Publicado en Diario Financiero, 19.12.2019

 

 

 

 

Axel Kaiser


Si hay algo que dejó en evidencia la reciente implosión es cómo diversas instituciones han sido colonizadas por activistas de izquierda. Los peores fueron los medios de prensa televisivos, donde hubo pocos periodistas que no estuvieran claramente alineados con la ideología subversiva que buscaba destruir nuestra democracia.

Buena parte de los intelectuales públicos tampoco lo hizo mejor. Muchos ofrecieron un vergonzoso despliegue de auto santificación, frivolidad y liviandad intelectual reflejadas en la pretensión de que de un desastre como el que nos asoló se podía salir sin pagar un costo en términos de cuestiones que consideramos valiosas. Conocidos son también los casos de profesores de escuela que adoctrinaban alumnos, de deportistas y artistas multimillonarios que aprovecharon para posar de buenas personas hablando de la desigualdad y, en algunos casos, a esparcir mentiras.

Peor todavía fue la actitud de parte del Poder Judicial y del fiscal Abbott. Entre los jueces, la propaganda del IDH, la fiscalía y la prensa se encargaron de paralizar todo lo que pudieron el actuar de policías y uniformados, como si el verdadero y único problema en Chile hubiera sido el abuso policial, cuando el verdadero desastre era el colapso del Estado de derecho, que reposa precisamente en el uso de la fuerza.

Si a ellos sumamos el brazo político de terroristas, narcotraficantes y delincuentes que forma parte del Congreso y sus deplorables justificaciones de la destrucción de las vidas de millones de chilenos, y a aquellos empresarios débiles que no dudaron en endosar el absurdo de que la desigualdad es el origen del problema actual, tenemos todos los ingredientes para concluir que Chile no tiene un buen destino.

Y es que, como explicó el teórico marxista Antonio Gramsci hace casi un siglo, lo que permite que el sistema liberal capitalista se sostenga es, ante todo, su legitimidad frente al público general. Para Gramsci, somos una especie que se mueve por ideas, creencias y sensaciones sobre lo justo. Por eso, insistió, el camino para derrocar el capitalismo no era la revolución armada, como postulaba Marx, pues no gozaría de respaldo popular por mucho tiempo. El mejor camino consistía en construir ‘hegemonía cultural’.

Con ese concepto, Gramsci se refería a los valores e ideas predominantes en una sociedad y de los cuales depende su funcionamiento. Para construirla, pensaba, se deben penetrar instituciones esenciales como la prensa, las escuelas, las universidades, las iglesias, etc., que son las fuentes creadoras de sentido común. Gramsci incluso llegaría a hablar de que eran necesarios ‘filósofos democráticos’, es decir, pensadores que abandonaran la torre de marfil para entrar en contacto con el pueblo y llevarlo por el camino socialista.

Todo esto podía tardar décadas, pero eventualmente llegaría el momento, el punto de inflexión en que el sistema caería para ser reemplazado por otro.

En Chile ese punto de inflexión llegó y las décadas de trabajo construyendo hegemonía por parte de la izquierda están logrando el objetivo. En cuanto a la mayoría de los empresarios, siguiendo a Lenin, podemos decir figurativamente que fabricaron la soga con la que los van a colgar, pues fueron ellos quienes contrataron, financiaron o simplemente no se preocuparon de lo que ocurría al interior de sus medios, universidades, colegios, etc. Así, Gramsci los derrotó y estará por verse si en el futuro lograran revertir la hegemonía actualmente establecida para sacar a Chile de la larga y oscura noche que sin duda se le viene encima.

Fuente: http://fppchile.org/es/el-triunfo-de-gramsci/

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