27 julio, 2022 

 

 

 

 

Eleonora Urrutia
Abogado, Máster en Economía y Ciencias Políticas.


Si se quiere retomar la senda del progreso, el país necesita que sus dirigentes entiendan lo más elemental del juego en el que están inmersos: la izquierda extrema, esa que controló el proceso constituyente y la que está en el poder, no sabe perder, no se agacha, sólo toma impulso.


Chile se encuentra en un dilema. La confusión es tan grande que resulta difícil poner los acontecimientos en perspectiva. Las últimas encuestas, a seis semanas de la elección del plebiscito de salida, son constantes en un triunfo del Rechazo por diez puntos al proyecto de Constitución redactado: para votante probable, Pulso Ciudadano 54,2% a 45,8%, Panel Ciudadano 55% a 45%, Activa Research 55,7% a 44,3% y CADEM 55,4% a 45%. 

Sin embargo, frente al casi seguro triunfo del Rechazo al proyecto de constitución, la mayoría política -incluida la derecha-, sigue pensando en continuar el juego que la extrema izquierda le viene planteando desde hace casi dos años. Analiza preparar un nuevo texto con base en el que acabaría de ser rechazado y en el que supo redactar Bachelet en su segundo mandato, y con los mismos representantes que han escrito aquello que resultaría rebotado. Miran con miedo y horror el resultado del proceso electoral cuando era previsible su desenlace, pero siguen creyendo posible construir con esos mismos violentos antisistema “la casa de todos”. 

El quiebre constitucional

Revisando la historia reciente del país, queda claro que el referéndum del 25 de octubre del 2020 fue una concesión política significativa del Presidente Piñera que surgió de una explosión de violencia delictual promovida expresamente por comunistas, frenteamplistas y otros grupos de izquierda con la intención de provocar un quiebre constitucional. A pesar de las evidentes intenciones antidemocráticas de estos grupos, todo el espectro político que está a la derecha de la izquierda sacrificó la Constitución reformada de Ricardo Lagos abriendo las puertas al filo chavista en Chile. 

Por mucho que se diga que los números no seducen, no puede pasarse por alto la realidad en este nivel de análisis. Fue gracias a esa constitución que Chile se convirtió en el país más libre, seguro y próspero de América Latina. Entre los países de América del Sur, logró tener uno de los Producto Interno Bruto per cápita más altos, una de las tasas de homicidio intencional más bajas y uno de los grados más altos de movilidad social. Además, obtuvo los indicadores de desarrollo humano más altos al sur del Río Bravo. Aunque activistas y figuras políticas insistieron durante los meses de protestas en que la desigualdad había aumentado y que el acceso a la educación, la salud y el poder político seguía fuera del alcance de la mayoría de las personas, los estudios -y un mero recorrido honesto a cualquier localidad del país- muestran que la desigualdad sustantiva había disminuido a la par que el país había logrado la mayor movilidad social entre las naciones de la OCDE. 

Pero no sólo tiene Chile el ejemplo de su pasado reciente, y del más lejano, cuando en épocas del Presidente Allende y gracias a la intervención del régimen militar se salvó de ser la Cuba de Sudamérica, algo de lo que la derecha se sigue avergonzando, y sentó las bases del progreso que el país vivió en los siguientes cuarenta años. Es fácil ver también las similitudes, más allá de lo particular de cada país, de lo ocurrido en la región en los últimos veinte años.­

El péndulo se mueve hacia la derecha

Cuando terminaba la primera década de este siglo, Sudamérica parecía condenada al socialismo. En Brasil Lula da Silva, en la Argentina Cristina Fernández, Michelle Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Hugo Chávez en Venezuela dominaban no solo las elecciones, sino también universidades, gremios docentes, medio de comunicación, el arte y la cultura, y miles de fundaciones que giran alrededor de estas áreas, despertando suspiros en el resto del mundo, como antes lo había hecho Cuba.  

Pero el autoritarismo, la corrupción, las crisis económicas producto de la desconfianza ante este escenario y ante las pésimas administraciones, y el épico éxodo venezolano, arruinaron la popularidad de los miembros del Foro de San Pablo. Macri, Piñera, Kuczynski, Cartes, Bolsonaro y Duque se apalancaron en esta coyuntura y llegaron al poder prometiendo un cambio de agenda social y económica que terminara con el socialismo que viene causando estragos de pobrismo en la región. 

