28 de Julio de 2017

 

Gabriela Calderón de Burgos destaca que tecnologías como las plataformas digitales que conectan a conductores con pasajeros (Uber, Lyft, etc.) destruyen monopolios para beneficio de los consumidores.

 

Por Gabriela Calderón de Burgos

La regulación de taxis es el clásico ejemplo del fracaso de las normativas estatales. Pasajeros y conductores de diversas ciudades llevaban décadas quejándose de vehículos en malas condiciones, incertidumbre acerca del costo y disponibilidad de una carrera de taxi, riesgo de seguridad tanto para el conductor como para el pasajero de tener que portar efectivo y falta de flexibilidad para quienes deseaban desempeñarse como conductores a tiempo parcial.

La regulación del transporte urbano es incluso más vieja que el automóvil. En Londres, el Rey Carlos I prohibió el uso de transporte contratado por particulares puesto que la abundancia de estos carruajes fastidiaba a la Reina. La gente ignoró al Rey y continuó usando cualquier transporte. Luego aquellos que desarrollaron una carrera como conductores empezaron a presionar al Rey para que se les conceda el derecho exclusivo a transportar pasajeros. A cambio, ellos ofrecían al Rey una contribución al fisco y mejores calles para la Reina, incluso una pequeña fuerza armada si le complacía. Como era de esperar, el Rey y los transportistas llegaron a un acuerdo mutuamente beneficioso pero perjudicial para los pasajeros londinenses, puesto que desde 1637 los precios de las carreras de taxis en Londres han estado fijados por las autoridades y de esta manera se ha limitado la competencia.

Otro ejemplo es aquel del monopolio de las licencias de taxis en Nueva York, que se inicia en la Gran Depresión. Los taxistas de carrera se vieron abrumados por la abundante nueva oferta de desempleados que se volcaron a las calles a ofrecer sus servicios como taxistas. El precio de las carreras cayó de manera estrepitosa y los taxistas antiguos presionaron a la autoridad municipal para que les garantice el ingreso al que se habían acostumbrado. Así fue que en 1937 se aprobó la famosa Ley Haas que limitó el número de licencias de taxis a 13.500. Para 2012, ¡75 años después!, el número de licencias cayó —en lugar de subir para acomodar una creciente demanda— a 13.237.

Pero ese monopolio se acabó con la llegada de plataformas digitales como Uber y Lyft. Las otrora codiciadas licencias de taxis de Nueva York que se vendían en alrededor de $1,3 millones hasta 2013, se vendían a principios de este año en alrededor de $241.000. Actualmente hay en la ciudad 13.587 taxis con licencia y más de 50.000 autos registrados en las plataformas de Uber y Lyft.

La Autoridad de Tránsito Municipal (ATM) ignora que empresas como Uber no son dueñas de autos, sino de una plataforma digital que sirve de intermediaria, conectando a conductores con pasajeros que desean una carrera en determinado lugar y momento. Por lo tanto, estas empresas gozan de un vacío legal puesto que la legislación actual fue escrita sin prever la existencia de dicho arreglo que solamente es posible gracias a innovaciones tecnológicas.

La verdadera competencia desleal es aquella que practica la ATM y otras autoridades alrededor del mundo erigiendo barreras artificiales a la entrada en el mercado del transporte urbano y la verdadera violación del Estado de Derecho es crear y ejecutar leyes que no son de aplicación general, acarreando beneficios solamente para un grupo políticamente organizado para capturar rentas que no obtuvieran compitiendo en un mercado abierto.

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 28 de julio de 2017.

 

Fuente: https://www.elcato.org/tecnologia-destruye-monopolio

 

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