón, y además los protocolos de la OMS han tenido ya demasiados errores. La entidad mundial de la salud en sí misma está cuestionada porque se ha movido, muy al estilo de la ONU, más por intereses políticos que técnicos. La respuesta final a la decisión del efecto del camino elegido sólo la tendremos cuando todo esto haya pasado y se saquen las conclusiones. Ojalá le hayamos acertado, pero si nos equivocamos será ya muy tarde, el daño será simplemente enorme.

Algunos expertos señalan que a todo evento hay que alcanzar una masa crítica de enfermos para que se genere una especie de inmunidad colectiva, que es la verdadera solución de autoinmunidad. Algunos sugieren que hay que poner el foco básicamente en los enfermos y en las medidas de cuidado preventivo personal y colectivo. Es decir, la responsabilidad personal dentro de un marco colectivo. Claro, eso funciona muy bien en Suecia, Japón, Taiwan y otros países así, pero no precisamente en América Latina, en que la mayoría espera al papá-estado que resuelva los problemas.

La sociedad es en efecto inmune a paralizar por unos pocos días, de hecho lo hace cada tanto en festividades especiales, pero no lo es al parar sus actividades por meses, y sin claridad alguna de cómo y cuándo volvería a partir. Al contrario, los problemas que se generan al paralizar por un tiempo prolongado las actividades socio-económicas de los países pueden traer consecuencias eventual y literalmente peores que la propia enfermedad. La destrucción de valor societal de la paralización prolongada es simplemente incalculable.

En mi relativamente larga vida hasta ahora, no he conocido precedente de un mundo entero queriendo paralizar sus actividades en forma sostenida, lo que por cierto no detiene la marcha de la enfermedad sino sólo la ralentiza, dejando su doble huella de muertos y de los otros daños colaterales de la paralización.

El medio ambiente es sin duda un claro beneficiado de esta situación. ¿Pero de qué podría servir un mejor ambiente prístino si hay crisis humanitarias gigantescas, porque la pobreza aumentó de manera enorme con la paralización económica? Podría haber estados fallidos, y quizás nuevas crisis migratorias masivas.

El panorama futuro en Chile es muy malo, esencialmente porque nuestra clase política es de muy baja calidad.

Esta forma de paralización genera quiebras masivas de actividades económicas, por eso veremos tasas de desempleo que quizás no conocíamos en los últimos 100 años, y eso redunda por cierto en pobreza. La pobreza, como ya lo sabemos, genera más pobreza; por eso es tan imperativo superarla. La pobreza mata gente, la desigualdad no. La pobreza puede generar costos permanentes de salud, como desnutrición, enfermedades, aislamiento y otras. La pobreza genera brechas de educación fenomenales. La pobreza genera angustia, hambre, desesperanza y se multiplica a sí misma. El hambre o la carencia masiva puede catalizar grandes hordas de violencia y saqueos, probablemente con muchos muertos por los enfrentamientos con las fuerzas de orden. Más grave aún, la magnitud de la crisis es de tal envergadura, que los gobiernos quedarán endeudados más allá de su capacidad de pago, condenando esas sociedades a dolorosos círculos viciosos de pobreza.

En efecto, el endeudamiento irresponsable de los gobiernos es letal para la sociedad. En los sistemas democráticos tradicionales, es prácticamente imposible reducir el gasto fiscal, el que ya se habrá disparado fuera de control durante esta pandemia. Si no se reduce, obliga a subir impuestos, y eso en una economía ya deteriorada es simplemente fatal.

Y resulta que es casi imposible bajar el gasto público, porque la más grave enfermedad de la democracia es el populismo irresponsable que ofrece lo imposible. Los ciudadanos en la pobreza, u otras formas de desesperación, tienen la tendencia natural a “creer” y esperar los milagros, y por ese camino terminan siempre peor. Los milagros tal vez existan, pero en otro plano.

