Por Raúl Pizarro Rivera


En su ansia de recuperar alguna pizca de adhesión popular, el estéticamente remozado Presidente de la República anunció amenazadoramente que pondría fin a la concesión de ENEL si es que, en un plazo de horas, no reponía la energía eléctrica a millares de hogares que quedaron a oscuras por la ventolera del 1 de agosto. Ignoraba Gabriel Boric que dicha empresa pertenece al Estado italiano y que, de desahuciarla, originaría un tremendo conflicto diplomático entre ambos países.

“La experiencia no garantiza la credibilidad, pero motiva a las personas a dar la oportunidad de probar que se es capaz”, escribió John Maxwell, un prolífico escritor contemporáneo estadounidense, y ello refleja con certeza una de las dos gigantescas fisuras que llevaron tan prematuramente a su fracaso a este inexperto Gobierno.

Esta generación de audaces e improvisados políticos carece de preparación y de formación intelectual. Dedicada casi desde la niñez sólo a “hacer la revolución”, nunca sudó para ganarse el sustento diario y sigue siendo hambrienta de imponer la fuerza por sobre la razón para saciar su sed de odios acumulados durante su etapa de dogmático adoctrinamiento.

Sin experiencia alguna para asumir la conducción del país, estos adoradores del bolcheviquismo prometieron un manojo de ofertas sociales, empero ni siquiera lograron satisfacer a todos los suyos, aunque todavía siguen esperanzados en revertir su frustración por el fracaso del catastrófico Golpe del 18/O. La gente, siempre tan dispuesta a tragarse el anzuelo, les creyó, pero sólo hasta que se conocieron sus siniestras maniobras al interior de la Convención Constitucional (2022) para construir “un nuevo Chile”, partiendo de cero y con el sistema político más cruel y alevoso de los tiempos modernos: una dictadura marxista. Fue en dicha instancia cuando perdieron para siempre toda credibilidad.

Ésta, la credibilidad, es la “cualidad atribuida a una fuente o a un mensaje que mide la disponibilidad del destinatario a aceptar como verdaderas las afirmaciones recibidas”. A partir de esta definición -aceptada en todo el mundo-, esta generación de aventureros, tras sólo seis meses en el poder, perdió la confianza de la ciudadanía: ocho millones de chilenos le rechazaron su propuesta de rehacer el país entero de nuevo. Tan desquiciado proyecto fue votado a favor por 4.800.000 de personas, de las cuales, se estima, 1.500.000 se han bajado progresivamente del carro transformador. Según datos de la encuestadora del Ministerio de Hacienda, por estos días sólo un 1% de la población nacional está de acuerdo con el dictador Nicolás Maduro y su fraude electoral en Venezuela.

Derrotado en aquel histórico 4 de septiembre, Gabriel Boric le anunció al país que “me abocaré a unir a todos los chilenos”. Hoy, el 69% de los ciudadanos confiesa estar en contra del Gobierno, o sea, 12 millones de personas.

La gente tampoco le creyó a Boric cuando inventó un segundo proceso constitucional, propiciado por los comunistas en su perseverancia por hacer realidad algunas dosis del veneno marxista. Los electos por la izquierda para dicho Consejo Constitucional apenas superaron la mitad de los elegidos por la derecha opositora.

La credibilidad significa “tener la cualidad de creíble”, e investigadores de la Universidad de Misisipi afirman que el concepto “es muy mal usado en estos días”, simplemente porque los políticos la perdieron.

¿Quién puede creerles a Boric y a su ministra del Interior cuando aseguran que su principal preocupación es la seguridad ciudadana? La última encuesta nacional urbana sobre la materia comprobó que el 85% de la población asegura que vive con temor por falta de protección y un 88% cree que la delincuencia ha aumentado.

En su cuenta a la nación del 1 de junio, el Mandatario aseguró que “¡Chile económicamente ya despegó!”, y al cabo del mismo mes, el IMACEC apenas ‘creció’ 0,1%. Con una desvergüenza impropia de su cargo, el titular de Hacienda atribuyó tan precaria cifra “a los temporales y a las vacaciones de invierno de los escolares” (¡¡!!). A fines de 2022, Boric aseguró que “a los delincuentes los perseguiremos como perros” y hace sólo un mes Carolina Tohá reconoció no saber dónde están los ilegales con órdenes de expulsión.

