Por Raúl Pizarro Rivera


Al tramo recto y postrero de toda carrera de caballos se le conoce como tierra derecha, término que la gente lo utiliza en muy variados sentidos para graficar que se está al final de un hecho o de una trayectoria.

Este septiembre le puede resultar al Gobierno mucho más angustiante que la tierra derecha de las elecciones del 26/27 de octubre, comicios tremendamente trascendentales para su presente y futuro. A raíz del escenario fraccionado de la izquierda -y casi roto a causa de Venezuela-, la derecha opositora tendría, desde ya, que alistarse para recibir el bastón del mando, programado para el 11 de marzo de 2026. No parece exagerado ni apresurado, pues lo que resta de este año será íntegramente de corte electoral propagandístico y el próximo, ni qué decir: ¡votaciones presidencial y parlamentarias!

No existe una sola encuesta o algún análisis investigativo que vislumbre un mínimo de opción posible para que el extremismo y el progresismo continúen en La Moneda. No será posible el pacto acordado entre Gabriel Boric y Giorgio Jackson, cuando dieron vida al Frente Amplio y se repartieron entre ambos los dos primeros períodos presidenciales consecutivos y, para después, programaron una permanencia de tres décadas del extremismo en el poder, denominada por ellos y por sus aliados ‘nuevo ciclo político’.

Con señales definitivas de que el gran proyecto refundacional acabó por decisión ciudadana el 4 de septiembre de 2022 -a sólo seis meses de iniciado-, desde aquel año el bote extremista se halla flotando en el océano sin remos, sin brújula y sólo con viento en contra.

Para hacer más agudo su estado catatónico, el Gobierno no sólo enfrentará la tierra derecha de las elecciones en muy precarias condiciones, sino también sufrirá el rigor de un mes inéditamente corto, pues, en rigor, septiembre tiene sólo tres semanas hábiles. Productivamente, la del Dieciocho será una semana perdida en su totalidad. Sabiéndose que las celebraciones comienzan el 17, desde ese martes hasta el domingo 22 la fiesta será imparable, y valiéndose de los típicos ‘sándwich’, la inactividad general podría empezar incluso el viernes 13.

Cálculos preliminares estiman que un feriado tan prolongado le generaría al país una pérdida de, aproximadamente, 4.5 mil millones de dólares, golpeando duramente al IMACEC.

Hasta la fecha, por desconfianza en este Gobierno, se han ido del país capitales por 22 mil millones de dólares, y en los primeros seis meses de este 2024 se han materializado 172 mil despidos de empleos asalariados.

Retomando la alusión a tierra derecha, es en los metros finales de las carreras donde se define el ganador, a veces por muy estrecho margen, y, otras, con una amplia ventaja. Si este escenario se extrapola a las elecciones municipales y de gobernaciones que están a la vuelta de la esquina, con un rechazo permanente superior al 60% por parte de la ciudadanía, la izquierda gobernante hace lúgubres pronósticos sobre su futuro inmediato.

Desde el 2022, la orientación de la gente se ha dejado sentir fuerte en los votos, dejando en claro que la mirada de los sufragantes apunta más que a un candidato y a un partido en particular, se enfoca en un sistema político radicalmente opuesto al que nos rige. Tal realidad quedó plasmada en el resultado del plebiscito por la Convención Constitucional y el mismo sentimiento ciudadano se repitió el 7 de mayo de 2023 para la elección de los consejeros constitucionales.

El deseo de la ciudadanía es el de volver al camino que, por décadas, había recorrido Chile, reconocido en el mundo entero como una economía emergente, ejemplo a imitar. Por lo mismo, lo que viene es trascendental para tal objetivo: así como la izquierda y el progresismo prepararon meticulosamente la extinción del país para hacerlo de nuevo, la derecha opositora debe abocarse a resucitarlo, a reconstruirlo y a devolverle su grandeza perdida.

