Por Raúl Pizarro Rivera
Se equivocan medio a medio quienes creen que con el ingreso a la cárcel de Manuel Monsalve para cumplir prisión preventiva por delito sexual –él se defiende, diciendo que se trataba de un romance en formación--, se acabará el gran sismo político que remeció a La Moneda.
El ‘todo vale’, sin fiscalización alguna, que la ministra del Interior, Carolina Tohá, tenía al interior de su Secretaría de Estado, no es una cuestión fortuita ni meramente circunstancial, sino un sello identificatorio de este Gobierno.
A nadie le importaba, ni le importa, que, de los gastos reservados para la Subsecretaría de Monsalve, de los $ 55.000.000 mensuales sólo quedase $ 1.000.000 en la caja de fondos de su oficina. Desde que asumió esta administración de aventureros inexpertos, y de cualquier pelaje, han dejado en evidencia que su formación ideológica --si es que alguna vez la tuvieron-- es el ‘todo vale’: nada les provoca sobresalto. Sólo les importa la conquista del poder, y no para hacer más felices a los pueblos, sino para el disfrute personal de los beneficios materiales que les regala su nuevo estatus.
El exguerrillero Daniel Ortega, en Nicaragua, acaba de decretar que su esposa sea “coPresidenta” del país: da lo mismo cuál de ellos manda. El propio Hugo Chávez, en su momento, se encargó de difundir videos en que él y su familia disfrutaban de las comodidades de las casonas de empresarios expulsados por él.
Nadie -excepto el Presidente Boric, Tohá y un par de asesores- logra entender que no se le aplicase una sanción inmediata o se decretara la remoción de Monsalve por el solo hecho de no presentarse a una Cumbre post Fiestas Patrias para explicar la inaudita e inédita ola de homicidios. Ni siquiera notificó su ausencia a su jefa, la ministra del Interior.
¿Qué más había que esperar para exonerar en el acto a un subministro de Estado que vagabundeaba nocturnamente entre restoranes y moteles para forzar tener relaciones con una funcionaria dependiente suya, ebria casi hasta la inconciencia total? A esta generación, culturalmente muy corta de tiro, se le incentivó disfrutar su estadía en la cima, pero sin instruirla acerca del más elemental respeto que cualquier cargo público merece.
No hay espacio suficiente para enumerar la cantidad de anomalías, infracciones, groserías, ridiculeces, indisciplinas y hasta delitos que han cometido funcionarios, militantes y adherentes a este Gobierno. Las desapariciones de documentación clave desde varios ministerios; el robo de dinero fiscal mediante Fundaciones creadas expresamente para defraudar al Estado; las soeces expresiones de una (ex) Canciller; el abandono sin explicaciones de los damnificados por un mega incendio, el indulto presidencial a un delincuente y los nexos de una subsecretaria con un líder terrorista hoy en prisión, son sólo un muestrario del hábito a la incorrección en que ha incurrido este Gobierno.
Por lo mismo, al interior de La Moneda hasta pareció familiar el ‘numerito’ protagonizado por Monsalve, y por ello no era aplicable la tradicional ‘pérdida de confianza’. Había que dar con la fórmula para salvarlo: el pacto de silencio le fue impuesto a quienes estaban al tanto en La Moneda, en Interior y a los dos asesores más consultados por Boric. Incluso, se obligó callar a la ministra de la Mujer, quien alcanzó a tener un pálido intento de defender un ultraje a su género.
Monsalve no era un subsecretario más, y ello no sólo valía para Boric, sino también para los más duros del régimen y, en particular, para los involucrados en la siniestra campaña de pro seguridad a la ciudadanía, pero negándosela.
Después del Mandatario, era él el principal opositor a calificar de terroristas a los terroristas de La Araucanía; rehusaba, y rehúsa, utilizar la violencia contra ellos; fue siempre reticente a la presencia de las Fuerzas Armadas en la zona y sintonizó con el Presidente en que jamás combatirá la violencia de los rebeldes mapuches con más violencia por parte de la policía.
Monsalve, en su condición de médico, ejerció en Los Álamos -escenario del acribillamiento e incineración de tres carabineros- y, después, la (ex) Presidenta Bachelet lo designó Jefe de Salud de Arauco. Estableció vínculos muy estrechos con las comunidades étnicas de la zona y trabajó políticamente codo a codo con las bandas de la CAM en guerra contra el Estado de Chile.
Al interior del PS, fue mano derecha de Camilo Escalona, impulsor de la Nueva Izquierda al interior de la colectividad y, más tarde, se uniría a la corriente de Osvaldo Andrade. Fue jefe de bancada y por alguna razón se negó a ser presidente de la colectividad.
Junto a su correligionario Carlos Montes, fueron los únicos no frenteamplistas y comunistas considerados para integrar el primer equipo ministerial de este régimen desde el primer día, siendo que en esos momentos se suponía a ambos como miembros de otra alianza con precandidata presidencial propia, Paula Narváez.
Fiel al perfil de quienes trabajan en las sombras, Monsalve se ganó hasta el cariño del Presidente, quien lo tuteaba y le daba un excepcional trato de amigo.
Desde el 23 de septiembre, el Presidente conoció el indebido uso que Monsalve hizo de la policía civil, al ordenarle diligencias de interés particular ajenas a su competencia por ley. Incluso, supo del pedido de Interior para que un avión de Carabineros lo trasladase a Concepción “por motivos personales”.
La mejor prueba de la confianza generalizada que le ofrecía Monsalve al régimen es que hasta el Partido Comunista, que siempre ha soñado con su presencia en Interior, coincidía con él, aunque no así con Tohá.
No fue cómodo ni grato para el Presidente tener que clavar en la cruz a uno de los suyos que mejor interpretaba el juego de engañar a la ciudadanía.
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