Gonzalo Ibáñez Santamaría
El estallido de violencia de hace un año sorprendió a buena parte del país, incluso al presidente Piñera. Este, pocos días antes, había manifestado que Chile era un “oasis” de paz y de progreso en nuestro continente y que, por eso, debíamos cuidarlo. Es decir, estaba completamente ajeno a toda la ebullición que se gestaba en el seno del cuerpo nacional y que iba a estallar en esa oportunidad con los resultados de vandalismo y destrucción que conocemos. Un fenómeno de esa envergadura no se gesta de la noche a la mañana, sino que lo hace de manera paulatina y avanzando a través de sucesivas etapas. ¿Cuál pudo haber sido el comienzo de ese proceso? ¿Cuál fue el punto de partida de una sucesión de hechos que iban a culminar con el estallido que comentamos?
Mirando hacia atrás, creo que ese punto lo constituyó la decisión de levantar un monumento a Salvador Allende adoptada a partir de un proyecto de ley que fue presentado en 1991 y aprobado en 1994. El lugar elegido fue a las puertas del palacio de La Moneda, en una esquina de la Plaza de la Constitución Es decir, un lugar de máxima importancia y cargado de mucho simbolismo. Si a alguien se le levanta un monumento ahí es porque su contribución a la patria tiene que haber sido, al menos, importante. De hecho, en el caso de Allende, el mensaje fue muy claro: el régimen que dirigió ese presidente no sólo fue legítimo sino que fue notable, por lo que su remoción por los militares en 1973 fue injusta e hizo de él un mártir. Si no fue así, realmente no se puede entender por qué se le levantó ese monumento. Este mensaje fue permeando la conciencia nacional con lentitud, pero sin descanso.
Entre los que participaron tanto en la idea como en la autorización de ese monumento están, por supuesto, los sectores que se decían continuadores del régimen de Allende. Pero, el entonces presidente Patricio Aylwin, a la cabeza de su partido democracia cristiana, también apoyó la idea. Como todos sabemos, él en su momento buscó el pronunciamiento militar y, una vez producido éste, lo justificó de manera entusiasta culpando a Allende de haber llevado al país a un tal desastre que sólo las FF.AA y Carabineros pudieron sacarlo de ella. Sin embargo, fue él quien dio la partida a la aprobación para levantar este monumento. También hubo gente de los partidos UDI y RN, formados recientemente para defender y promover el legado del gobierno militar, entre ellos el entonces senador Sebastián Piñera, que prestaron un entusiasta apoyo.
La contradicción era flagrante. Mientras muchos comenzaban a cerrar las puertas por donde habían venido a la política, esto es, su relación con el gobierno militar, abrían otra que iba a terminar poniendo las bases para restablecer un régimen como el de Allende y para considerar que si para estos efectos era necesaria la violencia, ella podía emplearse con toda legitimidad. Hoy, casi treinta años después, estamos viviendo esa etapa.
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