Publicada el martes 7/12/21, en El Mercurio de Valparaíso
Gonzalo Ibáñez Santamaría
Es lo que no puede dejar de llamar la atención de cara a hechos tan contundentes como el apoyo que un partido que lleva en su nombre el apelativo de “cristiano” (la democracia cristiana) ha acordado dar a una candidatura presidencial en cuyo principal eje estructurante juega un papel fundamental el partido comunista. Ello, sabiendo que la doctrina de este partido es anticristiana por ser antihumana como quedó largamente demostrado en todos aquellos países donde se hizo del poder político. Las víctimas de sus utopías se cuentan en decenas de millones de personas. Por lo mismo, se nos hace un agravio frontal a quienes participamos del cristianismo el que el nombre de nuestra religión pueda verse involucrado en semejante aventura sin que se diga por parte de nuestros obispos ni una palabra.
Pero, este fenómeno no es nuevo. El partido denominado “democracia cristiana” fue creado en 1957 y desde su comienzo se destacó por hacer suyas muchas de las premisas sostenidas por el comunismo, hasta el punto de haberse popularizado entre sus adherentes dos consignas muy ilustrativas; la primera, que “el comunismo era el deber no cumplido por los cristianos” y, la segunda que “hay algo peor que el comunismo y eso es el anticomunismo”. Por lo tanto que para ser efectivamente cristianos se imponía asumir buena parte del credo marxista. Fue, por lo demás, lo que hizo este partido cuando en 1964 accedió al gobierno de la República. La denominada reforma agraria no fue más que la aplicación del principio marxista de la abolición de la propiedad privada, con el resultado que todos conocemos de destrucción de la agricultura chilena. Fue así como se violó masivamente el Séptimo Mandamiento que nos impera No Robar, sin que de los obispos de entonces se escuchara ninguna palabra. Ese mismo gobierno promovió una política antinatalista, contraria asimismo a los preceptos cristianos, que ha terminado por convertir a Chile en un país de gente mayor que carece de los jóvenes sobre los cuales esa gente se pueda sostener. Tampoco se escuchó nada de parte de los obispos. Al contrario, hubo voces eclesiásticas -como las de un grupo de profesores de la facultad de teología de la Universidad Católica de Santiago- que apoyaron esa política y llamaron a la desobediencia de la encíclica Humanae Vitae, con el manifiesto apoyo de quien era el Gran Canciller de esa universidad, el cardenal Raúl Silva Henríquez. En definitiva, todos conocemos a qué fue necesario recurrir para poner término a la seguidilla de experimentos de los que se nos hacía víctima a chilenas y chilenos.
Después de 1990, el partido democracia cristiana ha recuperado protagonismo y, dentro de sus políticas, se ha destacado por el acentuado ataque que ha dirigido contra la concepción de familia propia de nuestra naturaleza y que el cristianismo ha hecho suya. Fueron sus parlamentarios los que promovieron la ley que puso término a la institución del matrimonio como un contrato solemne de por vida entre un varón y una mujer. Y también, los que apoyaron la ley que incorporó al catálogo de actos lícitos el hecho de asesinar a un niño o a una niña que aún está en el vientre de su madre. La autorización fue por tres causales, dos de las cuales, al menos, dan pie para ser consideradas criminales. Ahora, cuando siguiendo esa lógica, se trató de extender tal autorización de modo que fuera libre abortar una criatura sin expresión de causa hasta las catorce semanas de embarazo, una gran mayoría de sus parlamentarios apoyaron el respectivo proyecto, con su candidata presidencial a la cabeza. Sólo unos pocos lo rechazaron. Como si lo anterior fuera poco, hoy ese partido se encuentra embarcado a favor de la idea de legalizar una aberración como es la que se denomina el “matrimonio igualitario”.
Es cierto que, de vez en cuando, los obispos han expresado la doctrina tradicional de la Iglesia sobre estas materias, pero nunca se han dirigido a la fuente de esta estafa organizada que emplea el nombre de cristiano para arropar ideas y doctrinas rigurosamente contrarias al cristianismo. Es decir, a ese partido mentirosamente denominado democracia cristiana. Tanto que varios, a su interior, que han denunciado esta contradicción y han protestado por ella, han debido renunciar a ese partido o bien, han sido expulsados de sus filas.
Hoy remata toda esta estrategia con el empleo del nombre cristiano para apoyar a un candidato que hace ostentación de sus ideas anticristianas. Factor, por lo demás, que puede inclinar a su favor la balanza electoral.
¿Qué hay detrás? Entre otros factores, el silencio de los obispos
In memoriam Milan Tisma Díaz, pbro.
Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm
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