domingo, 27 de enero de 2019
Hace unos días se reunieron en la Plaza Italia veinte mil venezolanos a pedir la salida de Maduro. Lo hicieron con tal orden y respeto que un lector de “El Mercurio” escribió al diario contrastando la conducta de ellos, que no provocaron desórdenes ni vandalismo y hasta hicieron posible que el comercio del sector siguiera funcionando normalmente, con las algaradas de chilenos en Plaza Italia por los más diversos motivos, que terminan en destrozos generalizados, saqueos de tiendas y violencia contra la policía, lo que redunda en decenas de detenidos.
Pero el contraste que destaca el lector está mal planteado: lo que sucede es que la reunión de venezolanos fue de centristas y derechistas que están contra el “socialismo del siglo XXI” de Maduro, es decir, contra un gobierno de izquierda. No es que los venezolanos sean más civilizados que los chilenos, sino que los derechistas son más civilizados que los izquierdistas.
Cuando en 1987, en plena de la que ahora denominan (incluso algunos derechistas desprevenidos) “dictadura”, se organizó un acto público en el Teatro Cariola en homenaje a Salvador Allende. El mismo pudo realizarse con toda tranquilidad, porque era un acto de izquierda y ésta, que es la violenta y lo ha sido siempre, quería que se desarrollara normalmente. Los derechistas no fueron a atentar contra nadie porque nunca lo han hecho ni han sido formados para eso en sus colegios, sino en el estudio y el respeto a los demás.
Cuando más de veinte años después, bajo el primer gobierno de Piñera, se organizó un similar homenaje a Pinochet en el Teatro Caupolicán, se desató la violencia comunista-socialista contra los concurrentes, muchos de los cuales fueron agredidos y algunos resultaron con lesiones serias, como los hermanos Widow Antoncich y la dirigente femenina Gina Fascinetti, salvada de la pateadura marxista por algunos comerciantes callejeros. El propio ex ministro Alfonso Márquez de la Plata fue agredido y escapó apenas en un taxi. Entonces, las manifestaciones nacionales en Plaza Italia terminan en desmanes porque los izquierdistas, que son los revolucionarios violentos de toda la vida, los provocan.
La derecha, sea chilena, inglesa o venezolana, es pacífica; la izquierda, y en particular la chilena, es violenta. Su violencia forma parte de la historia de Chile. Y hoy día una violenta revolución de izquierda es la que provoca el terrorismo en la Araucanía. Cuando hubo un gobierno de derecha y capaz de reprimir la violencia, simplemente no había “conflicto mapuche” (conflicto que, además, no es mapuche, sino comunista) y la Araucanía vivía tranquila bajo el gobierno del Presidente Pinochet, homenajeado por los caciques araucanos. Ese es el tema.
Una de las columnas más leídas de este blog, el cual ya va a cumplir nueve años, fue la del 5 de julio de 2015, justo después de que Chile ganara la Copa América en un Estadio Nacional repleto, sin que hubiera ocurrido un solo hecho de violencia en tribunas ni galerías y respetando a los grandes contingentes de hinchas argentinos situados en medio de la marea roja, sin sufrir gritos destemplados ni groseros ni menos agresiones. Ese blog se titulaba “Éxito Nacional de un Triunfo Privado” y en algún momento me llamaron de una radio para decirme que era “trending topic”, dado que era el paradigma de lo “políticamente incorrecto”. Es decir, les cantaba a los lectores verdades impublicables en los medios chilenos de entonces y con mayor razón en los de ahora. En el fondo, decía que todo ese éxito de civilidad y buen comportamiento se había debido a que el público era de derecha. Los precios absolutamente prohibitivos de las entradas para la Copa Libertadores de ese año condujeron a que sólo gente educada en colegios donde no hay profesores comunistas que hagan la apología del “Che”, con un alumnado que era gente acomodada que podía tener acceso a las costosas graderías. De eso resultó que los espectadores observaban una buena conducta, no gritaban “garabatos” a nadie y respetaban a todo el mundo.
El tema era el mismo que el de Plaza Italia: si van derechistas salidos de la educación particular, hay respeto y buena conducta. Si van izquierdistas formados por profesores revolucionarios de izquierda, hay la violencia predicada por el ídolo de los maestros de izquierda, el “Che”: vandalismo, saqueos y choques con la policía.
Y eso fue todo lo que diferenció la manifestación venezolana de las chilenas de Plaza Italia: que a la primera la izquierda violenta no fue invitada. Al contrario, si hubiera ido, habría sido a agredir a los concurrentes, pues es partidaria de Maduro y del socialismo del siglo XXI. Pero seguramente no se enteró a tiempo, porque los venezolanos no se lo informaron.
Ése es, reitero, el tema. A propósito del cual hoy viene una columna del izquierdista Daniel Matamala en “La Tercera”, en que vuelve sobre la desigualdad educacional y una vez más se confunde. Dice que hay grandes diferencias de ingreso entre los formados en la educación particular pagada y los formados en la pública. Y la atribuye a “endogamia” o deseo de excluir de la primera a la clase baja, porque los mejores puntajes de la educación pública terminan ganando menos dinero, cuando salen al mercado del trabajo, que los inferiores puntajes de la educación particular pagada de diez colegios de élite.
¿Discriminación? No, esto es lo mismo que el tema del Estadio Nacional. En la educación pública reina el marxismo, se enseña la historia reciente más falsificada que en los colegios particulares (pues en éstos también se enseña bastante falsificada) y predominan los profesores comunistas y socialistas que inculcan la revolución y la violencia a sus alumnos. Esto todo el mundo lo sabe y si se presenta un aspirante a un trabajo a una empresa y dice que se educó en un colegio dominado por académicos izquierdistas, la empresa teme que si lo contrata resulte un revolucionario. En cambio, si viene de colegio particular pagado la empresa sabe que ahí los profesores que predican la revolución no duran nada (a petición de los padres). Por eso, obviamente, para toda empresa es mejor tener un empleado educado en el respeto al sistema que un potencial conspirador contra su quehacer productivo. Y por eso los nuevos contratados que salen de la enseñanza pública revolucionaria deben resignarse a ganar menos que los de la enseñanza particular pagada. Y por eso yo siempre he dicho que todas las familias pobres deberían repartirse la plata que derrocha el Ministerio de Educación y recibir vouchers para matricular a sus hijos en la enseñanza particular pagada que ellas elijan, porque esa plata alcanza de sobra y así la mayoría de “machucas” se educaría mejor, no andaría con camisetas del “Che” y la enseñanza en Chile daría un tremendo salto adelante.
Pero no, los Matamala y Cía. quieren que todos sean educados por profesores revolucionarios de izquierda y en eso se basa el eslogan “educación gratuita y de calidad para todos”, que traducido al castellano significa “escuela única socialista-fidelista-allendista-madurista” para hacer la revolución y convertir a Chile en una segunda Cuba o en Chilezuela. Por suerte contra eso votó el 54 por ciento de los chilenos en 2017, algo bastante notable en un país de mayoría izquierdista. Es que “ser izquierdistas, pero no tontos”.
He ahí la madre del cordero. Y mientras nuestra política educacional siga apuntando para otros lados, como denuncia en una excelente carta Isabel Undurraga Matta en “El Mercurio” de hoy; y mientras ella siga ciñéndose al libreto izquierdista de Matamala et al, la masa de los chilenos vulnerables nunca va a poder despegar.
Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/
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