Por Raúl Pizarro Rivera


Aunque se trata de una expresión de uso muy común entre los chilenos, se conoce como bluff a un “montaje destinado a impresionar, que posteriormente se revela como falso”. Así, y de ninguna otra manera, debe entenderse la interesada filtración de que el Gobierno “le habría solicitado” a la Cancillería que sondease el ambiente internacional para intentar una eventual candidatura de Michelle Bachelet (PS) a la Secretaría General de la ONU.

El actual Secretario General, el portugués Antonio Guterres, también del mundo ‘progresista’, deja el cargo en enero de 2027.

Algo huele mal en este trascendido, porque Bachelet no salió bien de su cargo de Alta Comisionada para los DD.HH., al punto que 14 países miembros de la asamblea general le solicitaron a Guterres que “por ningún motivo” le ofreciese permanecer en dicha función por un segundo período. Todo parece apuntar a que es una iniciativa personal de una íntima amiga suya, Paula Narváez, a quien la propulsó a un cargo en la ONU, pasando con este régimen a ser embajadora de Chile ante dicho organismo. Dentro del PS, fue Bachelet la que, a dedo, designó precandidata presidencial del PS a Narváez en 2021 para enfrentar a Boric y Jadue en una primaria que nunca se materializó. Estuvo, igual, en la papeleta de aquella primera vuelta.

Este episodio digno de poco o nulo crédito, parte de un contrasentido básico, como es la figuración simultánea de Bachelet casi como la eventual alternativa única de la izquierda para las elecciones presidenciales de octubre de 2025. Además, nadie entendería que una eventual fracasada candidata en su propio país postule, dos años más tarde, al más alto cargo de la ONU.

La última encuesta de la consultora Criteria mostró que la ex Presidenta socialista llegó en sus sondeos a un 9% de “popularidad”, venteando sin disimulo que “¡relegó al tercer lugar!” a José Antonio Kast (Republicanos), éste con un 8%. Tal hecho, meramente circunstancial, no es menor para la izquierda, la que observa, hasta con pánico, la posibilidad de que el 2025 pasen a segunda vuelta dos candidatos opositores. Las preferencias ciudadanas continúan siendo lideradas ampliamente por la todavía alcaldesa de Providencia, Evelyn Matthei (UDI), con un 28%.

El mismo sondeo reveló que detrás de estos tres vienen la ministra del Interior, Carolina Tohá (PPD), con un 6%; la vocera de Gobierno, Camila Vallejo (PC), con un 5%; el diputado Johannes Kaiser (Nacional libertario), con un 3%; Daniel Jadue (PC), con un 3% y los ex candidatos Franco Parisi (PDG) y Marco Enríquez (PRO), con un 2%.

Tal como para comer pescado, para “interpretar” las encuestas hay que tener mucho cuidado. El 2020, también a un año de las presidenciales del 2021, los sondeos de percepción ciudadana los encabezaban Pamela Jiles, Joaquín Lavín y Daniel Jadue, quedando más atrás Parisi, Kast, Enríquez, y hasta Bachelet era mencionada. A esas alturas, el nombre de Gabriel Boric no figuraba.

El pasado 2023, para la elección del Consejo constitucional, las predicciones de las consultoras daban a los candidatos republicanos un 10% como máximo y terminaron obteniendo un contundente 35%.

Para el aperitivo de la presidencial, esto es, las elecciones municipales y de gobernadores en octubre próximo, la encuestadora Cadem, propiedad del Ministerio de Hacienda, proporcionó un dato que es correlativo a la realidad del país: un 52% de consultados afirma que votará en contra de candidatos del Gobierno, en tanto un 32% dice que lo hará a favor. Dicho tercio ha sido el permanente y limitado apoyo a la izquierda gobernante hoy: las más “populares” del bloque se encuentran a 20 o más puntos abajo de Matthei, y la irrupción de Bachelet es fruto de que la ministra del Interior, voz y rostro visible en todos los conflictos y fracasos de La Moneda se desplomó en el ranking de adhesión ciudadana.

