30 Mayo 2019
Luis Robert V.
Investigador IdeaPaís
Tras la obsesión enfermiza de la cuenta de este sábado, se encuentra “la clásica” actitud de la derecha: todo, al final, se juega en cifras, desempeños y porcentajes logrados. El presidente, más que un gobernante que comunica ante todo el sentido de sus actos de gobierno, pareciera presentar más bien un “estado de resultado”, cual gerente de una sociedad anónima.
Las expectativas sobre la próxima cuenta pública son diversas. A pocos días de esta tradición, hay distintas “cuentas”, tanto desde el oficialismo como desde la oposición; unos con cálculos más abultados y otros más venidos a menos. Como fuere, lo más probable es que el próximo sábado cada cual tenga su propio “conteo” y todo siga igual que antes.
Lo que sí llama la atención es la extraña importancia que el gobierno le ha otorgado a esta tradición republicana.
A primera vista, pareciera que la centroderecha comprende mejor que sus adversarios la importancia de dar cuenta de los actos de gobierno y todo el simbolismo que ello conlleva. El problema es que, a juzgar por el propio movimiento del gobierno, el inusitado interés simbólico por esta fecha esconde la mentada y siempre presente psicología de la anti-política que ha caracterizado a nuestra derecha.
En efecto, tras todo lo anterior encontramos el tipo de timón de la nave. La fecha está cargada de simbolismo, pero la derecha pareciera no entender qué significan los símbolos en política, más allá del escudo nacional o la bandera chilena. Tras la obsesión enfermiza de la cuenta de este sábado, se encuentra “la clásica” actitud de la derecha: todo, al final, se juega en cifras, desempeños y porcentajes logrados. El presidente, más que un gobernante que comunica ante todo el sentido de sus actos de gobierno, pareciera presentar más bien un “estado de resultado”, cual gerente de una sociedad anónima.
Mientras parte de la antigua ex Nueva Mayoría se reconstruye en base a unos pocos fragmentos del pasado, riñas y elecciones de directivas de partidos, la centro-derecha sigue impávida frente a los símbolos del Chile postransición. Muchos de sus funcionarios públicos, asesores de ministerios, jefes de gabinetes, son personas muy capaces, con prestigiosos posgrados en universidades extranjeras. Diariamente viajan desde el sector oriente a La Moneda y a sus tantas oficinas públicas. Lo hacen de buena fe, henchidos de orgullo patriótico, con trajes elegantes y entre vagones semivacíos que comienzan a repletarse a medida que se avanza al poniente; observan, sin embargo, con distancia lo que sucede en el vagón que va en dirección contraria, casi siempre atiborrado de comensales molestos y con el ceño fruncido. Y no comprenden qué ocurre.
La derecha no parece estar comprendiendo por qué está dando cuenta de los actos de gobierno. Muchos de quienes viajan en dichos vagones repletos votaron por Sebastián Piñera. Sin embargo, se sienten confundidos. Entienden que el presidente se sienta dolido por el ataque a sus hijos y creen también que puede haber maldad en quienes se aprovechan de estas situaciones. Entienden también que no hay irregularidades ni platas del Estado de por medio; pero no comprenden que a la derecha “no le haga ruido” alguno que los hijos del presidente se beneficien de sus soportes de contactos, por ejemplo, para adjudicarse licitaciones con el Estado. ¿Cuántas de estas “oportunidades” se logran gracias a un viaje a China, mientras el resto mira el otro lado del vagón? No lo sabemos, pero es probable que mucho.
Con números o sin números a favor, con rendición de cuentas o sin ella, un huracán puede revolver los próximos años de los tiempos mejores. Los símbolos están a la vista y todavía nadie ha sido capaz de leerlos. No vaya a ser cosa que surja una nueva Cristina, como en Argentina, que sí lo haga por ellos.
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