Por Raúl Pizarro Rivera
A partir del 4 de noviembre pasado y hasta el 25 de noviembre de 2025, el Presidente Gabriel Boric será acompañado, segundo a segundo, minuto a minuto, por la imagen de la reciente y aplastante derrota sufrida por la actual Vicepresidente de los Estados Unidos, Kamala Harris.
Para el mundo entero, el avasallamiento del Partido Demócrata de EE. UU. se transformó en el más asombroso ejemplo de cómo una mala gestión presidencial abona el camino al adversario político. Nadie vaticinó, ni en broma, la paliza que daría el candidato republicano Donald Trump, barriendo -ésa es la palabra- con cualquiera posibilidad de la heredera de Joe Biden. Trump igualó al también republicano Ronald Reagan, quien en 1981 llegó a la Casa Blanca, ganando en los colegios electorales, en el voto popular y obteniendo la mayoría para la Cámara de Representantes y para el Senado.
La ciudadanía lo votó arrolladoramente en castigo a la pésima gestión de su antecesor, Jimmy Carter, Demócrata. Trump no había obtenido en ninguna de sus dos postulaciones anteriores tal nivel de respaldo. Esta vez, se limitó a canalizar su discurso de campaña en la poco frecuente mala situación de vida de los ciudadanos norteamericanos, ello a causa exclusiva de la deplorable gestión del Presidente Joe Biden.
Comparativamente, en Chile ocurre algo muy similar desde 2022 a la fecha: la deplorable gestión -si es que la hay- de Gabriel Boric no hace más que, diariamente, extender más la alfombra para que el rival político lo reemplace con más facilidad que dificultades en la presidencial del próximo año.
La mala sensación de que él va por el mismo camino de su actual colega estadounidense, el Mandatario chileno lo reflejó en el “saludo oficial” del Gobierno al huracán Trump: se limitó a un lacónico texto de la Cancillería en que lo invita a respetar los derechos humanos, ello con el agregado de unas expresiones muy poco felices, incluso groseras, del embajador en Washington, el PS Juan Gabriel Valdés.
Fruto del arrollador triunfo de Trump, la izquierda chilena en su conjunto debió asumir la brutal realidad de lo que le espera: vivir en carne propia el rechazo popular por culpa de su nefasta administración y por su porfiada persistencia en eliminar de raíz los tradicionales valores de la sociedad chilena. Para ser su compañera de lista, Biden eligió a una descendiente de inmigrantes -Kamala Harris- y, para peor, auto confesa de ser una “socialista auténtica”, desafiando el ancestral conservadurismo y nacionalismo del ciudadano norteamericano.
Acá, Boric muy temprano pagó el costo de querer hacer de nuevo a Chile y no sólo refundarlo, sino reducirlo a tan solo una más de las 11 naciones que compondrían el territorio. El 4 de septiembre de 2022, 8 millones de chilenos le dijeron ¡no! a su ideologizado proyecto, poniéndole fin, ya con esa fecha, a la validez de su Gobierno.
En la actualidad, un 76% de la población le atribuye al Gobierno responsabilidad directa en el aún no aclarado escabroso escándalo en el Ministerio del Interior, lo que, en el acto, acabó con el sueño de Carolina Tohá de tener alguna chance presidencial.
Como nunca antes había ocurrido, en cuanto a que los protagonistas de escándalos, fraudes y desfalcos fueron del FA/PC, en esta oportunidad los incumbentes en el escándalo del Ministerio del Interior son exclusivamente del Socialismo Democrático (PS/PPD), un socio muy colaborativo de La Moneda, antes odiado por Boric y por el progresismo, pero hoy clave para su sustentabilidad y para sumar votos. El Presidente lo trata casi con pinzas y hasta con cierto cuidado: no lo llena, pero le sirve.
Del PPD son la ministra Toha y el recién desafectado Eduardo Contreras, ex Subsecretario de Prevención del Delito (¿?), y del PS son Manuel Monsalve y la jefa de gabinete de la Subsecretaría, Ana Lya Uriarte. A cualquier costo decidió encubrir el bochorno, al menos hasta después de las elecciones comunales y regionales.
