Gonzalo Rojas
"Hay muchos 'afirmacionistas', y están por igual entre algunos hombres de izquierda sin filtros y entre los historiadores o cronistas que dicen la verdad".
Son tantas las cosas que se han afirmado sobre el proceso político chileno desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha y que, por cierto, conviene seguir afirmando. Son tantas las afirmaciones y están muy bien documentadas.
Se ha afirmado que la izquierda promovió sistemáticamente el odio, la lucha de clases y la violencia, que lo hizo de palabra y de obra, oralmente, visualmente, musicalmente y por escrito: hasta el moderado Allende se tentó. La colección de documentos sobre la izquierda chilena de Víctor Farías (seis tomos y un anexo) hacen imposible toda negación del tema. La evidencia es abrumadora.
Se ha afirmado que los partidos de la izquierda desarrollaron sus aparatos militares, dotándolos de instrucción y armamento, que los vincularon con guerrilleros extranjeros y que procuraron la infiltración de las Fuerzas Armadas. A las ya clásicas declaraciones de Luis Corvalán, Carlos Altamirano y Andrés Pascal Allende sobre aquellas organizaciones, se han sumado ahora decenas de afirmaciones coincidentes y provenientes de una izquierda nuevamente desfachatada e irresponsable, al difundir las verdades que debieran incomodarla. Esperemos que nunca sean prohibidos los libros de Javier Rebolledo, con abundantes referencias al aparato armado del PC, y el texto de Patricio Quiroga, sobre el GAP y los elenos del PS, ambos muy ricos en afirmaciones comprometedoras. Complicado sería para Carmen Hertz negar tanta evidencia.
Se ha afirmado que una cosa con otra -la prédica del odio y la violencia, sumada a la efectiva conformación de grupos armados- devino en miles de actos de violencia perpetrados por la izquierda chilena. En los dos tomos de Patricia Arancibia, sobre los orígenes y los hechos de violencia entre 1960 y 1973, se indexan y describen esos crímenes. Con frecuencia, los marxistas los niegan, pero los datos concretos se imponen en todo su dramatismo y se afirman sin contradicción posible. Y las víctimas y sus parientes también han hablado.
Se ha afirmado que la sociedad chilena rechazó mayoritariamente el proceso por el que la Unidad Popular intentó el control total del poder. Pero hay negacionistas en la izquierda para los que no es suficiente evidencia que así lo hayan afirmado -con unos u otros matices- la Corte Suprema de Justicia, el Colegio de Abogados, la Cámara de Diputados, la Contraloría, la Confederación de la Producción y del Comercio, la FEUC, los colegios profesionales, los partidos de oposición, la Iglesia Católica frente a la ENU, Eduardo Frei M. y Patricio Aylwin y, por fin y al final, las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile, el 11 de septiembre de 1973. Demasiadas afirmaciones para tan pocas negaciones.
Al respecto, si las izquierdas quisieran acercarse honradamente a la verdad, les bastaría un relato notable, notabilísimo, en el que se articulan con el mayor rigor todos los factores anteriores: les bastaría con leer "La revolución inconclusa", de Joaquín Fermandois. Se les iría al tacho todo su negacionismo.
Se ha afirmado, finalmente, que la Presidencia de Pinochet le devolvió la libertad a Chile, lo reconvirtió económicamente y que, con el trabajo abnegado de cientos de miles de militares y civiles, le entregó una democracia sana al país. Es lo que Hermógenes Pérez de Arce ha descrito en "Historia de la Revolución militar chilena", y antes yo había procurado documentar en "Chile escoge la libertad".
Que nadie se engañe: hay muchos "afirmacionistas", y están por igual entre algunos hombres de izquierda sin filtros y entre los historiadores o cronistas que dicen la verdad.
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