Por Raúl Pizarro Rivera
(Advertencia: el título utiliza correctamente la palabra “despeñada” y no “empeñada”).
El puntarenense Karin Bianchi es un senador de la bancada independiente desde el 11 de marzo de 2022, tras un período completo como diputado. En un programa de TV, instado a que definiera el ambiente interno del Senado, respondió que “es un mariconeo permanente; fuera de la sala, todos se abrazan y parecen íntimos amigos, pero en sesión se puede esperar cualquier cosa de ellos”.
Su espontánea reacción, como nunca resultó más oportuna para definir a una clase política desprestigiada, al punto que un diputado de Gobierno llegó a decir que “¡por algo, la gente quiere que nos vayamos todos!”.
Los partidos políticos y el Congreso Nacional llevan años estancados en un paupérrimo 2% de aprobación popular en las periódicas consultas ciudadanas respecto a las instituciones públicas.
Esta nula adhesión hacia ellos no es sólo una realidad en Chile, y menos se trata de un fenómeno nuevo. Abundan quienes han escrito reflexiones muy realistas sobre esta clase tan sui géneris, e incluso el asesinado John Kennedy llegó a decir que “todas las madres anhelan que sus hijos lleguen a ser Presidente de su país, pero que, mientras tanto, no se les ocurra ser políticos”.
Esta percepción de desprestigio es reforzada por algunos pensamientos que hemos seleccionado:
* “Las promesas que hicieron ayer los políticos son los impuestos de hoy”. (William Mackenzie, ex canciller canadiense)
* “La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular” (Edmond Thiaudière, dramaturgo francés);
* “La vocación del político es hacer de cada solución un problema” (Woody Allen, cineasta y actor norteamericano);
* “Si no logras desarrollar toda tu inteligencia, siempre te queda la opción de hacerte político” (Gilbert Chesterton, filósofo inglés);
* “Sólo hay una regla para todos los políticos del mundo: no digas en el poder lo que decías en la oposición” (John Galsworthy, novelista inglés);
* “El político habla y obra sin haber pensado ni leído” (Thomas Macaulay, poeta inglés).
Todas estas definiciones encajan en el escabroso escenario de hoy en Chile, donde la palabra empeñada se ha degenerado a una palabra despeñada, o sea, que se cayó, que se precipitó al vacío.
“Hay que dejar que las instituciones funcionen” proclamó Gabriel Boric, casi en un heroico acto de neutralidad, pero, coincidentemente y sólo horas después la Justicia dejó por los sueldos al fiscal Patricio Cooper, al obligar al Ministerio Público a quitarle la investigación a ProCultura, y sancionarlo, tal como lo exigió a coro su propio partido, el Frente Amplio.
Sin siquiera sonrojarse, la presidente de éste, Constanza Martínez, les atribuyó sólo a democratacristianos aprovecharse de los beneficios de las transferencias ilícitas de fondos fiscales realizadas por dicha Fundación puramente de fachada. Días después, calculando los efectos electorales de su aseveración, ofreció disculpas a la DC.
El Gobernador Metropolitano, Claudio Orrego, manifestó que “no soy amigo de Alberto Larraín”, siendo que se le considera su “hijo político” y a quien transfirió más de mil 600 millones de pesos de su presupuesto para que su antiguo discípulo los invirtiese… ¡en un banco para que le generasen intereses!
“No creo que alcancen a haber cambios en esta legislatura” advirtió Jorge Alessandri, diputado UDI, al anticipar que el alardeado cambio al sistema electoral “no va a salir antes de las próximas elecciones”. Él mismo había dicho que “es una vergüenza que en la Cámara existan 22 partidos”. “Pero… la necesidad de votos tiene cara de hereje”.
Esta percepción electoralista la reforzó, sin tapujos, la mismísima candidata Evelyn Matthei (Chile Vamos), al invitar “al centro a que se me una”, y concretamente a Demócratas, el cual, a su vez, es tironeado por Amarillos para perseverar en una aventura común que, en los últimos comicios municipales, les dio un magro 2,6% de aprobación ciudadana, campaña presidencial que sería encabezada por Ximena Rincón.
Matthei parece haber olvidado definitivamente el mitin que organizó en su propia residencia sólo con “candidatos de derecha” que tuvieron éxito en las municipales de octubre del 2024. Para mayor desconcierto, uno de los 10 “voceros oficiales” de Matthei, el alcalde capitalino Mario Desbordes, las ofició de crítico: “veo pasmado a Chile Vamos: ¡tiene que salir a la calle!”.
Tras dicha convocatoria centrista de Matthei, la izquierda tendrá que evitar referirse a “los 3 candidatos de derecha”.
Casi insultantes resultaron los comentarios de un analista político DC de MEGA, Mauricio Morales, quien aseveró que “Kast y Kaiser han sabido interpretar las aspiraciones de la ciudadanía” y por eso “no les importa la democracia”… Tan desubicada mala intención fue reforzada por Harold Mayne-Nicholls, quien, tras vivir millonariamente gracias a los Juegos Panamericanos y a Colo Colo, junta firmas para llegar a la primera vuelta. Sin haber un solo motivo para tal comentario, manifestó que “no hay que pensar siquiera en que Chile pierda su democracia”…
Por primera vez en la campaña presidencial, la encuestadora del Gobierno -que hace sus sondeos telefónicamente al azar- dio un empate entre Matthei y Kast, ambos con 17% de adhesión. Al conocerlo, la carta de Chile Vamos dijo no importarle “porque somos los únicos que tenemos los equipos técnicos experimentados para que funcionen desde el primer día”, en alusión a los piñeristas de segundo orden que se prestaron para cargos públicos el 2021, cuando el Parlamentarismo de facto de la izquierda legislativa dejó inactivo al entonces Gobierno.
Al visitar los daños ocasionados a la central hidroeléctrica Rucalhue -de capitales chinos- afectada por un atentado, el ministro de Seguridad, Luis Cordero, lo calificó de “acto terrorista”, pero días después, en Beijing, el canciller Alberto van Klaveren se refirió a dicha acción destructiva como “un incidente”. ¿Sabrá lo que significa dicho vocablo?
“No me acuerdo absolutamente de nada” le dijo Manuel Monsalve al fiscal Xavier Armendáriz, refiriéndose a su violación sexual a una funcionaria del Ministerio del Interior, y ahora, tras ser modificada su cautelar por la Corte Suprema, no vaciló en asegurar que “soy inocente”, aunque el proceso continúa caratulado como violación y desfalco.
Tras este breve recuento, la conclusión es una sola: para los políticos chilenos no existe la palabra empeñada. Aunque así ha sido siempre, lo que está ocurriendo por estos días se salió de madre.
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