Por: Enrique Subercaseaux.
Director Fundación Voz Nacional
“La ciencia es el misticismo de los hechos; la verdad es que nadie sabe nada”.
Leonid Andreiev.
La Sinfonía fantástica de Héctor Berlioz es una obra muy descriptiva y colosal. Su cuarto movimiento se titula justamente, la marcha al patíbulo. Describe un artista enamorado que se envenena con opio y su cabeza gira en torno a ideas inconexas y extravagantes. Incluso, llega a presenciar su propia muerte.
Compuesta en 1830, prefigura a nuestro Chile de hoy. Un Chile que ha sido tomado por el narco-terrorismo (no hay necesidad de azucarar la verdad) y es victima de una extorsión cotidiana.
Extorsión por parte de una clase política ignorante. Que se ha enterrado viva en el vicio de sus privilegios. Esclava del placer básico del poder. Egoísta porque todo lo quiere para si (lo hemos visto en el trámite, tan largo, de numerosas leyes que buscan encuadrar sus absurdos privilegios) y no se da cuenta que ella le debe todo al elector, que es tratado como al perro a quien se le arrojan las sobras del banquete.
Incapaz de estudiar los temas y de sopesar adecuadamente las opciones que se presentan ante ella. Y acá es ella toda, al completo, la que cae bajo el mismo dictamen. Toda ella que voto en noviembre, cual rebaño de ovejas asustadas, un itinerario constitucional que no es mas que un torso incompleto de anhelos mal digeridos y febriles de una utopía que se visiona solo bajo los vapores de la narcotizante ideología.
Porque lo que vivimos no es ciencia. La realidad para ellos no existe. Solo distinguen la nube de sus sueños. Pero cual nube, siempre se evaporan antes de transformarse en realidad.
La paradoja del mundo real es que este se construye sobre verdades. Las que proporcionan un cimiento duradero. Las utopías de anclan sobre arenas movedizas, que se desploman, cual castillo de naipes ante cualquier contratiempo que presente la realidad cotidiana.
El relativismo, ya lo decía el Papa Benedicto (el Papa Emérito), es el gran problema, la gran contradicción de la modernidad.
Un relativismo que adormece los sentidos porque es capaz de acomodar cualquier idea, cualquier iniciativa y cualquier sueño dentro de un “minestrone” de falsa democracia. Porque no existe el gobierno de todos, que muta rápidamente al caos de la revolución permanente, pero que es siempre manejado y controlado por los “maestros titiriteros” que abundan en todos los confines del mundo. Esos que encarnan el aforismo que “la esperanza engaña siempre”.
Y esto porque el poder es el mayor afrodisiaco. Estimula los sentidos. Es un coito permanente con nuestro yo interno (en esto es muy egoísta), y proporciona el espejismo de una eterna juventud y una eterna potencia.
Un pacto “faustiano” que termina mal, porque termina en la nada. Se evapora con la misma rapidez que este desarrolla su tensa trayectoria vital. Lo hemos visto antes, lo vemos ahora y lo veremos en el futuro.
Una cosa endogámica. De elites. Ahora, con nuestra triple crisis (terrorista, sanitaria y económica) nuestra visión y nuestros sentidos se aguzarán, y podremos, así lo espero (no puede este ser un proceso individual, sino colectivo) distinguir los contornos de esta estafa colectiva.
Nos engañan quienes pregonan soluciones basadas en la mentira para captar votos, para “aumentar rating” cuando sus propias caras son el reflejo del maquillaje plástico para disimular arrugas y verdad.
Bajo nuestras propias narices nos están robando. Nos roban nuestra libertad. Nos roban nuestros hijos. Nos roban nuestra vida.
Cosa tremenda.
Y no parecemos distinguir como revertir el proceso.
Al abrir los ojos, y una vez disipada la nube de opioides nos rodeara el campo de la muerte. De allí renacerá lo que deba y lo que pueda. De la mano de nuevos líderes, que tengan clara la línea tenue que separa la verdad de la mentira.
La línea tenue que separa la roca solida que sirve de cimientos a un Chile nuevo de las nubes que, a lo más, nos proporciona una efímera sombra.
En fin, la línea tenue que separa la oscuridad de la noche con el día que nace inevitable.
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