La Moneda supo del macabro episodio el 23 de septiembre y recién se dio por enterada el 10 de octubre, cuando un vespertino reveló la vida inescrupulosa del encargado directo de la seguridad ciudadana.
El impacto causado por tan deleznable episodio no sólo originó críticas al interior del Gobierno, sino echó por tierra el silencioso trabajo de resucitación de la (ex) Concertación que se estaba levantando como una salida política al colapso de la trilogía Boric/FA/PC.
Ambos Gobiernos, el de EE. UU. y el de Chile, cada uno ceñido a su propia realidad, fracasaron antes de tiempo y, en lugar de corregir, perseveraron en sus errores. Similitudes las hay, incluso las protagonizadas por los Mandatarios. Mientras Biden pasaba cayéndose, confundiendo los nombres de sus colaboradores e intentando sentarse en sillas inexistentes, Boric se pierde, sin sus remedios se derrumba anímicamente y desaparece días completos desde La Moneda, dedicado a su “agenda privada” (¡¡!!) o a bicicletear en el San Cristóbal en horario de trabajo. Buen piscolero, como lo definió Pamela Jiles, una de sus tantas ‘cumbres’ de la izquierda en Cerro Castillo la culminó con un bien regado asado a la parrilla. Sólo faltó el guitarreo.
Al ser consultado el votante norteamericano sobre el porqué le dio su preferencia a Trump, respondió que “por la insatisfacción originada por Biden, quien aumentó los precios, hizo crecer la inflación, redujo los empleos y no frenó la carestía de la vida”. Como si no fuese suficiente, protestó porque “nunca combatió la inmigración ilegal”.
¿Cómo andamos por casa? Casi igual, con la diferencia, y muy tremenda, de que los estadounidenses no viven la patética crisis de inseguridad ciudadana como en Chile. Días atrás, un conductor norteamericano se negó a bajar la ventanilla de su auto para explicar su exceso de velocidad: en 5 segundos estaba boca contra el suelo y esposado. Acá, todavía lo estarían persiguiendo los carros policiales…
Hasta en lo obsesivo son similares Biden y Boric. Aquél, como si nada, aceptó repostular para las recientes presidenciales del 4 de noviembre y costó que reconociese no estar en condiciones de seguir; con lo cual perjudicó a quien el Partido Demócrata le concedió la candidatura, pero jamás evaluó que Kamala Harris era más de lo mismo. Esto será lo que va a ocurrir en Chile con cualquiera de los candidatos que se atreva a aceptar la oferta de la izquierda para noviembre de 2025.
Casi con júbilo se celebró que nadie del Gabinete Ministerial haya renunciado anticipadamente a su cargo para postularse al Parlamento o a la Presidencial, como eran claramente las intenciones de Tohá. Hay que ser muy osado para, siquiera, imaginar que existen interesados en que estos refundadores se repitan el plato.
Al ser rechazado prematuramente su programa expropiador, al Gobierno no le quedó más camino que vaciar las grandes empresas estatales y comprometer el futuro financiero chileno, pidiendo más y más millones de dólares en el exterior. Nunca sus ‘expertos’ pensaron en fomentar la inversión, y ello porque aborrecen el capital cuando éste no es del Estado. Así lo dijeron, sin tapujos, Boric y su vocera comunista.
Es penoso, y hasta incalificable, presenciar cómo el mismísimo ministro de Hacienda recorta su propia propuesta de Presupuesto Nacional 2025, consciente de que no tiene, ni tendrá, recursos para cumplir mínimamente con sus cálculos.
Lo que, electoralmente ocurrió en Estados Unidos es, si no semejante, muy parecido a lo que acontecerá con el examen electoral que deberá rendir Boric el próximo año: ¿La razón en ambos casos? La carestía de la vida y la total indiferencia ante la inmigración ilegal.
Boric no tiene para qué sacar lecciones de lo ocurrido a Biden, sino tan solo poner su barbita en remojo.
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