Hernán Buchi Buc

"Si Greta hubiera nacido en la Suecia de antes de Revolución Industrial, habría sido muy afortunada de llegar a su edad actual. Tendría que haber sorteado la peste, la hambruna, las inclemencias del tiempo y el embate de los animales salvajes. De nacer en la época de sus abuelos o padres no gozaría de comodidades hoy casi indispensables: calefacción, agua caliente, refrigerador y lavadora, transporte barato y abundante, y acceso a información antes inimaginable"


 El Gobierno dio a conocer recientemente un conjunto de medidas con las que pretende reimpulsar el crecimiento</b>. Se trata de 40 iniciativas que buscan disminuir las trabas burocráticas, aumentar la competencia y favorecer la innovación.

El solo hecho de que la autoridad mantenga su preocupación por acelerar el progreso merece destacarse. Chile lleva un largo período en que, salvo algunas excepciones, ha visto disminuir su dinamismo. Peor aún, el gobierno anterior acentuó dicha tendencia y su gestión se caracterizó por un virtual estancamiento.

Cada cierto tiempo toman fuerza visiones ideológicas o políticas que desmerecen el valor del crecimiento económico. En la segunda mitad del siglo XX, con el auge del totalitarismo marxista, se postulaba que lo primordial era la igualdad, aunque fuera a costa de grandes retrocesos en bienestar, los que supuestamente se producirían solo por un período inicial. Esto se implementó en muchas latitudes, y los porfiados hechos mostraron hasta la saciedad que un mayor bienestar y mejores oportunidades para todos solo se logran en las sociedades que valoran el progreso y no en las que lo dificultan.

Hoy, desde otra perspectiva, es frecuente escuchar voces que pretenden relegar el avance económico al último nivel en la escala de prioridades. Argumentan que se debe favorecer la no afectación del medio ambiente, la mayor disponibilidad de tiempo fuera del trabajo o la obtención de mayores seguridades ante las vicisitudes y riesgos que la vida depara.

Sin embargo, la paradoja es que todos aquellos bienes superiores que se dice privilegiar, solo se lograrán si se mantiene o acelera el crecimiento económico. Una jornada laboral más amable se ha conseguido gracias al progreso y solo si este continúa, podremos seguir haciéndolo. Es el avance económico el que nos permite vivir hoy una vida más protegida de los riesgos de la existencia que en el pasado. Del mismo modo, solo si continuamos avanzando será posible que las grandes mayorías se sientan más seguras frente a la enfermedad o a los problemas propios de la vejez.

A pesar de la vehemencia y dramatismo con que se han expresado los supuestos defensores del medio ambiente, lo único concreto es que solo el progreso, y con este los avances de la ciencia y tecnología, hará posible equilibrar las necesidades de la población y la naturaleza que nos rodea.

Lo primero que debemos considerar es que la vida humana siempre, como parte del ambiente, lo cambia y lo modela. Lo viene haciendo desde que ella surgió. Quienes postulan que los seres humanos no deben alterarlo, están pretendiendo que la humanidad no exista. De hecho, los más extremos, consistentes con su postura, proponen opciones que llevan precisamente a ello.

Para la gran mayoría, esto es, para todos los que no comparten ese fanatismo, el verdadero desafío es que los cambios que inevitablemente se producirán, generen un ambiente cada vez más amable para las personas y les permitan crear una base de recursos y conocimiento para poder superar, tanto ellas como sus descendientes, los impredecibles desafíos futuros.

Es con esta óptica que debemos ponderar los movimientos que han aflorado en la defensa del medio ambiente; en especial, los discursos de la joven activista sueca Greta Thunberg. Más allá de su tono emotivo, intenta culpar a las generaciones que la precedieron de un grave daño. Indicó en su presentación ante Naciones Unidas que la habían privado de su infancia. Sus palabras son fuertes, pero antes de actuar en base a la culpa que nos genera la queja de una niña, se hace indispensable un poco de perspectiva. Si Greta hubiera nacido en la Suecia de antes de Revolución Industrial, habría sido muy afortunada de llegar a su edad actual. Tendría que haber sorteado la peste, la hambruna, las inclemencias del tiempo y el embate de los animales salvajes. Sin ir tan lejos, de nacer en la época de sus abuelos o padres no gozaría de comodidades hoy casi indispensables: calefacción, agua caliente, refrigerador y lavadora, transporte barato y abundante, y acceso a información antes inimaginable.

