Ascanio Cavallo: 

El columnista y analista político dice que por ello se va seguir hablando de Pinochet, pero que no ve “un resurgimiento del pinochetismo”.

Por Martín Romero E.

¿Hay un resurgimiento del pinochetismo o ha estado ahí desde siempre?

En su pequeña oficina de calle Rosario Norte, Ascanio Cavallo (61) comienza a responder. No sólo es de los pocos periodistas —aún activos— que tuvo algún contacto con Augusto Pinochet (“unas tres veces en conversaciones más cercanas”); también es un conocedor de primera fuente, como coautor de «La historia oculta del régimen militar», del camino de esa corriente política que podría ser bautizada como «pinochetismo».

“El pinochetismo nunca tuvo una expresión partidaria, ni siquiera en la época de Pinochet, que siempre se negó a formar un partido. Quien formó ese partido fue la CNI con Avanzada Nacional. Lo que siempre ha existido han sido pinochetistas en los partidos de Chile Vamos y en el Congreso. Fuera de esos lugares siempre ha habido un intelectual, escritor o periodista, como Hermógenes Pérez de Arce, o figuras intermedias de la política como Cristián Labbé, que es pinochetista. No veo un resurgir especial del pinochetismo”, dice.

—Entonces, ¿por qué ha causado tanto revuelo lo que ha pasado? La diputada Camila Flores, orgullosa de su pinochetismo, es ovacionada en el Congreso General de RN, y no es una figura política relevante.

—Pero ella viene del mundo evangélico, donde Pinochet concitaba simpatías mayores a las del mundo católico. El creó el Tedeum evangélico, les inventó una tradición que no existía, tienen muchas razones para estar agradecidos. Los pastores de la época fueron obsecuentes con el régimen. No veo nada muy extraño ahí.

—¿Pinochet fue popular en algún momento de su gobierno? Uno se queda con las imágenes de las protestas de los 80 o con la movilización del No.

—Sí, fue popular en los 70 y parte de los 80, que no quepa duda. A los que nos tocó asistir a los actos multitudinarios que convocaba el régimen, vimos un entusiasmo real. Recuerdo algún acto en Rancagua muy fervoroso, y como todas las cosas fervorosas: sientes miedo de estar entre ellos. Daban miedo.

—Bueno, Pinochet pierde, pero saca tres millones de votos en el plebiscito.

—Eso es mucha gente. Cuando Sergio Fernández, ministro del Interior, dijo esa noche que Pinochet era la primera fuerza política del país, todos se rieron y había que reírse porque acababan de perder el plebiscito, pero en la cuestión de fondo tenía razón, nadie en esa época tenía el 45%. El primero en la derecha en pasarlo fue Lavín, el 99, once largos años después.

—Si no hay resurgimiento del pinochetismo, ¿el 7,9% que sacó José Antonio Kast en la presidencial es la justa medida de ese sector?

—Creo que se mueve entre el 7% y 13%. José Piñera, con un discurso ultra liberal y que reivindicaba el gobierno de Pinochet, sacó un 7% en 1993. Siempre ha sido eso, lo que pasa es que no ha habido, hasta Kast, candidatos que recogieran las banderas de la alt- right (abreviación en inglés de derecha alternativa).

“Pinochet, difícil de captar”

—Al día siguiente de la muerte de Pinochet, en 2006, su columna en «La Tercera» comenzaba así: “La muerte de Augusto Pinochet ha puesto fin a una era”. Pero seguimos hablando de él.

—Y vamos a seguir. Hay un error conceptual de cierta gente voluntariosa. Guste o no, Pinochet es la figura más importante desde el punto de vista político en la historia del siglo XX en Chile. Por lo pronto, es el único que gobernó 16 años. Provocó una división en el país, o se hizo cargo de una, desde la perspectiva con que se mire, que puntos más o menos nos iba a llevar a una guerra civil. Y después del golpe a él le nació un deseo refundacional que cambió por completo el panorama. Lo que pasa es que todo examen en torno a Pinochet está siempre envuelto en una capa de juicios morales que hacen muy difíciles los análisis.

—Uno tiene la sensación de conocer muy poco a Pinochet. Sólo existe una biografía suya, por Gonzalo Vial.

—Se ha investigado bastante el tema de los DD.HH. No se ha investigado mucho el campo económico, sigue habiendo misterio sobre cómo un régimen militar nacionalista y proteccionista pasó a ser neoliberal. Tampoco hay investigaciones sobre la política interna o sobre su figura. Además, ha existido un proceso largo de sobresimplificación de la historia. Mucha gente se puede sentir sorprendida de que un día estemos hablando del Museo de la Memoria y al otro que alguien diga que le gusta Pinochet. Pero la gente que dice eso se ha sentido muy hostigada durante estos treinta años, en algunos casos humillada y ofendida públicamente, amordazada. Todo esto es lo que los americanos llaman backlash; el elástico se estira tanto que después viene el latigazo de vuelta.

—Quizás sea una cuestión de lenguaje. Cuando el 92 habló con él para «Los hombres de la transición», le preguntó por la ruta que siguió el helicóptero que lo llevó al Congreso para entregar el poder a Aylwin y le dijo “para arriba”, cuando quería decir la ruta del norte. Pinochet siempre fue inentendible.

—El tenía un lenguaje de otra generación, un poco rural. Era muy difícil de captar, porque era una mezcla de lenguaje verbal y gestual. Una vez se produjo un cambio dramático en el Ejército, habían salido cinco generales en forma inesperada y, en medio de un cóctel, Cristián Zegers, director en ese entonces de La Segunda, me dice: “Vamos a preguntarle”. Nos acercamos y nos dijo: “Lo que pasa es que salió el uno y entró el cuatro. Salió el dos y vino el cinco”. Era una cuestión delirante. Cuando terminamos de hablar, nos alejamos y le pregunté a Cristián: “¿Le entendiste algo?”. “Nada”, me respondió. La historia tiene este problema. Raúl Ruiz decía que no había nada peor que leer un manuscrito. Pero si no lo haces, no entiendes la historia. Esto es lo mismo.

—¿Qué puede pasar en la derecha y el Gobierno con este debate?

—El fenómeno central ahora es el tema de la migración y esta permanente fantasía de los chilenos de que van a perder su empleo, una historia vieja como el pan. Eso tiene un atractivo, la gente necesita cierta protección, voz dura, con autoridad. Yo pensaba que en las últimas elecciones ya estaba creado un espacio para un candidato populista, xenófobo, antiinmigración, antigay, como en Europa del este. No lo hubo, pero ya hubo uno distinto de Piñera: Kast. Ese espacio sigue abierto y probablemente ha crecido un poco, pero no lo llamaría pinochetismo porque, si bien hay algunas coincidencias, culturalmente hay fenómenos muy distintos.

—¿Este debate puede generarle problemas al Gobierno? Muchos criticaron que se apelara a la “diversidad”.

—No creo que le haga daño, le puede hacer daño una cosa populista que surja de la extrema derecha, pero no necesariamente asociada con el pinochetismo, sí con temas emergentes. Ahí hay un vacío.

—¿Los crímenes de la dictadura hacen imposible un debate razonable sobre otras áreas de Pinochet?

—Nunca se sabe cómo va a funcionar la historia. Nunca he conocido a un militar, de ninguna de las ramas de las FF.AA., que no admire profundamente a Pinochet por su gestión de la crisis del Beagle del 78. Si ese soldado existe, preséntenmelo.

 
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