Por Enrique Subercaseaux


Que el mundo esta en problemas, nadie lo duda.

Que Estados Unidos esta en problemas, es algo reconocido globalmente.

Las elites globales son parte de la trama. Buscan sustituir un orden establecido por uno nuevo, que no esta bien pensado ni bien resuelto.  Algo que se confirma con los graves problemas que se han presentado durante el proceso de puesta en marcha.

Las sociedades han sido sacadas de quicio por la inmigración descontrolada.  Las economías sufren tensiones extremas producto de los encierros, del sobreendeudamiento y la ideologización en el proceso de toma de decisiones económico/comerciales.

Así llega Estados Unidos a las próximas elecciones presidenciales del mes de noviembre.

El debate ha sido una palmaria muestra de dos bandos que van a necesitar bastante mas que buena voluntad para reconciliarse.  Se ha atizado la mentira para que batalle contra la verdad. El narcisismo totalitario campea a sus anchas: como ya lo adelantare Dostoievski (Demonios) y Huxley (Contrapunto).

La sociedad sufre las consecuencias de una elite mas desaprensiva que nunca. Mas avara y más ombliguista que se tenga memoria.

El debate rozó los temas importantes, pero soslayó el fundamental: el sobreendeudamiento de Washington que acarreara imprevisibles consecuencias no solo para ellos sino también para el sistema financiero internacional (donde estamos incluidos).  Es inconcebible, por ejemplo, que la candidata insista en la legitimidad de la guerra en Ucrania, cuando ella ha contribuido no solo al sobreendeudamiento, sino también al debilitamiento de la OTAN, por instalarse un sistema de toma de decisiones poco transparente y centrado en los Estados Unidos.

Ni mencionar el conflicto del Medio Oriente, donde un Irán fortalecido (por las dadivas de los gobiernos demócratas en Washington), siembra confusión y terror a través sus socios terroristas, que ya no solo actúan en la región sino en el globo al completo.

De Venezuela, un drama insoslayable para las Américas y el mundo libre, ni una sola palabra. En circunstancias que este encapsula el difícil trance de las democracias globales: elecciones con intervención de “inteligencia artificial”, limitación del rango en la elección ideológica (llamémoslo anchura de banda), un portazo a la alternancia en el poder. Vale decir, un cambio para mal, y en sentido restrictivo, de las reglas del proceso democrático. Todo lo anterior, sin mencionar el drama de un país que ha sido pulverizado por la ideología y la superstición a partes iguales.

Egoísmo y avaricia.  Las decisiones políticas se toman por intereses particulares y no generales.  Se suponía que el paso del tiempo nos convertía en mas inteligentes. Y el desarrollo de la inteligencia artificial, esta siendo probado, aumenta la manipulación de los ciudadanos, tal como se adelantó en la novela de Arthur Clarke, 2001 Odisea en el espacio.

En fin, poco que decir del debate. Cuando el espectáculo y la censura se entrelazan, los resultados son pobres, y el epilogo triste.

Pero, al final, será esta evocación a la nostalgia lo que salvará el sistema. Si la ciudadanía es capaz de discernir entre lo importante y lo accesorio, si vuelve a distinguir entre la verdad y la mentira, si aísla al narcisismo como ejercicio egoísta y personalista, la civilización prevalecerá.

Es algo que parece una utopía, pero, en verdad existen ejemplos vivos hoy en día y en el pasado reciente.

La historia nos exige sacrificios mayores, y cuando las elites gobernantes (las elegidas y las autoasignadas) no dan la talla, es la ciudadanía, con su capacidad de lucha y reinvención, la que esta llamada a poner las cosas en orden. Con un lápiz y un voto. Y con su constante vigilancia del proceso. Todo puede volver a su cauce: es cosa que nos esforcemos, y unos pocos lideren con su ejemplo.

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