Mientras Salvador Allende agudizaba cada día ‘la vía chilena al socialismo’ y el país se precipitaba al abismo, silenciosa y discretamente un grupo de economistas preparaba un documento con medidas destinadas a dotarlo de herramientas e instrumentos que lo sacasen del Tercer Mundo y lo condujesen al Primer. Aquel documento destinado a una rápida transición del marxismo hacia el neoliberalismo, mediante un veloz vuelco como nación, se le conoció, en tono coloquial, como Ladrillo.

Al reverso de la política económica instalada por el allendismo, dicho texto apostó por la apertura total del mercado interno, por aranceles bajos y uniformes, por racionalizar el aparato fiscal y por el fin de los controles de precios y de los subsidios, entre muchas otras medidas. Dicha estratégica planificación fue continuada y, sin ninguna modificación sustantiva, por ¡todos los gobiernos de la (ex) Concertación!

Sus autores, los economistas Andrés Sanfuentes, Juan Villarzú y José Luis Zabala, iniciaron la elaboración del documento en agosto de 1972 y fue presentado a la recién establecida Junta de Gobierno a fines del año siguiente.

Los pilares de esta política económica, que dio progreso y modernidad al país, es la que Boric y la izquierda se propusieron echar abajo a través del Golpe del 18/O y, después, mediante la Convención Constitucional: 8 millones de chilenos lo impidieron, apostando por la estabilidad, el bienestar y el progreso personal garantizados por el sistema neoliberal plasmado en el Ladrillo.

Esta vez, la transición que refresque y optimice el nivel de vida de la población será menos titánica que el paso del marxismo al liberalismo, porque las estructuras del puente se conservan, aunque con severos daños que habrá que reparar con urgencia. Sacar al país del fango y del estiércol en el que se encuentra será una misión tan urgente como convencer de que regresen a los muchos inversionistas que se fueron de aquí desconfiados de Boric.

Hay que aprovechar esta tierra derecha para preparar, si no similar, otra versión del Ladrillo con objetivos centrales como extirpar los excesos de ganadores de plata fácil; racionalizar un aparato fiscal agigantado artificialmente con ‘asesores’; recuperar los miles de millones defraudados al Estado aún no devueltos; esterilizar el contingente de vagos auto denominados “luchadores sociales” y proteger seria y sólidamente al país de la vengativa revancha política que se vendrá.

Dada toda la triste experiencia vivida durante este régimen por las licencias a la delincuencia, al crimen organizado y a la inmigración ilegal, existen estadísticas y moldes en los cuales basarse para elaborar acciones concretas y sin compasiones. Hay que llegar al 11 de marzo de 2026 con decisiones claras y definidas para terminar, y a cualquier precio, con el acceso ilegal de extranjeros por la frontera norte.

Esta especie de Ladrillo II tiene que considerar el fin del INDH, un instrumento desvergonzado del PC, destinado exclusivamente al beneficio de los suyos, dejando tal rol en manos del Ministerio de Justicia y de los Derechos Humanos, el cual por algo se llama así.

Para rehacer a Chile, hay que partir por demostrar la potencia de la derecha opositora, y esta oportunidad se dará con motivo de las elecciones de octubre. Fruto de muchos y muy variados acontecimientos terriblemente dañinos originados por la naturaleza, quedó crudamente al descubierto la diferencia de quienes realmente se desvelan por sus comunas y quienes aprovechan estas fatalidades para promocionar a “su Gobierno”. Es muy distinto servir a la comunidad y al vecindario que ser servil a la autoridad central.

Hay candidatos a alcaldes, como el de Maipú, que se dedica a promocionar a “su Gobierno”, en tanto la comuna continúa sin tuberías subterráneas que absorban las lluvias; sigue con inundaciones originadas por el servicio municipal de agua potable; mantiene una pobre iluminación pública y es inconmovible observador de la delincuencia, la que incluye un cementerio ilegal y el continuo hallazgo de restos humanos.

La ciudadanía tiene un rol histórico que jugar a partir de las próximas elecciones y hasta las del 18 de noviembre del próximo año. Será misión de todo patriota elegir a un nuevo Presidente, muy demócrata, serio, culto y corajudo, y dotarlo simultáneamente de un Parlamento claramente mayoritario para que los fracasados “transformadores de Chile” sean transformados en olvido y, ojalá, para siempre.

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