Cristián Labbé Galilea


Nuestra tertulia giró, igual que todo en estos días… en la pandemia y sus efectos. Coincidimos en que las informaciones, más o menos detalladas, daban cuenta de: cómo evolucionaba la situación, los contaminados, los recuperados, los fallecidos… etcétera, etcétera; y de cómo abundaban los artículos baladíes: “lo que hay que comer, hacer o cuidar durante el confinamiento…”

Producto de lo anterior nos saltó una preocupante alarma: “así como los días van pasando, el pánico crece y crece, y el mundo está claramente más paralizado...”

Coincidimos en que los analistas, en su mayoría, no se atreven a aventurar prospectivas muy concretas, sino más bien se concentran en proyecciones estadísticas de la pandemia y en advertencias de carácter económicas muy generales: “la curva se está aplanando, en Tugmuntu ha habido un leve rebrote”… “la situación futura no será fácil”… En definitiva: ¡Ningún gran hallazgo, y menos una prognosis muy sofisticada!

Con esa sensación, buscamos una aproximación más reflexiva y menos emocional. Llegamos a dos verdades que nos parecieron incuestionables: primero, ¡No somos inmortales! y, segundo, ¡Pase lo que pase, el mundo seguirá girando!

Sobre el primer punto concordamos en que la ciencia nunca, excepto en las películas, hará al hombre inmortal. Los descubrimientos, el conocimiento, la biología, la medicina… podrán desarrollarse ilimitadamente, pero nunca podrán vencer ese “misterioso designio” que creyentes, ateos e incluso agnósticos, dan por cierto.

Coincidimos en que podremos “mantenernos lejos de las velas y de los gladiolos”, como recomendó un contertulio, y “arrancarle a ´la pelá´ todo lo que se pueda”, como sugirió otro. Por lo tanto, de nada servía “entrar en pánico”, porque de ese “brete” no nos salva, ni se ha salvado, nadie. Tarde o temprano “tocaremos la puerta de San Pedro”, por lo que más nos vale ser responsables, cuidarnos, y evitar el terror colectivo.

Tan cierto como lo anterior es nuestra segunda reflexión, “pase lo que pase, el mundo… “E pur si muove” (Galileo Galilei, 1616): sobre la sociedad se cierne el grave peligro de que, producto de la pandemia, vayamos a terminar con nuestras libertades y nuestra privacidad entregadas a un “Estado Omnipresente” que todo lo controla, como lo planteó George Orwell en su novela “1984” (1949), donde ese Estado lo encarna un “colectivo personaje” al que llama el “Gran Hermano” (Big Brother), quien ejerce autoritariamente una vigilancia excesiva, peligrosa e invasiva, sobre la intimidad de las personas.

Sobre lo anterior concluimos que debíamos estar atentos para que, después de esta emergencia, los “siempre bien ponderados políticos” no vayan a sacrificar nuestra privacidad y nuestras libertades, bajo el pretexto de evitar futuras pandemias.

Rematamos nuestra tertulia convencidos de que, respecto a nuestro “despegue al más allá”, no tenemos nada que hacer, “podemos demorar la partida… pero no evitarla”; por lo mismo, debemos impedir que cunda el pánico, ya que, si por designio divino no somos inmortales, con mayor razón debemos asumir que: ¡en un mundo amenazado… nadie está asegurado!

.