Boric echó mano a Bachelet para que lo ayudara a restaurar su desteñida imagen, para que hiciera propaganda a las ‘reformas estructurales’ y, más recientemente, para que convocase a sus partidos a nominar unitariamente a los postulantes a Gobernadores. Sólo el PS y el FA se refirieron positiva y optimistamente a ella.

La convicción tan desoladora de no tener un candidato de real potencial es la única razón para soñar en que la eventual postulación de Bachelet pueda tener algún destino.

Ella, en dos oportunidades le entregó el bastón de mando del país al adversario y protagonizó dos episodios que la marcaron con el apodo de ‘cadáver político’: cuando se informó “por la prensa” del escándalo especulativo inmobiliario de su ex nuera y cuando, la mismísima mañana del traspaso del poder en el Congreso Nacional, le ordenó a su ministro de Justicia, Jaime Campos, que decretase el cierre del penal de Punta Peuco, y éste se negó a hacerlo.

Dadas las experiencias electorales recientes, todo apunta a que se acabó el sufragio por popularidad, prevaleciendo hoy el acuerdo o desacuerdo de la gente con las opciones en forma y fondo que se les presenta. Fue un abrupto cariño generalizado hacia ella, el que inesperadamente la llevó a La Moneda. Tras un deslavado paso como titular del MINSAL (2000), el entonces Presidente Ricardo Lagos, la trasladó a Defensa, donde protagonizó un hecho, probablemente casual, que la condujo como rayo al primer plano: se subió a un carro Mowag del Ejército para recorrer sectores inundados del poniente de la capital, escena que la catapultó hacia el aprecio ciudadano.

Cuando todo apuntaba a que José Miguel Insulza sería el sucesor lógico de Ricardo Lagos, ella arrolló en las encuestas, al punto de ser denominada “la mamá de Chile”. Su popularidad le permitió eludir, sin daños mayores, la infinita duda acerca de su real condición profesional de médico cirujano. La visitó en La Moneda un equipo de la Deutsche Welle, al cual, en alemán, le confesó que sólo hizo “cursos de medicina”, algunos en Santiago (1972/1973) y otros sueltos en la universidad del Berlín comunista, becada por el sanguinario dictador Erich Honecker, a quien ella y su madre, en gratitud, refugiaron en Chile, tras la caída del Muro y del fin del sometimiento soviético a la Europa del norte.

Su primer triunfo electoral casi fue efímero: en un hecho revelador de su nulo peso político, a los pocos meses de gestión, la Concertación conversó, y muy seriamente, la opción de que renunciase. El pánico de su coalición llegó al límite cuando registró un inédito 30% de aprobación, algo nunca visto desde 1990. Para su segundo período -2015-, fue la única carta a que echó mano la izquierda por la ausencia de candidatos potentes, y puso como condición que el PC se incorporase “con todo al conglomerado, dando origen a la Nueva Mayoría. Integró a su plataforma electoral a todos “mis chiquillEs -su predilecto lenguaje inclusivo-, hoy convertidos en el Frente Amplio.

Desde mediados de 2022, el porcentaje de aprobación a este Gobierno transformador ha oscilado en torno a un 3o%, el mismo porcentaje que casi le costó el cargo a Bachelet. El hecho de que nadie de esta “nueva generación” haya podido, siquiera, insinuarse como una posible carta presidencial, retrata de cuerpo entero su estrepitoso fracaso. Éste, en razón de sus incapacidades, de su ineptitud, de su indiferencia ante el gran drama de Chile -su falta de seguridad- y dados su irrefrenable apetito por las malas prácticas y por sus innumerables actos de corrupción.

Es ésta, la deshonestidad, quizás el único lazo entre el bacheletismo de ayer y el progresismo de hoy: fue en el primer Gobierno de ella donde surgieron los primeros grandes escándalos de corruptela en la administración pública, los que se hicieron pan de cada día en su segunda administración.

Y lo que se hereda, no se hurta.

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