Columna Semanal:
 
 

Somos un pueblo muy especial. Nos encanta que nos caractericen como “los ingleses de América del Sur”; sacamos pecho cuando nos aluden como “país referente”; fanfarroneamos con tener una “democracia republicana ejemplar”; por último, estamos convencidos de que somos (humildemente) “la copia feliz del edén”… ¿Entonces, de que nos quejamos?

Muy simple. Sabemos que esos decires son estereotipos que no se condicen con la realidad: estamos por día más intolerantes; nuestra sociedad política es cada vez más cupular y la posición de privilegio… hoy es historia.

Una demostración de lo anterior es el “clima político” pre-electoral. Contrario a lo que sería dable esperar en una sociedad moderna, donde la motivación debiera ser: evaluar a las autoridades que han gobernado en el último tiempo; aquilatar el discurso –conceptual, valórico e ideológico- de cada una de las opciones que se presenten; en suma, definir y luego elegir el tipo de país que queremos para el futuro, hemos optado por el camino de las descalificaciones, las recriminaciones, la palabra fácil y el enfoque ambiguo (léase… lo políticamente correcto).

Lo peligroso de esta actitud es que, al final de cuentas, se produce una “desviación -un extravío- conceptual” en la centroderecha y que la izquierda (incluida la centro izquierda) aprovecha magistralmente, mientras las cúpulas de la oposición (entiéndase Chile Vamos) en su avidez por llegar al poder, buscan afanosamente -con un discurso vacuo- “transitar” hacia la izquierda, renunciando a los principios y valores que le son propios…

Como el espectro político es un juego donde “si pierden unos, ganan otros”, se produce un fenómeno de dos aristas… Una positiva: se crea un espacio que es ocupado por quienes -sin complejos ni ambages- creen de verdad en “los principios de la sociedad libre”, donde prevalezca la libertad de educación, de emprendimiento, de credo; donde impere el orden, la justicia (justa), la moral de mérito, la igualdad de oportunidades, el estado subsidiario, el respeto a la diversidad, la tolerancia, la paz social…

La arista negativa de este fenómeno es que, de ganar en las próximas elecciones, la oposición “corrida a la izquierda” tendrá necesariamente que gobernar con la izquierda y por lo tanto deberá ceder en aspectos fundamentales -para conseguir la mínima gobernabilidad- con lo cual habrá traicionado a buena parte de sus electores.

La mejor demostración de lo anterior es comprobar lo sucedido recientemente en Alemania, donde la Social Democracia y la Democracia Cristiana, generaron un espacio que la “Alternativa para Alemania” (AFD) llenó con un no despreciable 13%. Realidad que la izquierda rápidamente se encargó de “estigmatizar de extrema derecha”, lo que según los propios alemanes está muy lejos de ser así.

Para sorpresa de algunos, en nuestra realidad y puntualmente “en primera vuelta”, vamos por el mismo camino. No faltan los que por ignorancia, ambición o simplemente por “complejo político” enarbolan similares banderas y traicionando sus creencias, prefieren apoyar una opción que no los representa.

Tal como le dije a un contertulio (con un dejo de humor)… ¡Al que le venga el sayo, que se lo ponga!

 
 
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