Gonzalo Rojas Sánchez
Semana tras semana, las encuestas le adjudican una aprobación de entre el 25% y el 30% al Presidente Boric. Por supuesto, como todo en la vida, esos números se mueven entre un más y un menos, según quien haga las preguntas.
Mi buen amigo Julio me dice que no entiende nada, que cómo es posible que una presidencia inoperante y desgastada reciba un respaldo de millones de chilenos.
Julio, viejo, hay chilenos muy distintos de ti.
Son, en primer lugar, los militantes duros de los partidos duros de la izquierda (bueno, en el caso del PC, súmeselos a todos, porque ahí no hay militantes blandos). Tengan la edad que tengan, con ellos no hay nada que hacer.
En segundo lugar, todos esos vejetes de mi generación que se implicaron en la revolucionaria Unidad Popular y que todavía musitan para sus adentros: ¡Avanzar sin transar! Fueron miristas, mapucistas o izquierdosos “cristianos”, y aunque hoy no militan en ningún lado, si les preguntas qué son, te contestan con seguridad: ¡Allendistas! Son mayores de 70 y, de ellos, olvídate Julio que alguno pueda cambiar a estas alturas.
Bueno, pero eso explica a lo más un millón de adhesiones, y para llegar a los porcentajes que obtiene el Presidente semanalmente hacen falta otros milloncejos.
Ahí aparece entonces esa masa sub-40, no militante y heterogénea en profesiones, lugares de residencia e intereses primarios (animalistas, ecologistas profundos, indigenistas, generistas, etc.), pero homogénea en la impúdica manifestación de los cuatro eslabones que configuran la identidad de su cadena existencial: la soberbia, la ideología, la inexperiencia y la inmadurez.
Seguros de la superioridad de sus lecturas, de la grandeza de las miradas de sus gurús (a uno —no se sabe cómo les cabía— lo “llevaban en la mochila”, decían) y del llamado que Gaia les hace para dominar el mundo, resuman soberbia.
Empapados en jergas posmodernas, su ideología es tan pedante como confusa. Si lo dijo Lacan, si lo escribió Foucault, si pontificó Laclau creen que eso es la verdad, aunque no se entienda casi nada. Karamanos, gracias por darnos tan buenos ejemplos.
Practicantes de la toma, la funa, la marcha y, por supuesto, la insurrección violenta, no es que “no le hayan trabajado nunca un peso a nadie”, es que se ha demostrado que no tenían ni siquiera idea de cómo robarse los pesos que el Estado recauda de sus contribuyentes. Inexpertos hasta para corromperse.
¿Nos queda algo, estimado Julio? Sí, un último eslabón de esta cadena de mal metal: la inmadurez. Porque se puede ser inexperto, pero maduro y, entonces, cada nueva situación se atesora, y así se va adquiriendo el peso debido. Pero no ha pasado nada de eso: aún hoy apoyan a quienes llegaron para jugar a los buenos y a los malos, a la escondida y a las naciones… y ahí siguen, tonteando no más.
¿Es inmodificable la condición de esta generación soberbia, ideologizada, inexperta e inmadura? No. ¿Qué hacer, entonces?
Escoger el eslabón más débil en cada caso, por leninista que suene.
La soberbia puede comenzar a curarse con el fracaso. Julio: hay mucho material aquí para machacarles su orgullo… y aún están apenas en la mitad de su descalabro. A la ideología hay que atacarla con un “papagayo, explícame eso”, y entrar en sus jerigonzas con bisturí o con hacha. A la inexperiencia no le digas “ya cambiarás cuando conozcas la vida”; dile más bien: “te ofrezco que me ayudes en esta iniciativa”. Y, por supuesto, con los inmaduros la receta infalible es que, si de ti dependen (de una hija de 29, aún en la casa, me hablabas), nada de regalías. A la vida dura, señorita.
No sé si conseguirás, querido Julio, que dejen de apoyar al Presidente. La cosa no es fácil. Pero al menos para la próxima, lo pensarán.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el miércoles 29 de mayo de 2024.