Por: Enrique Subercaseaux.
Director Fundación Voz Nacional


 Ha pasado de todo desde el inicio, el 18 octubre pasado, de la Primavera de Chile.

Años de preparativos, donde cierta izquierda se concentro en introducir conceptos nuevos de luchas Inter sociales, y una constante critica y obstruccionismo a la labor gubernamental (la que fuera) rindieron sus frutos.

En su loca carrera por conseguir el poder, siguiendo la máxima de “el fin justifica los medios”, se han encargado de destruir conceptualmente Chile. Sus símbolos, sus tradiciones, su cultura (por insuficiente que parezca a algunos) y la educación. Pilar, este, fundamental para destruir lo existente y lo conservador (todo es conservadurismo para ellos), y moldear la fabricación, cual robótica, del hombre nuevo.  Que en un principio será ideologizado, y luego desprovisto de toda vida interior.

Este es el detalle fundamental.

Seres vacíos y robóticos. Sin voluntad y sin libertad.  Debatiéndose, a diario, anualmente y a lo largo de sus décadas de existencia, en las variadas gamas de lo gris, lo mate y lo oscuro.

Sin brillo propio, al despojársele la búsqueda de trascendencia que proporciona toda espiritualidad, el hombre en proceso de creación chapotea entre la desesperanza y la vacuidad. Porque, admitámoslo, no existe el hombre ateo, químicamente puro. Lo trascendente se manifiesta de muchas maneras. No todos pueden aspirar a la clarividencia de la Fe, o la certidumbre de una espiritualidad anclada en un humanismo perfectamente desarrollado y resuelto. Para la mayoría, en realidad, la construcción diaria de su vida, y la de su entorno familiar y social, constituye una construcción de identidad y trascendencia. Cada cual es libre para moldear como mejor sepa o como mejor entienda.

Es por todo esto que el bullying a los cristianos en particular, y creyentes en general, desplegado por los “revolucionarios de primera línea” es particularmente gravoso para el “alma social de Chile”.  Se pretende deshojar todo el entelado místico-trascendente creado por la sociedad a través de centurias. Porque no solo se trata de Dios, sino que también abarca la naturaleza y la fenomenología que no podemos entender. Enfin. Nuestros miedos y certezas.  Todo tan admirablemente descrito por Elías Canetti en su obra magna “Masa y Poder”.

Vaciar de significado el lenguaje, la cultura, la historia y las tradiciones es un ataque directo a la persona y su identidad íntima, que es aquella única que le acompaña en los momentos de la vida de mayor éxtasis o de mayor congoja, donde la soledad se pronuncia en toda su transparencia y frialdad.

El ataque a la Autoridad, que ha sido sistemático, derribando ordenamiento, ejemplos cívicos, guías espirituales, orden cívico y orden social.  Excusas nunca han faltado, pero tomado el desarrollo de los hechos y examinados estos con la perspectiva del tiempo, la dirección y la intención se tornan brillantemente claras.

Se ha buscado derribar, así, el crecimiento de la persona, que, con el paso del tiempo, muta de un entorno familiar a un entorno social. Se ha buscado, de esta manera, ir sustituyendo el factor desordenado de la libertado social, por el de planificado, cual ingeniería de almas, que no tiene mas que un trasfondo ideológico, y carente de la libertad esencial para crear.  Se favorece así la invención por sobre la creación. Entendiendo la invención como un resultado del algebra mental, mientras que la creación esta sujeta, al decir del filósofo contemporáneo George Steiner “por el fuego o el hielo de Dios”.  Es decir, la búsqueda de trascendencia dentro de una comunidad social que acepte un denominador común, una comprehension y empatía profunda, derivada de la libertad individual.

La quema de los templos, lugares de culto, que ya se arrastra, impune, por mas de 3 años busca no solo anular una pulsión vital y social del hombre, sino que busca inhibirle como “ser social”. Los templos como lugar de culto, pero también como lugar de reunión de una comunidad con intereses en común. Intereses que apuntan a la búsqueda de una trascendencia, que no es más que la pulsión vital de todo ser humano viviente.

Esta persecución, solapada, pero despiadada a la vez, proviene de un colectivo social y revolucionario que busca el poder por el poder. Sellar su gestión en base a una pulsión vital que no admite filtro o freno.  Esta osatura mental, forzosamente de minorías, no puede encajar ni en fácil ni difícil, con la voluntad de mayorías.  De allí en la necesidad de imponerse a la fuerza. De allí la necesidad de hacer causa común con voluntades de otras culturas y otras geografías.  Es, en síntesis, la respuesta al “fin de la historia”, pregonado a los 4 vientos por Huntington y Fukuyama, hace ya unos 20 o mas años. Y que el tiempo ha transformado de certeza firme a una mera hipotesis de trabajo.

Es la diferencia fundamental entre invención y creación. La una repite con variaciones lo que conocemos, la otra amplia los horizontes de la persona y de la sociedad, anclando su validez en una búsqueda de trascendencia a la que aspiran todos por igual y sin distingo.

Reconocer y aceptar que no hay jamás igualdad de elocuencia e igualdad de capacidad de transmitir entre los hombres es un principio básico de la libertad: el que reconoce que entre la variedad esta la riqueza, y lo social se construye en base a esta búsqueda incesante del complemento.

Buscar uniformar todo lo anterior es reducir la diversidad y la riqueza humana a una gama pequeña de grises, despojando al hombre de su mas preciado anhelo, el de una trascendencia y, a través de ella, una felicidad plena al desplegar su libertad en una forma creativa y fecunda.

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