10 de diciembre de 2024
Pablo Errázuriz Montes
En nuestra pubertad, nuestro sistema endocrino impulsa bruscos cambios corporales que generan perplejidades en nuestra conducta. Todos quienes hemos llegado a la edad adulta hemos conocido esa condición. Y la adolescencia y juventud son etapas peligrosas de la vida. Surge en ella, la expansión desordenada de expectativas de toda índole (sexuales, de independencia de nuestros padres etc.) la que nos hace propicios a caer en los fraudes o caminos fáciles para superar las resistencias que opone la existencia. La omnipresente delincuencia en nuestro país, demuestra que son los jóvenes pre y post adolescentes, quienes más fácil descarrían el camino hacia conductas transgresoras y despreciativas del orden social y de las conductas empáticas y respetuosas hacia la convivencia.
El cine, que induce conductas de las mentes más débiles, hace varios años viene a través de la ficción o a través de la historia de hombres perversos, haciendo apología de conductas delictuales y antisociales. No he escuchado a ningún político o centro de estudios dedicado a la criminología, denunciar este elefante que tenemos dentro de la pieza y que nadie ve.
Incluso, tenemos ocupando el cargo de Jefe del Estado, a un individuo que ha llevado muy mal su adolescencia y se ha convertido en su edad adulta, en un hombre descarriado que ha hecho alarde de su voluntad y conducta disruptiva, con la sexualidad y la convivencia social, que son nada menos, los pilares sobre los cuales construimos nuestra personalidad y nuestro ethos social.
¿Por qué digo esto? Pues porque ha manifestado histéricamente su solidaridad con quienes desprecian el orden público y con individuos y organizaciones perversas. Recordarán Ud. distinguido lector cuando se le “ocurrió” la "buena idea", de solidarizar con un individuo terrorista, visitandolo cuando se encontraba en un proceso de extradición en París; o cuando se comprometió a defender el legado de una banda de asesinos terroristas[1].
Es pues en la etapa de los bruscos cambios cuando somos más propicios a caer en fraudes, engaños, en soluciones mágicas que eliminen las resistencias que nos opone la realidad, por arte de magia.
Mi análisis apunta a destacar que la convivencia social de nuestra modernidad tardía, se encuentra afectada, como los adolescentes, por bruscos cambios de paradigmas o formas de relacionarnos entre quienes integramos la polis o colectividad. En efecto, la irrupción en muy pocos años de la tecnología de las comunicaciones nos tiene en un estado de perplejidad que se manifiesta en dos efectos: 1) las expectativas (como en el caso de los adolescentes) de cosas que deseamos individual y colectivamente se ha desordenado. Esas expectativas se han elevado cualitativa y cuantitativamente de modo exponencial y la ansiedad por las resistencias que opone la realidad para satisfacer esas expectativas, torna la convivencia social, conflictiva y eventualmente violenta. 2) La sociedad toda se encuentra en un estado propicio a creer en los fraudes de las soluciones fáciles y mágicas inspirados por demagogos: los derechos sin deberes correlativos y el largo etcétera que se deriva de esa simple fórmula.
Los problemas de Chile no solo se expresan en estar gobernados por un individuo y grupo demoledor de los valores que hacen posible la convivencia. Nuestro problema se manifiesta en las razones (o más bien pulsiones), que han hecho posible llegase a la primera magistratura de la nación un individuo de tal calaña por la vía democrática. Demuestra con ello el nivel de extravío de nuestro Chile, que, como nación relativamente pequeña en el concierto mundial, desde hace una centuria es campo de experimentación de ingenierías sociales varias.
Volver la voluntad de un adolescente al riel de lo posible, es la agotadora tarea de los padres. El problema es que esta colectividad humana llamada occidente cristiano, no tiene padre ni madre. Nuestra cultura occidental tenía una madre que era la Iglesia Católica. En los días que corren, esperar que la Iglesia nos oriente, es como pedirle peras al olmo. La Iglesia Católica, no es capaz por ahora, de orientar a nadie.
Para devolver a Chile al carril de la convivencia es menester hacerlo retornar al camino de lo que es posible. ¿Por dónde empezar?
Lo primero, desalojar del poder político y judicial a la zalagarda[2] de payasos, demagogos e individuos moralmente descarriados. ¿Cómo? 1) Hacerlos pagar las consecuencias legales de sus latrocinios y prevaricatos; 2) Volver al respeto de la ley jurídica y moral que nos legaron las generaciones que nos precedieron; 3) Denunciar y castigar la demagogia de políticos y jueces que mienten y prevarican para hacerse populares frente a una masa de individuos con expectativas descarriadas, masa que se conduce de una manera que hace imposible la convivencia social. El lema debiese ser: nadie tiene derechos legales mientras no cumpla con sus deberes legales. Nadie tiene privilegios morales mientras no se conduzca moral y empáticamente.
Lo segundo, siendo la política el arte de lo posible, es preciso que los líderes nuevos que surjan, obren de buena fe e induzcan conductas de los ciudadanos que vayan en congruencia con nuestra realidad, intelectual, moral y económica. Por consecuencia de lo anterior, que erradiquen la demagogia omnipresente en los estrados del poder político.
Si usted estimado lector ha tenido hijos adolescentes y ha tenido la experiencia de orientarlos, inhibir sus conductas autodestructivas, hacerles saber que las resistencias que mundo les opone son ineludibles y que ellos son los únicos que pueden superarlas; le hará sentido lo que señalo. Chile necesita liderazgos paternales y maternales. Como se ve, no resulta nada fácil.
[1] En noviembre de 2018 el diputado Boric y la diputada Orsini, viajando a costa de todos los chilenos, visitaron en Paris al asesino de Jaime Guzmán, Ricardo Palma Salamanca para expresarle su solidaridad. El 3 de enero de 2018 en las afueras del congreso nacional, Gabriel Boric manifestó a la prensa su voluntad de defender el legado del grupo terrorista Frente Manuel Rodriguez.
[2] Zalagarda es una pendencia fingida de individuos de mala vida acompañada de griterío y estruendo. Eso es en general el debate político hoy: una simulación fingida de reyerta, cuyos pendencieros están, en el fondo, de acuerdo en sus latrocinios.
Fuente: http://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/
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