Por Raúl Pizarro Rivera
En una bien tenida y bien iluminada pequeña parroquia del oriente de Con Con, el ministro de la eucaristía invitó a sus feligreses a participar con alguna rogativa.
Uno de los presentes las inauguró, pidiendo “por el retorno de la democracia en Venezuela y por el fin de las persecuciones a los opositores en dicho país”.
Apenas horas después de ello, en el palacio presidencial de Miraflores, en Caracas, un orgulloso y sonriente Nicolás Maduro recibía la reclinación y credenciales del nuevo Nuncio Apostólico enviado por el Vaticano a Venezuela, y llegado allí en medio de las persecuciones y encarcelamientos a opositores, tras el fraude electoral organizado por la dictadura marxista.
Aquella capilla conconina tenía feligreses sólo en el 50% de sus bancas, en tanto, cruzando la calle, un templo evangélico no daba abasto para recibir a sus hermanos.
No es ésta, la de uno de los fraudes electorales más escandalosos de los últimos tiempos, la causa de que en las iglesias evangélicas haya mayor presencia que en los templos católicos: no deja de ser sintomático que desde que asumiera Jorge Bergoglio su pontificado en 2013, se iniciase una progresiva deserción de fieles, con un promedio de 280 mil anuales en todo el mundo.
En mayo de 2021, el Vaticano retiró a su Nuncio Apostólico con residencia en Caracas, monseñor Aldo Giordano, “por fuertes discrepancias públicas” entre el dictador venezolano y el Papado. Tal decisión resultó desilusionante para la población local, porque en Latinoamérica, Venezuela es el país con el mayor número de católicos, con el 92% de su población.
Se preveía que las relaciones diplomáticas entre ambos Estados se mantendrían congeladas, más aún por el soez vocabulario cotidiano de Maduro en contra del catolicismo. No obstante, el 14 de mayo de este año, el Vaticano comunicó oficialmente que el Nuncio en Chile, el español Alberto Ortega Martin, pasaba a asumir idéntica función en Venezuela.
Siempre impredecible y sorprendente en sus decisiones, el catolicismo y la diplomacia entendieron que tal decisión de Bergoglio correspondía a su convencimiento de que el domingo 28 de julio se acababa la dictadura marxista en Venezuela, ello luego de las elecciones presidenciales en las que la oposición era, y es, tremendamente mayoritaria. Se interpretó, así, que la designación de Ortega Martin en la nunciatura caraqueña sería el primer eslabón en la recuperación de la democracia. Pero, y con el repudio mundial, Maduró se robó los votos y se autoproclamó Presidente reelecto, endureciendo el trato a los opositores.
Ante tan siniestro suceso, se creyó que el Vaticano le pediría a Ortega que se mantuviese en Chile y que la vacancia en Caracas, que ya llevaba tres años, se prolongaría indefinidamente. Sin embargo, la peor de las sorpresas se produjo cuando en medio de baleos, persecuciones y encarcelamientos a sus opositores, Maduro, erguido por el orgullo, recibió las cartas credenciales del nuevo Nuncio.
Ni siquiera los más avezados vaticanistas se explican la decisión de Bergoglio, quien tuvo todo el tiempo necesario para postergar el viaje de Ortega e impedir, así, que Maduro se jactase de que el jefe de la Iglesia Católica fue el primero en reconocerlo como Presidente reelecto.
A los fieles feligreses no les calza la incongruencia de sus peticiones dominicales ordenadas por los arzobispados --orar por los derechos de las personas y sus libertades, por los perseguidos y por quienes deben huir de sus países-- con el actuar exactamente contrario de la máxima autoridad de su credo.
No más de 10 Estados en el mundo han reconocido, hasta la fecha, como válida la reelección de Maduro, y si bien el Vaticano no se ha pronunciado al respecto, el solo hecho de enviar a su embajador a presentarle las cartas credenciales pocas horas después de su fraude y en plena persecución a opositores, implica un reconocimiento tácito a su tramposa investidura.
Todo el mundo, y no solamente el católico, se halla al tanto del agudo y rápido deterioro de la salud de Bergoglio, y no existen pistas claras acaso es él u otro quien está adoptando las decisiones en la cancillería vaticana, y ello entre muchas otras interrogantes.
A los 21 años, a Bergoglio le extirparon el lóbulo superior de un pulmón después de una neumonía grave. En sus desplazamientos por el Vaticano utiliza un bastón y, a veces, una silla de ruedas debido a una lesión crónica en su rodilla derecha.
También padece diverticulitis y en junio de 2023, fue sometido a una operación por una hernia abdominal lacerada. Poco antes había sido hospitalizado por una infección respiratoria.
A causa de su estado de salud, el Pontífice, en diciembre de 2022, reveló que ya había firmado su carta de renuncia en caso de que sufriese una "discapacidad". El documento con su dimisión se lo entregó al entonces Secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone, pero como éste renunció, Bergoglio confesó que “ignoro quién pueda tenerlo...”.
Desde que asumiera el Pontificado, ha enfrentado una oposición cada vez más potente de parte del cardenalato conservador de la Curia “por tener una visión laxista de la doctrina católica”, y por un “exceso de autoritarismo” en la gestión de la Iglesia.
Como una medida de “seguridad personal”, desde que asumiera, Bergoglio rehúsa ocupar la privacidad y exclusividad de las habitaciones papales y se aloja y hace su vida en la Residencia Santa Marta, a la vista de todos los prelados del mundo que se alojan allí de paso por Roma.
Aunque con enemigos al acecho y con agudos problemas de salud, la responsabilidad siempre recae en la jefatura máxima, en este caso en Bergoglio.
De buenas a primera, cuesta creer que el mismo que decidió retirar a su representante en Caracas por el “irreversible no entendimiento” con un denostador del catolicismo, se haya equivocado tan grandiosamente, al ser el primero en reponer su embajador ante Maduro y, para peor, en plena, y sangrienta, persecución en venganza por su aplastante derrota electoral no reconocida.
Son hechos como éstos los que inducen a muchos creyentes a preguntarse el por qué los templos ya no lucen pletóricos de fieles como antaño.
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