En términos simples, con el populismo la pobreza no sólo no se acaba, sino que aumenta, y finalmente colapsa el sistema democrático para transformarse en dictadura. Es el ejemplo de Cuba y Venezuela que tanto conocemos. Probablemente ocurra algo similar en Argentina, así como va evolucionando. En Chile, tengo la impresión de que finalmente el populismo se atrincherará en una utopía constituyente que resolvería todos los males. Y la gente ya desesperada va a creer a los flautistas de Hamelin y caerán al precipicio una vez más. El panorama futuro en Chile es muy malo, esencialmente porque nuestra clase política es de muy baja calidad.

La segunda panacea es la vacuna

Otros expertos señalan que hasta que no exista una vacuna eficaz y segura, no se habrá solucionado el drama. Esa vacuna podría estar disponible, según se dice, entre 6 a 12 meses, y probablemente lo estará inicialmente sólo para algunos países, entre los que obviamente no está el nuestro al principio, al menos en forma masiva. Los políticos y los más ricos siempre la podrán conseguir de una u otra manera.

Hoy existe demasiada presión sobre los organismos reguladores para aprobar dichas vacunas, y eso abre una caja de pandora a los posibles efectos colaterales que podría tener. La historia está llena de ejemplos de errores en esa línea.

Existen tres tipos de vacuna. En términos simples, unas inyectan el virus semi muerto, otras muerto y el sistema inmune lo identifica y genera la defensa frente a un futuro ataque. El tercer tipo, las nuevas vacunas inteligentes, inyectan material genético que va directo al ADN de nuestras células para estimular la respuesta inmune. Suena lógico, inteligente y muy moderno. Pero es claramente una forma de manipulación genética del ser humano, que necesita mucho control y experimentación antes de ser lanzada a la población. Esa es la razón porqué lleva años de trabajo y no ha podido salir a los mercados. Exactamente esa barrera de control es la que se está presionando ilegítimamente en honor a la urgencia. La política es siempre cortoplacista y focalizada en el poder, no en el ciudadano.

¿Pero qué pasa si la cura es peor que la enfermedad?

Hay dos aspectos iniciales que considerar en ese peligro. La primera obviamente es el impacto de la manipulación genética. Recuerden ustedes que el 96% del ADN es el llamado junk ADN porque no produce proteínas, y por ende se sabe qué es exactamente lo que hace. Cuando hablamos de la actual secuenciación genética, esta corresponde sólo al 4% del total. Si entramos modificaciones genéticas sólo en base al 4% conocido, este junk ADN, aunque no genera proteínas, sí tiene actividad bioquímica, y podría eventualmente gatillar efectos desconocidos.

La segunda posibilidad, hoy cierta, es agregar nanochips a las vacunas. Puede sonar a teorías conspirativas o ciencia ficción, pero no lo es. Geekwire publicó hace un mes que “todos los Chinos recibieron vacunas obligatorias en otoño pasado, que contenía ARN digitalizado (es decir controlable), que se activó mediante ondas 5G”. Como todos sabemos, la red 5G es la clave del poder en el control de la información en la próxima década. Si nos “chipean”, como eventualmente ocurrirá de todas maneras, el virus y la enfermedad pueden ser activados/desactivados a control remoto. El famoso crucero Diamond estaba especialmente activado con 5G de 60ghz. Valga mencionar que en Wuhan se están experimentando las redes 5G más avanzadas del planeta. ¿Coincidencia? Quizás, pero no deja de ser interesante.

Así como van las cosas, la gravedad de la pandemia y el desastre societal de la paralización de las sociedades harán obligatoria y mandatorio la famosa vacuna. Quien no tenga su “carnet” de vacunado será un paria social, un enemigo. Pero, verdaderamente ¿querrá usted ser conejillo de indias con esa nueva vacuna inteligente?

En suma, la situación es gravísima, pero de la manera en que la estamos combatiendo, ¿será la cura realmente mejor que la enfermedad?

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/sergio-i-melnick-cuando-la-cura-puede-ser-peor-que-la-enfermedad-efectos-colaterales/

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