Cristián Valenzuela
Abogado.
La discusión sobre el resurgimiento del pinochetismo no debiera escandalizar a nadie. Los que intentan seguir imputándole las violaciones a los derechos humanos a los políticos más jóvenes de la derecha, fracasarán rotundamente, porque ni ellos ni las personas que los apoyan, los niegan o desmerecen
La centroderecha está revolucionada. Alusiones al pinochetismo, regresión autoritaria, crisis liberal, “brasilización” del país. Esos son algunos de los conceptos que están sobre la mesa y que son parte de los pronunciamientos que los distintos actores han tenido que asumir para participar de este debate. En el primer aniversario del segundo triunfo de Sebastián Piñera, lejos de discutir sobre el legado del Gobierno, la discusión en la coalición gobernante ha estado centrada en las disputas por la proyección de la derecha hacia el futuro y los riesgos (u oportunidades) que presenta la aparición de la llamada “derecha extrema” y la resurrección del pinochetismo.
Pero, ¿es realmente extremo afirmar que el país está mejor gracias a Pinochet? No lo pensaron así los millones de chilenos que lo apoyaron en 1988. Tampoco, lo piensan ahora, los millones de chilenos que siguen validando el modelo económico y social impuesto y que lo defienden de los intentos por remover sus bases institucionales y los ataques desde la extrema izquierda.
Durante 26 años, la discusión sobre el pinochetismo y el régimen militar se sostuvo sobre un eje fundamental: las violaciones a los derechos humanos. Los derechos humanos han marcado la agenda política de nuestro país desde el retorno a la democracia. La figura del General Pinochet, la evolución de la justicia y la politización de las causas criminales, fueron construyendo un ambiente propicio para explotar al máximo los dividendos políticos de este concepto.
Pero esa discusión se agotó, una vez que la mayoría de la derecha condenó las violaciones a los derechos humanos de manera categórica y reconoció que esos crímenes no tenían justificación alguna. Despejada esa declaración fundamental y enfrentado el modelo a su prueba más dura en el Gobierno de Bachelet, los chilenos y la derecha, reflotaron su amor por las buenas obras de Pinochet y su régimen.
Porque la obra es concreta y maciza, pese a los esfuerzos de la izquierda por demolerla. Los economistas intentan por todos lados decir que en verdad no hubo un milagro económico, sino que el verdadero cambio se produce después de los 90. Los aylwinistas defenderán la obra de la transición y seguirán creyendo que Don Patricio es el padre del Chile moderno. Los freístas intentarán adjudicarle el despegue de Chile a los tratados comerciales y a la apertura internacional, intentando ocultar los presupuestos económicos que permitieron eso. Los laguistas, más aventurados, buscarán demostrar que el socialismo reformado del gran estadista, fue el que permitió consolidar a Chile y que superaba sus diferencias a partir del desarrollo.
Pero nada de eso sería posible sin el diseño estructural que se implementó entre 1973 y 1990. La obra de Jaime Guzmán, Miguel Kast y tantos otros tuvo un resultado concreto y visible, que se perpetuó en el tiempo. Sin duda, fue un modelo impuesto bajo condiciones autoritarias y que difícilmente se podría haber experimentado socialmente como se hizo, sin la amenaza de las armas. Pero eso no le quita realidad, sino que reafirma su existencia. Los éxitos económicos, institucionales, políticos y sociales del régimen de Pinochet perduraron en el tiempo y son los forjadores del Chile cuasi-desarrollado que tenemos hoy en día.
Todo lo que viene después, son ajustes mayores o menores al modelo que sigue imperando. Con una Concertación al principio temerosa, pero que después se acomoda a un modelo que le empieza a gustar cada día más. Hasta el Partido Comunista se aggiorna, y se convierte en un especulador inmobiliario, exponentes clásicos del capitalismo salvaje que muchos dicen criticar. Recién en 2014, el sistema se pone a prueba con las reformas que quiere imponer Michelle Bachelet, y el triunfo de Piñera es precisamente, la respuesta de una mayoría de los chilenos que inconscientemente está satisfecho con ese modelo.
Por eso, que la discusión sobre el revival del pinochetismo no debiera escandalizar a nadie. Los que intentan seguir imputándole las violaciones a los derechos humanos a los políticos más jóvenes de la derecha, fracasarán rotundamente, porque ni ellos ni las personas que los apoyan, los niegan o desmerecen. También fracasarán los que intenten seguir excluyendo el legado de Pinochet, basado en el predicamento anterior. Precisamente, porque los chilenos conocen el modelo y conocen las alternativas al mismo (Cuba y Venezuela), es que seguirán validándolo y protegiéndolo de las amenazas políticas y sociales que buscan destruirlo.
Al contrario, si Pinochet vive, no es responsabilidad de la llamada derecha extrema sino de la izquierda más radical. La aparición del Frente Amplio y la pérdida de horizonte de la centroizquierda, han sido los principales responsables de la reaparición de este debate y de la defensa que muchos chilenos quieren hacer de un modelo que, lejos de fracasar, sigue plenamente vigente en el corazón y la mente de los chilenos.
.