Por Raúl Pizarro Rivera


Entre morir y sobrevivir parece existir casi un mundo de diferencia, pero de allí en adelante, será el modo de sobrevivencia el que marque a un individuo, a una comunidad o, por último, a un país entero.

Durante la terrible conflagración de la Guerra del Pacífico, cada vez que moría un soldado chileno al interior de las precarias carpas de enfermería, el encargado de la corneta era llamado a anunciar el deceso con un breve toque de silencio.

Al interior de ese precario hospitalito de campaña, no obstante, permanecían varios otros quejumbrosos mutilados y definitivamente inválidos, obligados a llevar una existencia anormal, dada la irreversible gravedad de heridas y lesiones. Se preguntaban acaso tendría sentido vivir un futuro tan dramáticamente limitado.

Cuando en 1975, el Vietcong de Ho Chi Minh logró expulsar de Vietnam a los soldados norteamericanos y apropiarse de toda la antigua península indochina, los comunistas apresaron al último general de la resistencia de Saigón, ofreciéndole que reconociera al nuevo régimen marxista: se negó y pidió ser fusilado con la bandera de su país, ahora invadido y anexado, y sin vendas en los ojos. El suyo fue el desenlace inevitable de quienes rehúsan unirse a un sistema impuesto por la fuerza y la brutalidad.

Los triunfos de las revoluciones, siempre vulneradoras y sangrientas son recordados casi como emblemas históricos, en cambio quienes evitaron tal tragedia de perder para siempre su libertad, pasan al olvido. Hoy, los túneles de los guerrilleros del Vietcong son sitios de peregrinación para turistas de todo el mundo, en tanto casi nadie se detiene a recordar u homenajear a los mártires de la democracia ultimados al intentar trepar el Muro de Berlín y escapar hacia su libertad. La caída de este monumento a la opresión, en noviembre de 1999, puso fin a la mayor y más deleznable prisión en la historia de la humanidad, creada por el bolcheviquismo en octubre de 1917.

Tras el exterminio del zarismo, existió en Rusia, incluso, un Partido Octubrista, cuyo postulado fue preservar el anti-totalitarismo y alentar las libertades individuales: obviamente, duró la nada misma. Así, la Revolución de Octubre quedó, y permanece, como símbolo de victoria para el comunismo. Es éste el motivo por el cual, el PC chileno, con la venia del Grupo de Puebla, con el visado de la dictadura cubana y con el aporte material e ideológico de Nicolás Maduro, eligió este mes, octubre, pero de 2019, para dar inicio a su revolución en Chile, y cuya meta era terminar con tres décadas de democracia.

“Jamás imaginé que iríamos tan rápido, y ahora hay que erradicar el neoliberalismo y designar una Asamblea Constituyente” difundió eufórico al mundo un sonriente Maduro, al informarse de la relampagueante acción avasalladora, destructiva e incendiaria de los “luchadores sociales” comisionados para derrocar al Presidente de la República. Éste nunca imaginó que el dictador venezolano le pasaría la cuenta por ir a gritarle que se fuera del poder en la frontera con Colombia. Tampoco se informó de la reunión en Caracas donde se selló el Golpe del 18/O y, menos, de la advertencia de que, en las distribuidoras de la Región Metropolitana, de la noche a la mañana se agotó la venta de líquidos acelerantes del fuego.

Acorralados y exhaustos, los apenas 2 mil carabineros con entrenamiento en control del orden público comprobaron que no les quedaban balines de goma para repeler los ataques de las hordas refundacionales, pero, así y todo, recibieron la orden perentoria de no tocar el almacén de balas de la guardia de palacio.

Por esta férrea actuación policial en defensa del Estado de Derecho, se entiende claramente el porqué del encono y el odio de estos fracasados revolucionarios en contra de Carabineros.

En acciones como éstas, en que los revolucionarios no logran su objetivo de reemplazar mediante la violencia el sistema político democrático, igual se origina un descalabro en la convivencia social. Así aconteció con posterioridad al 18/O, con la sucesión de imposiciones del comunismo a través de un imaginario ‘Acuerdo de Paz´: el llamado a votar por una nueva Constitución; la elección de la Convención y el descabellado y totalitario proyecto de ésta.

Si fuese patriota y no internacionalista, el PC chileno podría conmemorar para sus demandas políticas las fechas de las dos victorias del Ejército Libertador que permitieron nuestra Independencia, el 12 de febrero y el 5 de abril. Entonando conmovidos, puño en alto, la Internacional Socialista, el comunismo criollo evoca su octubre bolchevique cada 11 de este mes desde el 2019. En un día así, estuvieron más cerca que nunca de transformar a Chile en una dictadura a su estilo. Las consecuencias de aquella “explosión de disconformidad” están vivas. Qué mejor prueba de ello es que un 82% de la población asegura vivir insegura y un 52% pide la instalación de un Gobierno autoritario capaz de exterminar la delincuencia descontrolada y el crimen organizado.

En 1989, también hubo una “explosión de disconformidad” -contra el neoliberalismo- en Venezuela, conocida como “caracazo”: terminó siendo el inicio del chavismo y la posterior materialización de la dictadura.

El 18 de octubre de 2019 es hoy un muy mal recuerdo, toda una pesadilla, pero con muchos de sus protagonistas muy activos y amenazantes, porque, aseguran, no querrán irse de su fracasada experiencia con las manos vacías.

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