Gonzalo Ibáñez Santamaría
La historia de esta institución es bien conocida. Fundada en 1811 por orden de José Miguel Carrera, desde sus orígenes se convirtió en un modelo de lo que debe ser la educación en Chile. En sus aulas han convivido muchachos de muy distintos orígenes sociales y de muy distinta capacidad económica; pero de entre todos ellos, sin fijarse en más diferencias que las que provienen del mérito y del esfuerzo personales, han surgido muchos de quienes con los años llegaron a ocupar altas magistraturas de la nación, incluyendo entre ellos un número muy importante de los presidentes de la República.
El Instituto Nacional sumó así, con el correr de los años, la condición de ser motivo de profundo orgullo entre los chilenos. Sin embargo, en los últimos años, este Instituto ha sido objeto de una despiadada campaña de desprestigio y de destrucción proveniente, por paradoja, desde las mismas filas de sus estudiantes. ¿Qué puede haber sucedido?
Los últimos 45 años, hasta 2019, fueron sin duda los años de mayor crecimiento para el país. Pasamos de ser una mediocre república, que marchaba a la cola del continente, a ser su cabeza, alejándonos cada vez más del resto. El progreso que tuvimos se repartió entre todos los miembros de la sociedad, hasta el punto de que el nivel de pobreza disminuyó a menos del 10% de la población. Pero, los jóvenes de ese Instituto, cuyas familias recibieron parte importante de este progreso, en vez de reconocerlo, se dejaron seducir por la ideología demagógica sostenida por tantos, a un lado y al otro del escenario político, que pretenden convencernos de lo contrario, esto es, que vivimos en una situación de máxima injusticia y que el único camino para derrotarla es el de destruir todas las bases del progreso y todas las muestras en que ese progreso se ha encarnado. El asalto al Metro de Santiago ha sido un ejemplo muy claro de esta actitud. Y, para destruir, no se requiere para nada prepararse según venía haciéndolo el Instituto Nacional. Al contrario, si se sigue la enseñanza que éste imparte, terminaremos todos siendo lacayos de este sistema “injusto”. La única preparación que se requiere es la de saber destruir, en la certeza de que de las ruinas del orden actual brotará un orden de justicia y de progreso que, esta vez sí, nunca antes habríamos conocido. ¿Cómo? Pues, por arte de magia.
Esta actitud y esta creencia ha traspasado los límites del Instituto Nacional y se ha repartido por todo el país. La historia de ese Instituto en este último tiempo no ha sido así sino la sinopsis de la historia que vive ahora Chile, camino a su destrucción, pensando que de esta brotará un progreso verdaderamente indefinido. Muchas razones explican por qué esto ha podido suceder, entre otras la traición de quienes en su momento se organizaron para defender el legado del gobierno militar.
Sepamos, por lo mismo, que sólo la defensa de lo que han sido estos 45 últimos años, comenzando por su origen, el pronunciamiento militar de 1973, constituirá la única base eficaz para recuperar el rumbo de progreso que traíamos y que, ahora, tanto extrañamos. Pongámonos a la obra.
Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm
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