La impotencia para cambiar la agenda de la izquierda, sin embargo, dominó mayormente sus gestiones, haciendo la salvedad de Brasil. Los depositarios del cambio no solo no resultaron mejores administradores que sus predecesores -aunque la faena no resultara nada  fácil- y la izquierda fuera del poder les hiciera la vida imposible sin respetar el juego democrático, fogoneando descontentos con una suerte de guerrillas urbanas espontáneas y otras no tanto. Tampoco lograron instalar una agenda propia y así, todos los gobiernos que venían a reinstaurar los méritos republicanos coincidieron en postergar la reivindicación de los valores morales de las sociedades exitosas a lo largo de la historia, con el objetivo de calmar el descontento de los sectores sociales que no los habían votado. 

La mayoría de estos dirigentes políticos aceptó, además, el planteo moral relativista que la izquierda presentó para generar la base del descontento y así se perdieron hitos milenarios del progreso de Occidente como la presunción de inocencia frente al fisco, el espacio de la privacidad ajeno a la incumbencia política, la individualidad y el mérito personal como plataforma de ascenso social, los límites al poder de imperio y a la avaricia de gobiernos y políticos que ahora se quedan con más de la mitad de lo que las personas producen.  

Y luego hacia la izquierda

La escena política latinoamericana, entonces, volvió a desplazarse a la izquierda. Seis gobiernos en América del Sur y tres en América Central están ahora en manos de demagogos socialistas, o lo estarán pronto, en el caso de Colombia. La Argentina volvió al kirchnerismo, Bolivia repatrió a Evo, en Chile el socialismo dinamitó a la derecha en el plebiscito constitucional. Personajes inefables como Castillo, López Obrador o Boric se hicieron con las presidencias de países importantes en la región. Honduras y Colombia se abrazaron más fuerte al chavismo, Costa Rica se entregó a la dictadura China. Panamá, donde se ha producido una explosión de descontento social, económico y político en las últimas semanas podría ser el próximo país en volcarse. Es otro enclave estratégico: al ser el hogar del Canal de Panamá, maneja el envío de cientos de miles de millones de dólares en comercio anualmente. Finalmente, el panorama electoral para Brasil en Octubre se inclina en igual sentido. 

Las aberrantes violaciones a los derechos humanos de las dictaduras cubana, nicaragüense o venezolana no hacen mella en la región, y de ellas ni siquiera tienen que defenderse, menos aún avergonzarse. A la izquierda no le entran balas cuando se la hace jugar en su propio terreno y la derecha se ha dejado aplastar tanto en el dominio del sistema académico, cultural, mediático, el que modela las narrativas, que ha vuelto sumisa a gran parte de la población, y en el campo político electoral, erigiéndose sistemas perversos que dejan a los votantes sin opción.   

Difícilmente haya esperanza política cuando las mejores opciones electorales consideran que la lucha por la libertad puede ser supeditada a la igualdad “sustantiva” mediante ingeniería social; es complicado pensar en un futuro distinto si la narrativa en el país sigue asociando solo a la derecha con los procesos autoritarios, como si el comunismo y su saga de muerte y miseria no hubieran ocurrido. Se traiciona al votante al aceptar acríticamente cualquier tesis sólo por no ofender creencias socialmente aceptadas. El consenso que se logra así, por la fuerza, no es un valor en sí mismo. 

Ahora que se encuentra ad portas de una nueva elección, ¿hay futuro para Chile? No de esta forma. No bajo esta agenda, no con esta complacencia que condena a todos a vivir esta pesadilla que de progresista ya no le queda ni el nombre. Desde luego, un triunfo del Rechazo evita la caída a un abismo inmediato. Pero que gane el Rechazo no es un triunfo, sino apenas la punta que podría empezar a desenredar el ovillo. Si se quiere retomar la senda del progreso, si se quiere volver a ser el Chile de los índices que maravillaban al mundo y que era el faro de los sensatos de la región, el país necesita que sus dirigentes dejen de lado el buenismo y el pobrismo -enclavado en el Vaticano peronista- y entiendan lo más elemental del juego en el que están inmersos: la izquierda extrema, esa que controló el proceso constituyente y la que está en el poder no sabe perder, no se agacha, sólo toma impulso.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/eleonora-urrutia-hay-futuro-para-chile/

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