Miércoles 15 de agosto de 2018
"Rojas tenía una mirada sobre el museo y la había expresado con valentía. ¿Nadie comparte en el Gobierno su visión original?".
Los museos le han complicado la vida al Presidente Piñera.
Primero fue el Histórico Nacional, que con su muestra sobre la libertad -la que incluía una cita del Presidente Pinochet- significó el comienzo del fin para la ministra Pérez.
Ahora ha sido el así llamado "Museo de la Memoria", caso que le ha costado su cargo en la misma cartera a Mauricio Rojas, noventa horas después de asumir. Récord mundial.
Por algo será. Parece que la memoria, que la historia, no se avienen bien con el piñerismo.
¿Sabía Piñera lo que había dicho Rojas sobre el dichoso museo? Si lo sabía, ¿por qué lo nombró? Y si no lo sabía, ¿en qué mundo vive, con qué asesores cuenta?
Pero, más allá de la información que haya tenido, lo importante es la decisión que posteriormente toma el Presidente: descoloca a su flamante ministro mediante la declaración de Blumel y, a continuación, se rinde ante las presiones de la izquierda, y lo fuerza primero a retractarse y después a renunciar. Eso es lo que quedará en la memoria, en la historia, como uno de los más notables actos de manejo de personas en la historia contemporánea de Chile.
Rojas tenía una mirada sobre el museo y la había expresado con valentía. ¿Nadie comparte en el Gobierno su visión original, su opinión antes no contaminada por las presiones?
Sin duda, en Palacio -con todas sus extensiones ministeriales- hay tres tipos de personas.
Por una parte, los que han decidido olvidar su propio pasado de colaboración con el gobierno del Presidente Pinochet, hacerse los giles y comenzar una nueva vida. Los conocemos, sabemos quiénes son: están marcados por su indeleble claudicación.
Por otra, los que sufren en silencio la humillación a sus convicciones. Creen que es mejor colaborar con Piñera por el bien de Chile, a pesar de cómo son maltratados. Los comprendo. Son personas nobles, en su mayoría guzmanianos. Pero para todo hay un límite: ha llegado el momento en que tienen que considerar hasta cuándo es legítimo someterse a tanta vejación, a tanta esquizofrenia.
Y, en tercer lugar, están los que trabajan para un gobierno que ganó con votos de derecha, que se declara de centro, pero que los acoge a ellos como personas de mentalidad histórica de izquierda. No me cabe duda: habrían sido del MAPU o de la IC en 1973. Ellos están felices con la decisión piñerista de sacar a Rojas: en esto, no se distinguen en nada de Boric o de Guillier, de Teillier o de Elizalde.
Unos y otros y otros, todos, están colaborando con la anulación de la auténtica memoria, incluso antes de que se apruebe la ley que termine con la libertad de investigación histórica en Chile.
Y a la izquierda, ante las declaraciones de Mauricio Rojas, ¿le costaba mucho pedir algo así como "dé por favor sus argumentos para sostener su postura respecto del Museo de la Memoria"?
Sí, le costaba mucho.
Le costaba que alguien le recordara al Partido Comunista su entusiasta apoyo a la invasión de Checoslovaquia, 50 años atrás, el 20 de agosto de 1968. Le costaba que alguien recordara la declaración de la Cámara de Diputados de hace 45 años, el 23 de agosto de 1973, acusando al gobierno de Allende de empeñarse "en conquistar el poder total" y "lograr de ese modo la instauración de un sistema totalitario". Agosto no era un buen momento para que la izquierda entrara en discusiones históricas. Además, nunca le han interesado, y siempre ha entendido que es fácil obtener la rendición de sus adversarios. No iba a dejar pasar esta nueva oportunidad. Por eso, le era mucho más conveniente evitar todo debate histórico, y presionar a Piñera para que, una vez más, les diera la razón, les diera la fuerza, les diera el triunfo.
Pero no todos somos así. Aún hay memoria, ciudadanos.
Primero fue el Histórico Nacional, que con su muestra sobre la libertad -la que incluía una cita del Presidente Pinochet- significó el comienzo del fin para la ministra Pérez.
Ahora ha sido el así llamado "Museo de la Memoria", caso que le ha costado su cargo en la misma cartera a Mauricio Rojas, noventa horas después de asumir. Récord mundial.
Por algo será. Parece que la memoria, que la historia, no se avienen bien con el piñerismo.
¿Sabía Piñera lo que había dicho Rojas sobre el dichoso museo? Si lo sabía, ¿por qué lo nombró? Y si no lo sabía, ¿en qué mundo vive, con qué asesores cuenta?
Pero, más allá de la información que haya tenido, lo importante es la decisión que posteriormente toma el Presidente: descoloca a su flamante ministro mediante la declaración de Blumel y, a continuación, se rinde ante las presiones de la izquierda, y lo fuerza primero a retractarse y después a renunciar. Eso es lo que quedará en la memoria, en la historia, como uno de los más notables actos de manejo de personas en la historia contemporánea de Chile.
Rojas tenía una mirada sobre el museo y la había expresado con valentía. ¿Nadie comparte en el Gobierno su visión original, su opinión antes no contaminada por las presiones?
Sin duda, en Palacio -con todas sus extensiones ministeriales- hay tres tipos de personas.
Por una parte, los que han decidido olvidar su propio pasado de colaboración con el gobierno del Presidente Pinochet, hacerse los giles y comenzar una nueva vida. Los conocemos, sabemos quiénes son: están marcados por su indeleble claudicación.
Por otra, los que sufren en silencio la humillación a sus convicciones. Creen que es mejor colaborar con Piñera por el bien de Chile, a pesar de cómo son maltratados. Los comprendo. Son personas nobles, en su mayoría guzmanianos. Pero para todo hay un límite: ha llegado el momento en que tienen que considerar hasta cuándo es legítimo someterse a tanta vejación, a tanta esquizofrenia.
Y, en tercer lugar, están los que trabajan para un gobierno que ganó con votos de derecha, que se declara de centro, pero que los acoge a ellos como personas de mentalidad histórica de izquierda. No me cabe duda: habrían sido del MAPU o de la IC en 1973. Ellos están felices con la decisión piñerista de sacar a Rojas: en esto, no se distinguen en nada de Boric o de Guillier, de Teillier o de Elizalde.
Unos y otros y otros, todos, están colaborando con la anulación de la auténtica memoria, incluso antes de que se apruebe la ley que termine con la libertad de investigación histórica en Chile.
Y a la izquierda, ante las declaraciones de Mauricio Rojas, ¿le costaba mucho pedir algo así como "dé por favor sus argumentos para sostener su postura respecto del Museo de la Memoria"?
Sí, le costaba mucho.
Le costaba que alguien le recordara al Partido Comunista su entusiasta apoyo a la invasión de Checoslovaquia, 50 años atrás, el 20 de agosto de 1968. Le costaba que alguien recordara la declaración de la Cámara de Diputados de hace 45 años, el 23 de agosto de 1973, acusando al gobierno de Allende de empeñarse "en conquistar el poder total" y "lograr de ese modo la instauración de un sistema totalitario". Agosto no era un buen momento para que la izquierda entrara en discusiones históricas. Además, nunca le han interesado, y siempre ha entendido que es fácil obtener la rendición de sus adversarios. No iba a dejar pasar esta nueva oportunidad. Por eso, le era mucho más conveniente evitar todo debate histórico, y presionar a Piñera para que, una vez más, les diera la razón, les diera la fuerza, les diera el triunfo.
Pero no todos somos así. Aún hay memoria, ciudadanos.
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