Gonzalo Ibáñez S.M.
Hace unos días, la Editorial de la P. Universidad Católica de Valparaíso presentó un libro conteniendo discursos del ex presidente Patricio Aylwin. La ceremonia fue encabezada por el rector de esa casa de estudios don Claudio Elórtergui, quien en su presentación señaló que su universidad cumplía con mucho agrado el cometido de publicar esa obra porque el ex presidente tanto en su pensamiento como en su larga vida política habría mostrado cómo sus bases eran el humanismo cristiano y la doctrina social de la Iglesia; y esto tanto en la época de la Falange como en la del partido demócrata cristiano, del cual fue uno de los líderes indiscutidos.
Lamento discrepar frontalmente del señor rector.
Y, precisamente lo hago desde la base que me proporciona el haber sido testigo durante décadas tanto del actuar del mismo Aylwin como del partido demócrata cristiano. Cuando uno advierte, como lo hago yo, la trayectoria y el desempeño de este último y las deplorables consecuencias que trajo para el país, no sólo manifiesto mi discrepancia con el rector sino además manifiesto mi protesta por identificar esa acción y el pensamiento que le subyace con la doctrina católica.
El partido demócrata cristiano nace oficialmente a la vida pública en 1957, después de haber sido precedido durante una veintena de años por la Falange Nacional. Desde un comienzo, quedó clara su intención de separar aguas del viejo partido conservador y de alzarse como una alternativa al movimiento marxista que cada día ganaba más adeptos. Pero, esto último lo hizo tratando de arrebatarle sus banderas con lo cual se transformó poco a poco, y muy rápido a partir de 1957, en un cauce por donde comenzó a expresarse, bajo un signo supuestamente cristiano, el anhelo de participar en la lucha de clases al estilo marxista y de hacer suyo el propósito de eliminar la propiedad privada. Abierta o encubiertamente, este partido hizo suya la idea fundamental del marxismo cual era la de que la maldad en las personas provenía de la propiedad privada, por lo cual correspondía abolir esta para traer la bondad a la tierra. Era lo que Marx había preconizado en su manifiesto comunista.
Como la D.C. no podía expresar con toda claridad esta idea, en atención a las condenas que el magisterio pontificio había fulminado contra el marxismo, lo hizo de manera encubierta. Recordamos, al respecto, la inentendible teoría del “comunitarismo” elaborada por el “teórico” del partido, Jaime Castillo Velasco, con la cual se pretendía disfrazar el efectivo comunismo que motivaba a la D.C. Y que quedó a la vista cuando, ya en el gobierno, promovió la reforma agraria para lo cual terminó con la garantía a la propiedad privada consagrada en el art. 10 N° 10 de la constitución de entonces. Patricio Aylwin era senador y presidente del Senado.
Así se hacían efectivos dos postulados que subyacían en toda la armadura ideológica de la democracia cristiana: “el comunismo es el deber no cumplido por los cristianos”, tomado del autor Nicolás Berdiaeff y “Hay algo peor que el comunismo: el anticomunismo”, acuñado por el mismo Frei Montalva (1947). Postulados que llevados a sus extremos al interior de la misma democracia cristiana remataron en la creación de grupos abiertamente marxistas, como el Mapu y la Izquierda Cristiana; y en el mundo del clero, los Cristianos para el Socialismo. Sin el fermento puesto por la democracia cristiana, Aylwin y Frei Montalva a la cabeza, la existencia de estos grupos hubiera sido impensable. Ese fermento siguió produciendo sus frutos a lo largo de la historia de ese partido, hasta culminar, en los últimos años, en la participación que le ha cabido en la política de demolición de la familia a través de una ley como el que puso término -legal- al matrimonio de por vida entre un varón y una mujer; o como la que consagró el crimen del aborto entre nosotros; en un principio, en tres causales, pero que ahora apunta a extenderse para practicarlo con toda libertad.
El humanismo cristiano y la doctrina social de la Iglesia van en una dirección muy diferente. No es del caso hacer un desarrollo exhaustivo de sus contenidos, pero sí de afirmar, por lo menos, el reconocimiento que hacen del carácter natural de la sociabilidad humana que nos impulsa a crear sociedades, donde si bien puede haber tensiones, de ninguna manera puede reconocerse que el antagonismo es lo propio de la vida al interior de ellas. Al contrario, que el uso responsable de la libertad es la mejor arma para promover el desarrollo y el crecimiento armónico de la sociedad y que, en vista de este fin, la propiedad es el medio más adecuado para obtener de los bienes exteriores el cumplimiento de su función social en orden a producir los medios que nos aseguren a todos la posibilidad de una vida dignamente humana. Y que el matrimonio de por vida entre un varón y una mujer es la base óptima para asegurar la venida de los nuevos seres humanos a la vida y su desarrollo posterior. Y que estos merecen la consideración propia de toda persona desde el mismo momento en que comienzan a ser, esto es, desde su concepción por la unión de un óvulo femenino con un espermatozoide masculino.
En este escenario, pretender que creamos que el partido demócrata cristiano y, en su interior, la acción de líderes como Patricio Aylwin, son ejemplo de humanismo cristiano y de aplicación de la doctrina social de la Iglesia es tan disparatado como pretender que terminemos comulgando con ruedas de carreta.
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