Cristián Labbé Galilea



Después de las turbulencias de las últimas semanas, un fin de semana calmo y largo es una oportunidad inigualable para mirar al horizonte y tratar de prospectar lo que se nos viene por delante.


Con diferentes diagnósticos, los más creerán que la tormenta pasó, que hay que reparar las averías y que con “un andar más lento” seguiremos rumbo a consolidar el sueño de una sociedad de bienestar, oportunidades y progreso; los otros, los menos, después de sacar sus cálculos concluirán que los daños en nuestro orden social y político han sido estructurales, por lo que no es descartable la zozobra.

Para los primeros, el que se esté hablando de un plebiscito y una asamblea constituyente no es más que un tema discursivo al cual hay que ceder para pacificar los ánimos; para los otros, el mismo llamado representa lo que la izquierda ha buscado por todos los medios, el fin del modelo de sociedad que hasta ahora nos ha regido.

Seducidos por frases elocuentes e idílicas, y con mensajes engañosos, algunos piensan que no es malo una nueva Constitución, y repiten como loros que: “hay que cambiar la constitución de Pinochet”.

Los más sagaces advierten que se trata de una trampa mortal porque la Constitución del 80 ha sido modificada en más de 30 oportunidades, de manera que es otra la realidad; lo dijo el Presidente Lagos al firmar lo que llamó la Nueva Constitución del 2005: “tenemos por fin una constitución democrática… este es el comienzo de una nueva etapa… de una patria más grande, más unida… el nuevo texto constitucional es un logro de todos… y es un mandato que proviene del pueblo”.

¡Qué fácil se nos olvidan las cosas cuando nos conviene! ¡Qué fácil se cae en el siniestro ardid!

Cuando se nos dice que la actual constitución es “una camisa de fuerza impuesta por Pinochet” no es más que un engaño –“un canto de sirenas”-, pues lo que verdaderamente está detrás de todo es echar por tierra el actual ordenamiento institucional y cambiar el modelo de sociedad que hoy nos rige.

Híbridos personajes políticos -como las Sirenas de la Odisea- en apariencia atractivos, con fingidas y supuestamente inofensivas propuestas, están seduciendo a los incautos a abandonar nuestras banderas de libertad, orden y progreso, para sumarse a una peligrosa travesía.

Es ahora cuando más firme tenemos que defender “los principios básicos de la sociedad libre”, la que hemos construido con tanto esfuerzo y que tanto bienestar ha traído a los más necesitados. No podemos olvidar el camino recorrido y no debemos permitir volver a las profundidades desde donde nos costó tanto salir.

Aferrados a los pilares y valores de la libertad, tal como lo hizo Ulises en la Odisea, no habrá cantos de sirenas que nos hagan sucumbir a la tentación de creer que el plebiscito y la asamblea constituyente son el camino para un mejor futuro, nada más que porque lo dicen la izquierda y unos cuantos híbridos personajes.

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