Por Enrique Subercaseaux
Chile se parece cada vez más a un hospital psiquiátrico. También se parece cada vez mas a un zoológico de mala muerte.
Entre otras razones porque quienes deberían tener una responsabilidad exigible por sus actos, y los dichos que llevan a estos actos, no la tienen.
Hoy nos detendremos en la especie “bobo solemne”, de tan poca monta que ni nombre en latín tiene. Se reproduce con fecundidad, más que los conejos, y parece que además es contagiosa (o bien es que se multiplica por contagio).
Cuando habla en público, trata de impostar su voz, buscando un tono mas solemne. Este es necesario para acentuar la importancia y trascendencia de sus dichos, que no son ni lo uno ni lo otro. Desde su curul, antes de hablar arregla su micrófono (que son omnidireccionales). Es todo gestualidad vacía. Ante las cámaras o arregla su corbata (accesorio que va cayendo en desuso) o alisa su pelo. Pequeños gestos artificiales que aumentan (cree el/o ella) su seguridad y aplomo.
Lanza su parrafada, acelera el tranco si es necesario (y ya se entiende aun menos) para echar fuera rápidamente algún libreto, que no idea, aprendida a la rápida.
No es claro ni es necesario lo que dice. Muchas veces es obvio y redundante. Pero el sujeto/sujeta lo estima imprescindible para el estado de la nación.
Y así se repiten los discursos y aclaraciones, y ruegos y declaraciones. Pero lo cierto es que nada surte efecto porque Chile esta cada vez peor. Mírese por donde se mire.
Quizás si existiera un grado de reflexión y deseo de comunicar algo con la sociedad, con el votante promedio, podría remediarse en algo las cosas.
Pero la vida política se divide en dos: campaña, que es muy empática y zalamera, durante la cual también se practica la hipocresía y las caritas previamente aprendidas delante del espejo, y el ejercicio del poder (habitar el cargo le llaman ahora) donde lo importante es el disfrute y el goce. Sube su autoestima y la voz se vuelve una carbonada engolada. En ocasiones, ante tanto artificio vocal, se atoran, por eso hay un vasito, o botellita, de agua a mano.
Hablan y no comunican. Y siempre existe la mano que mece la cuna. Los que están tras bambalinas, que son, al final los poderosos. Anónimos porque no dan la cara, ni en las buenas ni en las malas. Son los camaleones de la política que todo lo negocian y todo lo transan, en circunstancias que los principios y valores básicos no se transan. ¿Como se puede fraccionar la vida, la buena educación o la propiedad de esto o aquello?
Y así es como se avanza con el deterioro de la actividad. Ya no se representan intereses de un grupo, o de los votantes, porque todo está a la venta. Toda esta pendiente del hilo de una imaginación pobre y comprometida con ideas ajenas, algunas de estas ni siquiera existen en idioma español, en su original.
Es así como cuando llegan las elecciones (en especial estas últimas) y se sorprenden con los resultados. Si ellos no abren los ojos, si viven bajo una somnolencia inducida, una ciudadanía apremiada y que sufre esta más alerta que nunca.
Esto es un fenómeno global y se debe a que el acceso a la información es más rápido y más abundante que nunca. Y la sociedad se ha organizado en comunidades que se estrechan por sus intereses comunes, Una tendencia inevitable cuando se trata la sociedad de defender de la intromisión arbitraria. Y cuando detecta la locura colectivista de la elite.
Evidentemente no son teorías de la conspiración, hechos que cada día o cada semana viene a ser confirmados como verídicos e irrefutables.
Pero el “bobo solemne” sigue haciéndonos comulgar con ruedas de carreta.
A estas alturas es un sujeto/sujeta de compasión. Compasión, que se mutara hacia el desprecio y el odio, a medida que avance el tiempo.
Son dignos de estudio: zoológicos o psiquiátricos son casi intercambiables. Que haya micrófonos, cámaras y espejos: así pueden ejercitar su charlatanería, pero de manera inofensiva.
Pueden engolar su voz y gesticular con afanes mesiánicos: ni se les oirá ni harán daño.
De tanto anunciar cambios en el nuevo orden mundial, otra entelequia de varios “bobos solemnes” (quizás estos en mayúsculas) los cambios llegaron. Pero estos se centran en el individuo y su nivel de intuición y comprensión en materias que de verdad le afectan, personalmente, en su entorno familiar y a la sociedad en general.
La politiquería ha dejado de ser graciosa: sus consecuencias son profundas y destructivas. Las leyes se hacen mal y hay que cambiarlas. Las constituciones se toman a la ligera y se trocean para que todos puedan comer del pastel. Pero solo unos pocos acaparan las guindas de adorno.
En fin, son muchos los llamados y pocos los elegidos. Esta en manos de la sociedad reducir la especie del “bobo solemne” a un libro de historia psiquiátrica. A un dato, bien ilustrado de un periodo bastante gris de nuestra historia, donde un puñado de entes quisieron volar más allá de sus capacidades. Pensando que si negaban lo obvio sus dichos se materializarían en obras, y ellos/ellas podrían admirase ante el espejo.
Ni lo uno ni lo otro. Han deformado la realidad y han manchado el alma nacional. Aun es tiempo de revertir el devenir de los acontecimientos.
Lo que le interesa al bobo solemne es acumular poder y gloria, olvidando que estos son por definición, efímeros. Y lo que les interesa a ellos no es lo que conviene a la sociedad.
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