Por Gonzalo Ibáñez Santamaría
La religión fue uno de los principales obstáculos que Carlos Marx encontró en su intento de convencer a los sectores populares de las sociedades de su época para que se sumaran a su combate por eliminar la propiedad privada, derribar a los grupos empresariales e instaurar lo que él llamaba “la dictadura del proletariado”. Ello, hasta el punto de calificarla como “opio del pueblo” en cuanto habría sido el medio de que se servían las para él “clases dominantes” con el fin de mantener al pueblo en un estado servil y de subordinación.
Pero, los hechos demostraron que la religión tenía la razón en su trabajo por advertir los riesgos del marxismo. Sin duda, el máximo ejemplo lo dio el Papa Pío XI cuando lo condenó como una ideología intrínsecamente perversa. Por eso, la persecución sin piedad que el marxismo desató contra todo lo que fuera religioso en aquellos países donde logró hacerse del poder. Y, por eso, su intento de infiltrar los medios religiosos en los países donde no estaba en el poder de manera, al menos, de volverlos inocuos. Y, en lo posible, convertirlos en promotores de su causa.
Lo vivimos en el Chile de los años de 1950 en adelante. El partido denominado “Democracia Cristiana”, fundado en 1957, cumplió con esa tarea. Por una parte, su nombre lo declaraba procedente del cristianismo, por lo que se podía estar tranquilo frente a él; pero, a poco andar mostró su verdadera índole sobre la base de dos principios: “el comunismo es la tarea no cumplida por los cristianos” y “Hay algo peor que el comunismo y eso es el anticomunismo”. En esa misma línea se ubicaron sectores importantes del clero y de la jerarquía religiosa de la época. Ejemplos relevantes fueron la revista Mensaje y el Centro Bellarmino, ambos de la orden Jesuita. Y también el grupo de los “cristianos para el socialismo” que alcanzó a albergar más de 800 sacerdotes y varios Obispos. Todos ellos, sin perjuicio de decirse cristianos, terminaron proclamando un ideal político muy cercano al marxismo.
Fue entonces que ese sucedáneo de fe católica presentada por esos grupos terminó por convertirse -esta vez sí- en un verdadero opio del pueblo destinado a adormecer a los distintos sectores de una sociedad frente al peligro que significaba la inminencia de un triunfo del comunismo, como sucedió en el Chile de entonces.
Hoy, aquellos días me los recordó el sacerdote Óscar Zamora, quien oficia de párroco del cerro Ramaditas en Valparaíso. En una de sus últimas prédicas, profusamente difundida por las redes sociales, se burla de los temores que provoca la inminencia de la llegada del comunismo al poder y aconseja a sus feligreses ir a dormir tranquilos porque ningún peligro puede serle asociado. Las palabras de este cura que aconseja esta actitud a sus auditores, groserías e improperios de por medio, revestido para oficiar la Misa y con la imagen de la Virgen a sus espaldas, no pueden ser calificadas sino, nuevamente, como un opio administrado al pueblo y destinado a adormecer toda resistencia frente a la eventualidad de un triunfo comunista. Tanto, por lo demás, como el silencio de sus superiores frente a tales sandeces y desatinos.
(Publicado en El Mercurio de Valparaíso el 13 de enero de 2022)
Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm
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