Por Enrique Subercaseaux
Director Fundación Voz Nacional


“No juegues con las profundidades de otro”. Ludwig Wittgenstein.
“La sabiduría no tiene pasiones”. Ludwig Wittgenstein.
“La filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia mediante el uso del lenguaje”. Ludwig Wittgenstein.
“Los destructores del lenguaje buscan establecer una nueva justicia entre las palabras”.  Elías Canetti.


 La principal herramienta del progresismo para lograr el control político y su posterior hegemonía del mismo, ha sido la de modificar realidades a través de la manipulación abierta del lenguaje.

Filósofos del pasado abordaron el problema del lenguaje, notablemente Ludwig Wittgenstein, y apuntaron justamente (hablamos de comienzos del siglo XX) a la disociación de la lengua hablada y del trasfondo de las ideas y la acción que desencadenaban las mismas.

En el arte se vivió esto, preliminarmente, en el movimiento expresionista, donde se buscaba estimular el subconsciente para lograr una mayor “entidad” en el mundo de las ideas y del entendimiento. Una conexión entre quien emite el discurso y quien lo recibe.

Recordemos que esta es la base para desencadenar la acción. Es esta la importancia fundamental del porqué se busca, hoy, modificar la realidad hasta extremos absurdos. Absurdos y todo, estas nuevas realidades permean paulatinamente el inconsciente de la población transformando su entendimiento, razonamiento y discernimiento.  Algo que va mas allá, y que tiene mayores implicancias, que el lavado de cerebro común y corriente, y que es el antecedente directo del fenómeno que constatamos hoy día.

Es el “doublespeak” de George Orwell llevado a sus fronteras mas extremas. Crear un mensaje que es difuso como un espejismo, pero que se ancla en el subconsciente de la persona.

Las agencias de publicidad, por ejemplo, han sido expertas en esta manipulación, creando necesidades y deseos de la nada.  Hoy es la política la que busca cumplir el mismo rol.

Política y religión son las dos grandes disciplinas que han actuado en el plano real y en el plano subconsciente a través de las épocas.  El “yo intimo” es de difícil mensurabilidad y puede dispararse para cualquier lado.  Ello porque están en juego las emociones y el deseo de trascendencia del individuo, que son pulsiones vitales que no siempre tiene un transcurrir lineal y evidente. Y por lo tanto son abiertas a la manipulación.

En el caso de Chile, la religión católica ha quedado en entredicho por sus “escándalos” (muchos de los cuales ni siquiera han sido probados), por lo tanto, el campo del “discurso del subconsciente “ha quedado libre para los operadores políticos, que buscan su hegemonía, y su victoria, jugando en un tablero que es cada vez mas complicado de entender y que tiene más y más variables.

De allí, por ejemplo, el plan de atomizar las sociedades buscando el enfrentamiento de grupos y de subgrupos. Ya no es solo hombres versus mujeres. Entraron a jugar un rol las minorías, los factores raciales, los factores de la sexualidad, la lucha intergeneracional y un largo etcétera.  Ya hay estudios para incorporar los animales como sujetos de derechos y los robots también.

Todo esto que parece tan complicado es en realidad muy simple: se han inventado un tablero “subjetivo” para desarrollar la partida por la hegemonía. Simplemente porque en el tablero normal ello no es posible para el progresismo, ya que la victoria se consigue a través de lo tangible y de lo objetivo.

El progresismo, hasta en el día de hoy es solo capaz de presentar una quimera como ideal de gobierno, pero sin nada que avale sus dichos con éxitos anteriores. No tienen nada que exhibir, sino una constante presión en el campo de las ideas, y por ello, es crucial ir mutando, o haciendo evolucionar las realidades.

Es lisa y llanamente jugar con las emociones. Jugar con el subconsciente.  Una tesis extremadamente peligrosa ya que una vez se desencadenan las fuerzas ocultas de las personas, es muy difícil controlarlas y conducirlas por cauces constructivas y creativos.

Véase la fuerza del odio, o la fuerza del pánico.

De allí la difícil situación en que se encuentran muchos gobiernos en la hora actual, que han sufrido embates de olas destructivas y de descontento, que han sido desencadenadas, al fin de cuentas, por una acción metódica, y prolongada en el tiempo, de ir tergiversando verdades, realidades y situaciones. Manipulación pura y dura.

Enfrentar este escenario es complicado, y exige una resolución clara por parte de las autoridades políticas y de la sociedad.

Se debe entender a cabalidad la estrategia discursiva del enemigo, y se debe actuar en consecuencia. Lo que es complicado ya que se trata de una manipulación emotiva.

Pero el imperio de la ley (antes que esta sea totalmente cambiada y manipulada) es un tema básico al que se debería prestar atención.   Reconocer las realidades como son: subversión e intervención extranjera concertada (grupo de Puebla, la prueba mas clara) y entender que acá la lucha, que es por la sobrevivencia, es entre la verdad y la mentira. Entre el interés general y el interés particular de los grupos de presión. Entre una clase política que se ha quedado corta en sus obligaciones, porque ha primado en ella los intereses corporativos.

A la larga, una lucha entre la libertad y la servidumbre.  El Grupo de Puebla refleja lo peor de nuestra región: Cuba, Venezuela, Nicaragua son casos lacerantes, que nadie querría vivir en carne propia. Pero también la lucha de fuerzas antagónicas en Brasil, Argentina y México, donde se enfrentan encarnizadamente la verdad contra la mentira.

Esta gran guerra llama a liderazgos ásperos, que fallan en su dimensión diplomática y de civilidad comúnmente aceptada, pero no nos engañemos ni desviemos el fondo de la contienda. Para ganar esta guerra necesitamos la verdad, claridad y elocuencia para exponerla, y una conexión directa entre idea, palabra y acción.  Cadena esta ultima que justamente se busca anular a través de la creación de un lenguaje nuevo, donde reina la subjetividad y la ambigüedad, que son características necesarias para manipular cualquier detalle en favor de quien domina el discurso de la mentira.

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