La verdadera culpa que no debemos aceptar sobre nuestra conciencia, es el hecho de dejar que las miles de millones de Greta que viven hoy como ella lo habría hecho doscientos, cien o cincuenta años atrás, sigan así y realmente carezcan de infancia.

Al lanzar la iniciativa para reimpulsar el crecimiento, el Gobierno también hace un reconocimiento implícito valioso. Acelerar el progreso no solo depende de las condiciones externas, sino de las decisiones que el país adopte. Si bien manifiesta que la influencia externa es una carga para la economía, propone las 40 medidas mencionadas anteriormente. Al menos ello indica que el país sí puede hacer algo.

El deterioro de nuestro potencial de desarrollo es de larga data. Es un proceso que lleva años y no se explica por el entorno económico actual. Es cierto que el mundo está pasando estos meses por una disminución del ritmo de progreso, pero está lejos de una crisis recesiva. Recientemente, una acción bélica disminuyó a la mitad la producción de petróleo de Arabia Saudita, que representa un 5% de la producción mundial. Simultáneamente, la tasa over night en dólares se elevó bruscamente a 5% y 10%, por razones muy distintas al ataque a dicho país. Mientras eso sucedía, riesgos geopolíticos adicionales actuaban como telón de fondo; entre ellos, los disturbios en Hong Kong en medio de la celebración de los 70 años de China Comunista y las disputas entre la Casa Blanca y el Congreso.

Sin embargo, las consecuencias fueron muy acotadas, demostrando lo resiliente que es hoy la economía mundial. En otras épocas, la sola interrupción de la producción en Arabia Saudita habría bastado para generar consecuencias económicas graves. En los próximos meses se acentuará la incertidumbre, sobre todo por la agresividad de la campaña electoral ya lanzada en Estados Unidos. Pero tanto dicho país, principal economía medida en dólares corrientes, como China, principal economía medida en dólares de paridad de compra, mantienen un razonable dinamismo económico y es difícil que se deteriore seriamente en el corto plazo.

Si bien el Gobierno reconoce la importancia del crecimiento a través de las medidas para reimpulsarlo y que considera que está en las manos de sus ciudadanos acelerarlo, lo propuesto es claramente insuficiente.

Desgraciadamente, nuestros líderes olvidaron hace tiempo que, si se desea alcanzar los anhelos personales y de la sociedad, es indispensable progresar.

Sin embargo, ellos actúan como si los deseos se pudieran cumplir mágicamente, al tiempo que hacen casi imposible para los emprendedores y trabajadores innovar e invertir.

En latitudes diversas, Estados Unidos hace casi dos años e India hace unos días, se reducen los impuestos corporativos. En Chile, una moderada propuesta se distorsiona y es dudoso si el resultado será efectivamente un avance. Cuando es claro que las bajas pensiones se deben principalmente a pocos años de aporte, se postula subir las cotizaciones y se busca modificar las condiciones laborales mucho más allá de lo que permite la productividad. Mayor desempleo o más informalidad es el probable resultado.

La experiencia indica que las fusiones, adquisiciones y asociaciones de empresas son un importante mecanismo para aumentar la productividad y la generación de nuevos y mejores productos a precios más convenientes. En Chile, tanto por razones tributarias como de libre competencia, estos procesos se hacen hoy muy difíciles. El verdadero indicador de un problema de monopolio es una producción restringida, con precios más altos y calidad disminuida. La casi totalidad de los sectores muestran un comportamiento inverso en el país. Quizás no tanto como nuestros deseos, pero hemos visto más oferta, más variedad, mejor calidad y menores precios casi sin excepción en la economía chilena.

Uno de los pocos casos en que ello no sucede es el sector vivienda, donde a todas luces no es un problema de competencia entre empresas, sino de disposiciones de la autoridad que urge abordar.

La lista de esta disociación entre lo que se quiere y las decisiones que lo dificultan es casi interminable. No es posible por espacio continuar con ella, pero lo indicado permite aquilatar la tarea por delante. Si realmente se quiere reimpulsar el crecimiento, la iniciativa comentada es solo un punto de partida. Debe ir acompañada de un cambio de actitud integral de la administración, los líderes políticos y de opinión. Expresar que se desea más bienestar no basta. Debe ir de la mano de una disciplina que evite dificultar la tarea de los que impulsan el progreso. Más aún, el cambio de mentalidad debe ser tal, que lo que debe buscarse es facilitarla.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2019/10/06/73046/Reimpulsando-el-crecimiento.aspx

.