Siempre en el marco de este mitológico combate al crimen organizado, Interior ideó un enjambre policial movilizado para tranquilizar a la población: días atrás, cuatro carros policiales persiguieron a dos ladrones de cigarrillos ¡desde Melipilla hasta San Bernardo!, porque los funcionarios no pueden interponerse ni frenar a malhechores en huida por respeto a sus derechos humanos.

Algo irritado, el subsecretario Monsalves aseveró que “no podemos romper relaciones con Venezuela, porque cuando sus ciudadanos presos en Chile cumplan su condena, tendríamos que dejarlos en nuestro territorio sin opción de enviarlos de vuelta a su país”. Tan desgraciada aseveración cobró casi un tragicómico realismo con la reciente decisión de Nicolás Maduro de mancillar a Chile, expulsando en cosa de horas a todos nuestros diplomáticos. ¿Cuándo, entonces, volarán aviones a Caracas con la carga de deportados?

Frente a la relampagueante reinstalación de Carabineros como una de las instituciones más apreciadas por la ciudadanía, Boric negó que haya ensalzado al perro “matapacos” aplaudido durante el Golpe del 18/O, lo que le fue replicado con un aluvión de pruebas de lo contrario en las redes sociales.

El incontinente verbal ministro de Justicia afirmó, tajante, que sí o sí la ampliación de una cárcel de alta seguridad se hará vecina al actual penal, pero días después, ante la presión comunista en apoyo de la alcaldesa santiaguina, Boric comentó que “todo es conversable”, y hasta surgió la opción de Til Til para la sede del futuro recinto.

Creador de los atajos constitucionales, Boric, vía decreto, ablandó los Estados de Excepción, prohibiendo a las FF.AA. el uso de sus armas (2022) y, mal disimuladamente, para las próximas elecciones -en octubre- vía veto adecuó el voto obligatorio a voluntario.

En una de sus últimas e improductivas giras relámpago al extranjero, incluyó entre sus invitados a una diputada frenteamplista que, en rigor, no podía salir del país por estar involucrada en el juicio a uno de los tantos casos de defraudaciones fiscales mediante Fundaciones brujas. Ningún pez gordo de su Gobierno ha sido víctima de su promesa del “caiga quien caiga”, ni tampoco se sabe de los miles de millones sustraídos, pese al plazo de un mes auto dado para recuperar el dinero.

Su última falta de credibilidad es la más sublime de su colección: sabiendo que es un ‘outsider’ para la izquierda latinoamericana, se ofreció como mediador para un arreglo respecto al fraude electoral venezolano. Él está congelado por sus camaradas: su partido FA, habiéndose comprometido en la Cumbre Extremista de Caracas (2019) a “hacer la revolución en Chile”, falló en su intento, ganándose el odio perpetuo de Maduro.

Lo increíble, e indignante, es que su generosa oferta se produjo en medio de una incontrolable ola de insultos en su contra por parte de la cúpula de la dictadura venezolana. “No vamos a romper relaciones” anunció Boric “y lo veremos cuando aparezcan las actas electorales”, sabiendo -porque lo aprendió desde joven- que las dictaduras no hacen públicos sus delitos ni difunden sus atrocidades, y sabe, también, que el PC jamás le permitirá que lo haga.

En medio del actual escenario electoralista chileno, Boric ha pretendido hacerse pasar por un “apasionado por la democracia”, pero al mismo tiempo permite que su mayor y gran socio, el comunismo, haya enviado una delegación oficial a Venezuela como veedora de tan descarado robo, la que, a su regreso, informó que “todo fue normal”.

Ello demuestra que su repentina iluminación democrática es un show pro mejora de su imagen pública. Por algo restó importancia y calificó de “irrelevantes” las imputaciones de Lautaro Carmona, el presidente del PC, en cuanto a que “en el Gabinete hay ministros activistas en contra de Maduro”, refiriéndose a Antonia Orellana y a Carlos Montes.

A este bamboleante hombrecillo de La Moneda todavía le queda tiempo para embaucar a los despistados, y mucho más cuando hasta los ataques le resbalan: Maduro lo calificó de fascista y pinochetista, y da la impresión de que se sintió cómodo por tal trato.

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