6 de julio de 2024
por Pablo Errázuriz Montes
La realidad contemporánea nos confronta con veloces cambios tecnológicos que impactan la vida cotidiana. Las maneras que teníamos de interactuar como sociedad y de entender el mundo como individuos se ve alterada y trastocada. Conocer, ponderar y enjuiciar estos cambios, es una condición necesaria para reordenar el mundo y conducirnos individual y colectivamente de una manera recta y correcta. En su obscena y grotesca soberbia, potenciada por las franquías que se le han aparecido en su pacato horizonte, el hombre contemporáneo se comporta cual omnipotente y se ha creído poseedor de una plasticidad infinita, donde lo recto, lo correcto, lo bello y lo feo no existe, y pretende creer[1] que todo está sujeto a su subjetividad infinita. La realidad con su parsimonia y la regularidad de sus leyes lo violenta y lo irrita. El debate se torna agria disputa.
Por tal razón, cuando las circunstancias que nos rodean son de tal modo complejas, es conveniente volver la atención hacia cierta metodología básica para expurgar fuentes de error y confusión que nos precipitan a la discordia y al caos. A eso apuntan estas letras.
La ciencia, el arte, la justicia, la cortesía, la religión, son órbitas de realidad que no invaden bárbaramente nuestra persona como hace el hambre o el frío; solo existen para quien tiene la voluntad de ellas[2].
Estimo, no puede haber comprensión ontológica de la realidad; digo, capturar el ser de las cosas que nos rodean, sin echar mano a aquellas sofisticaciones de la cultura humana como son las órbitas a las que apunta la frase citada, y al decir de la misma, tener voluntad de ellas. Esta actitud ética que le de sustento al correcto y eficaz conocer, no puede ser cualquier conducta bárbara, rústica o meramente reactiva. Esa conducta ética es la cordialidad.
La palabra cordialidad se proyecta del latín cordis y del griego kardia, ambos se traducen como corazón, órgano al que atávicamente se le adjudica la función de las emociones. Cordial es aquella persona afectuosa y nos habla de un espíritu abierto a los demás. No he encontrado en ningún diccionario etimológico su conexión con la palabra caridad, pero conjeturo que la tiene.
Ofrezco una metáfora para entender el papel de la conciencia personal en la inspiración de un sentido preciso de la palabra cordialidad: La conciencia es como una lente a través de la cual se filtra la realidad. Los temores, los dolores, el temor de una precariedad sin protección, la falta de una prudente autoestima, o el amor desordenado hacia uno mismo, deforman, rayan u opacan esa lente. La realidad se filtra opacada, deformada, dolorida o carente de claridad. Aquello tiene remedio. Tal como el viejo Spinoza pulía las lentes físicas[3], a través de su sabiduría pretendía hacer diáfana la comprensión del mundo para sus pares. Saint Exupéry pone en boca de su personaje en El Principito, aquel apotegma que pocos entienden: lo esencial es invisible a los ojos; solo se ve con el corazón. De ahí arranca el sentido de la palabra cordialidad, como señalábamos. A la verdad solo se puede aproximar con un corazón abierto. Trayendo una palabra de la cardiología, Ortega nos habla de la obliteración[4] de las almas, una invasión de sarro en las vías venosas, que impide una aproximación a la verdad que encierran las cosas. Susana Tamaro, novelista italiana contemporánea, señala que las lágrimas que no brotan se depositan sobre el corazón y con el tiempo lo cubren de costras y lo paralizan, como la cal que se deposita y paraliza los engranajes de la lavadora. Se cuenta que Santo Tomás de Aquino era un gordo feliz, que jamás fue capaz de resentimiento alguno. Es probable que de ahí provenga la pureza de su lógica, que le permitió legar a la humanidad una especie de manual del fabricante de la naturaleza humana.
Y la palabra cordialidad se relaciona con aquella de fronteras tan difusas que es amor. Nuestra Violeta Parra, desde su perspectiva poética dice, que el amor es torbellino de pureza original. Coincido con lo primero: es un torbellino. Cuando nos invade el amor verdadero, la realidad se nos ilumina como por encanto. Pero no suscribo aquello de pureza original. Siguiendo la cita de Ortega, solo existe para quien tiene la voluntad amatoria. La pureza original nos conduce, por lo general a la entropía, es decir, a la dispersión y al caos.
En los tiempos que corren, los factores de convivencia de la sociedad que enumera la cita precedente: la ciencia, el arte, la justicia, la cortesía, la religión, están empobrecidos o fenecidos todos ellos, por encontrarnos bajo el influjo de las ideologías de la discordia y el resentimiento. Estas ideologías las han disfrazado sus creadores en una confusa y nunca aclarada lógica dialéctica. Son ellas las que sostienen a occidente anclado bajo el agua, próximo a morir por asfixia. A mi juicio, son esas ideologías, como lágrimas retenidas, las que bloquean los engranajes de la cordialidad como señala la Tamaro, condición necesaria del reconocimiento del ser del mundo.
[1] En rigor, no cree. Es como ese adolescente que, en casa, para imponer su voluntad, amenaza a sus padres con irse de casa, sabiendo en su fuero interno que no tiene el coraje de hacerlo. Así son las seudo creencias de la modernidad, un amaneramiento carente de convicciones profundas.
[2] Cito a José Ortega y Gasset en su obra “Meditaciones del Quijote”.
[3] Baruch Spinoza filósofo holandés fue expulsado y defenestrado de su comunidad judía a la que pertenecía y para ganarse la vida, pulía lentes para un fabricante de instrumentos ópticos.
[4] Estrechamiento de los conductos sanguíneos.
https://pabloerrazurizmontes.blogspot.com/2024/07/la-cordialidad-como-presupuesto-del.html
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