Maduro quiere convencer y convencerse -primera tarea del impostor y mentiroso es esa, mentirse a sí mismo-de que ha sido víctima de un atentado. Habría sido ejecutado por un grupo de agentes del imperialismo y “elementos” de Colombia y Chile -autores además de otros intentos golpistas–  mediante el uso de un drone más o menos similar, pero no tan grande, a los que en Chile, en estas Pascuas, se regalaron por miles a los cabros chicos.

 

Tan pequeño era que los organizadores presidenciales del magno atentado tuvieron que señalarle a Maduro y su séquito para adónde mirar a ver si lo distinguían. Hay fotos de dichos personajes escrutando los altos cielos en busca del misil cargado con un guatapique. La máquina infernal detonó a unos 200 metros de altura o más y ni siquiera ensució con pólvora o cartón quemado la guayabera de los dignatarios. Fue, en suma, una farsa montada por el propio gobierno venezolano. Un atentado de verdad deja una estela de muertos y heridos. Es cosa seria, brutal, violenta, no un breve espectáculo pirotécnico. Y un atentado de mentira se revela como tal precisamente por su absoluta inocuidad y el inmediato cacareo que lo sigue como parte de un guión pre confeccionado; no se necesita investigar, analizar, sino es suficiente con leer el libreto.

Victimización

No es raro que el gobierno venezolano incurra en dicha impostura. El recursos a falsos atentados o amenazas -lo que en Estados Unidos llaman “False Flag”– es frecuente cuando se desea justificar dramáticamente lo que se desea hacer o lo ya hecho, lo que se hizo mal o no se hizo por incuria. Para esos efectos se crea un “incidente”. En el caso de Maduro y su gobierno lo que se requería era uno que sirviera para justificar y hasta legitimar el fracaso. Se necesitaba, en suma, crear una situación en la que en vez de ser victimarios de su pueblo, como lo son, aparecieran como víctimas de las intrigas de otros Estados, que no lo son. Es lo que el refranero popular llama “el cojo echándole la culpa al empedrado”. Maduro ya ha hablado antes del imperialismo, pero al parecer, con una población que busca alimento en los tarros de basura y hospitales que no tienen ni parches curitas, se requería algo más contundente que meras palabras; se requería el drone con el guatapique.

Lo hemos visto a menudo. Regímenes que sólo conocen el fracaso, la ruina y luego, para sostenerse, el crimen, hacen uso con extrema frecuencia del “enemigo externo” para justificar sus falencias y sus abusos. Dicho enemigo puede ser casi perpetuo, como lo ha sido el “imperialismo yanqui” para el régimen cubano. La URSS hizo uso del mismo espantajo. La RDA culpaba todo el tiempo a la RFA de sus problemas. Siempre hay agentes externos, saboteadores a tiempo completo, espías, sirvientes del imperialismo y/o “derechas golpistas” como afirmó un genio del PS chileno a fines del primer año de gobierno, cuando ya se veía venir el descalabro y el hombre quiso ponerse el parche a tiempo. Es la lógica del creyente, del mentiroso y del fracasado. Es un “yo no fui” aderezado con “elementos contra revolucionarios”; es el arte de desviar la atención y concentrar en otro blanco la ira popular, la frustración, la indignación.

Bolivia y otros

Bolivia ha hecho otro tanto y lo ha hecho ya por décadas. Su pobreza y atraso, su fragilidad institucional, su cero aporte a la cultura universal -¿qué boliviano ha destacado en algo por lo que se le mencione siquiera en una nota al pie de página de la historia?– son, todas ellas, culpa nuestra, de Chile. “¡Nos quitaron el mar!”, alegan. Un régimen inepto y corrupto tras otro se apoya en esa ficción acerca de su atraso. Ni se les quitó el mar, que nunca tuvieron en realidad, ni tampoco eso habría sido, de ocurrir, la causa de su atraso. Más le valdría al pueblo boliviano mirarse al espejo y buscar sus propias falencias, pero, para ser justos, ¿qué pueblo se atreve a hacerlo?. Y sobre todo, ¿qué régimen? Desde luego no lo hizo el de la señora Bachelet y su coalición, quienes, al contrario, han hablado con el porfiado fervor del creyente y del poco inteligente del “legado”. ¡Vaya legado! Un montón de malas leyes y peores emprendimientos, miles de empleados fiscales super numerarios y caros, desarreglo financiero, estancamiento y un clima mental o más bien hormonal que entró ya hace rato en el territorio del delirio.  Pero no es de ellos la culpa. La culpa es del “mal candidato”. La culpa es de los “fascistas pobres”. La culpa es de la derecha golpista. La culpa es de la globalización. La culpa es de la “insuficiente comunicación”.

El Epílogo

¿Epílogo? No lo hay para los fracasados. Ninguna “autocrítica” que salga de sus labios ha hecho otra cosa que volver a culpar al “enemigo externo”, a las circunstancias, a la mala suerte, al sabotaje, a los “fascistas pobres”.  No hay expiación sino obsesiva perpetuación. ¿Acaso existe una religión que reconozca sus propias debilidades internas y/o un feligrés que lo haga? Por eso no habrá un Maduro que diga “nos equivocamos,  así no se conduce un país, hemos sido unos imbéciles”. Tampoco habrá una Bachelet que prefiera tener la boca cerrada en vez de pretender darle lecciones de derechos humanos a países europeos. Ni habrá una NM que reconozca que fueron, son y probablemente sigan siendo partícipes de una visión del mundo errónea, distorsionada, a veces ingenua y otras maligna en su afán de culpabilizar a terceros y/o cobrar venganza.

Fuente: http://elvillegas.cl/2018/09/26/el-guatapique/

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